Granada - Sevilla · la crónica

Bacca y Gameiro, la fiesta del gol (1-2)

  • El colombiano, que hizo un gran tanto antes, conecta con el francés en el minuto 87 para sellar la tercera victoria seguida del Sevilla, que se engancha al vagón europeo. La debilidad defensiva de Figueiras pudo costar cara.

El gol, la fiesta de este deporte llamado fútbol, viaja en la valija del Sevilla cuando Gameiro y Bacca suben al autobús camino del estadio. Ambos lo hicieron de nuevo para atravesar la A-92 hasta Granada y eso que agradeció Emery, quien ya adiestra a todo un aspirante a Europa después de que el colombiano y el francés firmaran los tantos de la trabajadísima victoria en Los Cármenes. 

Bacca y Gameiro, Gameiro y Bacca -tanto monta...- compartieron el protagonismo ofensivo para amarrar, con sus certeros derechazos, una victoria que desentierra una llave a los mismos pies de la Alhambra. Con esa llave, con esa victoria que supone la tercera consecutiva en la Liga para los sevillistas, éstos se plantan en un escenario desconocido desde que el torneo rompió allá por agosto. Por fin, el equipo que ingresó más de 90 millones de euros en fichajes durante la pasada pretemporada mira de cerca, como un postulante más, las posiciones europeas. Qué menos. Regresa el Sevilla de la bellísima ciudad nazarí con 22 puntos, octavo, pero a uno solo de la Real Sociedad, que es sexta. 

Ese ascenso en la tabla va a dar a Emery la serenidad y el crédito que necesita para asentar su proyecto. Con el paso de los días -la Liga deja su paso a la Copa hasta dentro de dos semanas-, más dulce aún le sabrá al sevillismo el momento que disfruta su equipo. 

¿Y tanto ha mejorado este Sevilla con respecto al que firmó aquel triste empate ante el Levante, el que se dejó dos puntos en Valladolid o el que se dejó robar la cartera por el Celta en Nervión? Pues no. Ganó como pudo empatar. O perder. En el Granada pueden tachar de injusta la derrota y no les faltaría razón. Pero en el fútbol, la única verdad suprema es el gol. El gol es el martillazo del juez. Y con Bacca y Gameiro de tu parte, es más fácil que la sentencia te sea favorable. 

Lucas Alcaraz puede desplegar su pliego de alegaciones a todo el que lo quiera leer. Puede argumentar que después del brioso arranque de los sevillistas, yendo a apretar muy arriba, ese trío integrado por Fran Rico, Yebda -relevo del ausente Iturra- y Recio empezaron a ganarle el pulso a Iborra y M'Bia, demasiado estáticos. También puede alegar el entrenador de los locales que al descanso, lo más justo hubiera sido un empate después de que Brahimi empezara a enseñarle la matrícula una vez tras otra a Diogo Figueiras. Y puede lamentar Alcaraz que en la fase final del partido, Piti tuvo en sus botas la remontada si hubiera enviado a la red el balón (minuto 77) tras ese eslalon que lo plantó ante Beto con la colaboración de Alberto Moreno y de Carriço. 

Esa acción pudo condenar a los sevillistas a la derrota y, por tanto, al regreso a la zona de los mediocres, donde ha venido morando durante casi todo este campeonato. Pero si Piti falló con todo a favor, también lo habían hecho antes Diogo Figueiras (minuto 5) en las mismas barbas de Roberto; o Rakitic (minuto 45), al que le cayó a la pierna izquierda una pelota, con Roberto desplazado de la portería, que envió fuera por poco. 

Por algo este Sevilla es el cuarto que más goles hace en la Liga, por detrás de los tres que compiten fuera de concurso. Tiene a Bacca (7 tantos en el campeonato), a Gameiro (5) y al medio con más llegada en lo que va de temporada en el fútbol español, Rakitic (8). 

Encima, se ha sumado a la fiesta ofensiva José Antonio Reyes, el mejor jugador del Sevilla en la primera parte. El utrerano confirmó lo apuntado en el derbi y ante el Estoril. Su nivel de compromiso es óptimo. Y su chispa, también. Con ambas virtudes en perfecto estado de revista, su fútbol hace el resto. Partiendo desde la derecha, se metió en zonas interiores para engarzar los ataques y lanzar a Jairo -desplazado a la izquierda esta vez- y a Bacca. También a Diogo Figueiras, que empezó con profundidad por su costado. 

No obstante, la teoría de la manta volvió a ser una ley implacable. Lo que Reyes dio en ataque, lo quitó en defensa. Y el Granada se encontró con un pasillo expedito por el flanco izquierdo de su ofensiva. Al fondo de ese carril esperaba arrugado e indeciso el bueno de Diogo, con el que Brahimi hizo lo que quiso. En el minuto 38, éste se coló hasta la cocina, tiró, Beto desvió con un pie y el balón cayó a Piti, que se topó con la rapidísima reincorporación del portugués. Esa jugada despertó a la grada, un tanto cohibida por los cánticos de los 3.000 sevillistas hasta entonces. 

En la segunda parte, otro factor ajeno a las actas arbitrales, pero que decide y mucho, empezó a empujar a favor del Granada: el viento. Dificultó la salida del balón en largo y envenenó las faltas que Piti envió al corazón del área. 

Algo tuvo que ver también el viento en el vuelo parabólico de un balón que, mal despejado por Figueiras, cayó llovido a un brazo de Carriço, que estaba concentrado en su forcejeo con El Arabi y no vio la caída del esférico. Del Cerro Grande lo consideró punible y Brahimi abrochó su gran partido con un perfecto golpeo desde los once metros. 

Cinco minutos antes del empate, Emery quiso tapar el agujero con la entrada de Coke como apoyo de Figueiras. Y la mejoría defensiva llegó con más balón. Coke, desde atrás, trazó varias penetraciones envenenadas que no fueron gol por poco. A la siniestra, Alberto Moreno entró por un desbibujado Jairo para abrir más el campo. Y aunque el Granada aceptó el envite -Alcaraz también acentuó el cariz ofensivo con las entradas de Buonanotte y Riki-, en esa fase final de idas y venidas, el peligro fue más amarillo que rojiblanco. 

Lo que es el fútbol. El viento, que jugó para el Granada tras el descanso, quizá ayudara a que Bacca se adelantara a su marcador para peinar ese balón a Gameiro. El francés alargó su pierna, pinchó la pelota, se la puso a huevo y, en un visto y no visto, soltó un latigazo a la red. El gol todo lo soluciona. Y el gol radica en los genes de Bacca y Gameiro, sevillistas ellos.

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