Diario íntimo | Crítica

Un don Juan Modernista

  • En una muy cuidada edición, Athenaica presenta este 'Diario íntimo' de Juan Ramón Jiménez, a cuyo cargo se halla la especialista en el poeta moguereño, la profesora Soledad González Ródenas

Juan Ramón Jiménez pintado por Joaquín Sorolla en 1903

Juan Ramón Jiménez pintado por Joaquín Sorolla en 1903

Una magnífica edición, al cargo de Soledad González Ródenas, nos permite aproximarnos al joven Juan Ramón Jiménez a través de sus diarios de 1903. Unos diarios -los únicos que escribió el poeta- que alcanzan apenas un mes, el que va del 28 de octubre al 27 de noviembre de dicho año, pero cuya significación es de suma importancia. El joven Juan Ramón del año 3 acaba de abandonar el Sanatorio del Rosario, donde se hallaba al cuidado del doctor Luis Simarro, para trasladarse al domicilio mismo del médico, en la calle Conde de Aranda nº 1, junto al parque del Retiro. Las razones de dicho abandono probablemente sean de naturaleza galante. Y el propio doctor Simarro acaba de enviudar, siendo así que ambos forman una melancólica pareja, salvada, de algún modo, por la cultura.

En estos diarios de 1903 se recoge una hora mayor de la cultura hispánica

El notable valor de estos diarios, al margen de la conmovedora amistad que se establece entre ambos hombres, en torno a la ausencia de la fallecida, es el de retratar una hora mayor de la cultura hispánica, por cuanto Juan Ramón Jiménez, siendo un hombre de veintidós años, es ya el corresponsal y el amigo de Rubén Darío y goza de la amistad de Valle-Inclán, Sorolla, Rueda, Villaespesa, Benavente, Gregorio Martínez Sierra, Cansinos-Assens, Azorín, los hermanos Machado (el joven Camba no fue de su agrado), y cuantos participaron en la revista Helios, fundada entonces por el poeta. Debe destacarse, de manera principal, que dicha hora mayor de la cultura concierne no sólo a la poesía, a la música y a la pintura, sino a la propia ciencia y a la pedagogía que encuentran en Simarro, en el malogrado Achúcarro, en Giner de los Ríos, en Ramón y Cajal y en la alta significación de la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes, un correlato de los grandes logros “líricos” que alcanzó el mundo hispano del entresiglo. Señalemos, en tal sentido, que el autor de estos diarios acompañaba a sus clases al doctor Simarro, donde el psiquiatra analizaba, entre otros asuntos, las peculiaridades del pensamiento de René Descartes y Baruch Spinoza.

Naturalmente, los diarios juveniles de Juan Ramón Jiménez, obra de un neurasténico de excepcional sutileza, vienen llenos de un vago spleen simbolista, de fuerte carácter pictórico. El paisaje, entonces, será reflejo de un alma melancólica, y los atardeceres y umbrías serán la sombra especular de un corazón puro y maltrecho. Pero también debe destacarse lo contrario, esto es, el rigor ensayístico, el carácter analítico, de enorme perspicacia, con el que Juan Ramón Jiménez analiza, no solo sus obras, sino el arte de su siglo. “Con 'admirable' e 'imbécil' se hizo la crítica modernista”, escribirá más tarde Juan Ramón, al recordar a Valle. Lo cual debe extenderse a la forma en que el poeta comprende el propio origen de sus males psíquicos, y que vincula acertadamente a un vertiginoso miedo a la muerte. ¿Es necesario recordar que sólo tres años antes, al comenzar el siglo, Freud ha publicado La interpretación de los sueños? ¿Y debe extrañarnos, por lo mismo, que el convaleciente JRJ encuentre consuelo para su aflicción en unas gotas de opio?

Lo más extraordinario de estos Diarios íntimos, de altísima tensión poética, es que se bastan, por ellos mismos, para traer al lector el clima cultural y anímico de aquella España, con un aspecto del poeta que acaso hallamos pasado por alto: su refinado donjuanismo, caballero cortés y decadente, de notable relieve erótico. Ocurre así que al pormenor humano del joven JRJ se añade su altura literaria, ya reconocida, y su extraña peripecia humana, “en un Madrid absurdo, brillante y hambriento”, como escribirá Valle, mucho más tarde, al acotar sus Luces de Bohemia; peripecia que atañe, por otra parte, a la conformación de una élite cultural española, de la que el doctor Simarro sería parte principal, así como su malogrado discípulo, y también amigo del poeta, Nicolás Achúcarro. Muy lejos, pues, de la imagen usual, aséptica y deserotizada de JRJ, la figura que se extrae y se alza de estas páginas es la de un amador juvenil, crepuscular y modernista, cuya inteligencia avizora ya, no solo el arte mayor del XX, sino su propia fragilidad humana, guarnecida en una pulcra elegancia, que aquí vemos vacante por las sombras del Botánico, absorta en los hondos crepúsculos del Prado.

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