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Ascenso de autor (3-0)

  • El Betis de Mel, de nuevo con Rubén Castro y Jorge Molina como estiletes, regresa a Primera trece meses después. El madrileño impuso su sello a un equipo que acabó arrasando y goleando a sus adversarios.

No es el día para lisonjear a nadie. Pero sí es el momento para felicitar a todos los profesionales del Betis y, en especial, al hombre que le cambió la cara al equipo y logró lo prometido cuando en invierno se hizo cargo del banquillo pese a un debut titubeante con un 0-0 ante el rival de ayer, un Alcorcón coriáceo como muchos de los adversarios que han tenido que sortear los verdiblancos para abandonar el vulgacho por la vía rápida.

Trece meses después, el Betis es equipo de Primera División y el principal artífice vuelve a ser Pepe Mel, ese técnico que hace cuatro temporadas ya ascendió al equipo y al que unos dirigentes impresentables fueron poniendo zancadillas hasta destituirlo y hacer zozobrar al equipo. Pero el madrileño acudió al rescate sin rencores e, impulsado por la gran racha de Juan Merino, le dio la vuelta como a un calcetín a un equipo que deambulaba por la categoría dirigido por Julio Velázquez.

Visto hoy parece fácil. El Betis es el mejor equipo de Segunda, es cierto, pero los registros logrados por Mel superan cualquier expectativa. En los 22 partidos que ha necesitado para devolver al Betis a su sitio, con dos jornadas de antelación, éste ha sumado 51 puntos, ha marcado 47 goles y se ha proclamado, además, campeón de la división.

El técnico supo recuperar a un Jorge Molina que antes de su llegada andaba alicaído y sin protagonismo en el equipo, ha convertido a Rubén Castro en un caracal hambriento que ha arribado a la recta final del campeonato en su mejor momento en años y, en general, ha inyectado en sus futbolistas una ambición que los han llevado a despedazar a sus rivales, apoyados también en un trabajo físico descomunal. Las goleadas han sido moneda de uso corriente y el Betis ha coronado su ascenso con el sello de Mel, avasallando a sus adversarios, justo lo que cabe esperar de los heliopolitanos en esta categoría.

Es, por tanto, un ascenso de autor, porque el Betis ha acabado siendo ese equipo reconocible por su presión adelantada, su mirada perenne hacia la portería contraria y, quizá, por ponerle algún pero, sin ese control del balón, que no de los partidos, que se presumía. Pero, claro, con Matilla lesionado, tampoco ha tenido el entrenador a ese hombre garante de la pelota en el que apoyar el fútbol en el mediocampo. 

El partido de este domingo frente al mismo equipo que facilitó el ascenso hace cuatro años -una victoria del Alcorcón ante el Granada hizo estallar de alegría el AVE que trasladaba al Betis desde Barcelona- fue un compendio de lo que han sido estos cinco meses escasos con el técnico de Hortaleza en el banquillo.

El conjunto que adiestra Pepe Bordalás, un excelente técnico, le discutió la posesión del balón al Betis -al final la ganó con un 53%- en los inicios y lo llegó a poner en apuros aunque siempre, siempre, muy lejos de la portería de Adán, quien no tuvo que intervenir en todo el encuentro. El equipo del sur de Madrid, agresivo incluso por encima de los límites pese no jugarse nada, no se rindió ni con el 3-0, cuando más arreciaba la lluvia y pese a que el ambiente en la grada llevaba en volandas al Betis.

Éste se apoyó de nuevo en Rubén Castro y ejecutó al Alcorcón al contraataque. El primero, de libro, tras un robo de N'Diaye, una conducción de Portillo y un pase maestro de Jorge Molina para Rubén Castro. La vaselina de éste estuvo a la altura de la jugada. Luego llegaría otro gol de penalti del canario y el colofón lo pondría Jorge Molina tras otra contra modélica en la que el mejor pase le perteneció a él mismo antes de llegar a las narices de Javi Jiménez para aprovechar el balón escupido por éste.

No fue el día de Portillo ni de Dani Ceballos, pero es que cuando juegan dos medios centro defensivos como Xavi Torres y N'Diaye, aquéllos se ven obligados a situarse algo más abiertos y el equipo pierde conjunción. Con todo, el francés percutió arriba y posibilitó robos y ataques, a la par que el alicantino se entretuvo en perder más balones de la cuenta. No fue el Betis más ortodoxo, quizá, pero volvió a dominar las áreas y eso, en el fútbol de hogaño, es más importante que controlar el juego con un buen mediocampo, por más que sea la preferencia de Mel.

Pero más allá de consideraciones tácticas, el partido de ayer deja otra enseñanza mayúscula: la fiabilidad del equipo, que rara vez se tira al callejón con este entrenador y que responde cuando es requerido, en contraste con la propia idiosincrasia bética. Ahora, amén de dar las gracias a Mel, sólo queda desear un imposible: que este ascenso sea el último.

 

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