Un Betis muy hombre (1-0)
La afición verdiblanca, con su aliento, exige al equipo una victoria que éste le da con una desmesurada muestra de carácter. La Real, con más fútbol, perdió intensidad y el partido
No ha vuelto el fútbol, pero ha vuelto el Betis. Tras desengancharse hace sólo dos semanas con un ridículo empate en Heliópolis frente al Murcia, ya anda de nuevo compartiendo el umbral del ascenso, en esta ocasión con Hércules y Cartagena.
Para explicar el fenómeno ocurrido, cómo pasar en tan estrecho margen de la quimera a casi depender de sí mismo, pueden esgrimirse las más variadas razones y, por supuesto, servirán para glosar el análisis de lo acaecido en Heliópolis. Pero la principal, la más trascendente, es la mediocridad imperante en la categoría. En esta eufemísticamente llamada Liga Adelante no hay un solo equipo que muestre cierta autoridad, que no evidencie un amplio abanico de defectos y que sea capaz de imponer su fútbol. Todos, hasta esta Real Sociedad líder que mueve el balón con gusto y con la celeridad de un equipo de Primera, destacan por su vulnerabilidad, por su capacidad para perder partidos más que para ganarlos...
El Betis lo ha entendido. Y hasta a ese Lopera que lo maltrata han hecho caer en la cuenta de que hace falta muy poquito para que un rival entregue la toalla en Heliópolis. Basta con atiborrar la grada de ésos que nunca fallan, los béticos. Total, ¡qué más da que sean 25.000 ó 50.000 los que al final del choque griten "Lopera, vete ya"!
Y, así, con el aliento de sus fieles, poco a poco el Betis fue echando del partido a un equipo que sobre el césped era superior. El ritmo era agobiante, el partido intenso, pero al cuarto de hora comenzó a ser monocorde. Era la Real la que se imponía en la zona de medios gracias al buen quehacer de Aranburu y la que llegaba arriba y creaba las ocasiones para certificar su fútbol.
Pero a los donostiarras les falta gol. Nsue no es nada y su línea de seda, la que componen Xabi Prieto, Zurutuza y Griezmann, se apagó enseguida. Arzu no permitió resquicios y Juande justificó la valiente apuesta de Víctor Fernández, quien lo prefirió en detrimento de Iriney en pos de una salida limpia de balón y una mayor posesión del mismo.
Es en los medios donde se cuecen los partidos. Ahí suele decantarse la suerte de los mismos y si hasta poco después de la media hora mandó Aranburu, a partir de entonces fue el motrileño quien, en base a redaños, se adueñó de los adentros junto a un Mehmet Aurelio vigilante y presto para las coberturas. De lado a lado el brasileño, echando la hiel por la boca y el canterano, de arriba abajo. Esa presión, insistente, con el aporte de oxígeno que bajaba de las butacas, incluso derivó en tres contraataques que Emana y Nacho quizá se precipitaron al concretar.
Aun así, el Betis se sintió a cada instante más fuerte. El malagueño, que acabó sin aire, resultó decisivo en la suerte verdiblanca. Su fútbol de interior, al tran tran pero con clase y preñado de sentido común, sirvió para poblar el mediocampo, para que el equipo, se sintiese fuerte y hasta ansioso.
Pero todos fueron ahí. Emana siempre quiso el balón y lo buscó perdiendo metros, Pavone lo aguantó en zonas que permitieron esa superpoblación. Juanma salió desde el banquillo y se movió por toda la línea de tres cuartos de campo... La Real, salvo en una cabezazo esporádico de Xabi Prieto, desapareció. Sólo había Betis, pero a éste le falta lo mismo que a su rival: gol.
Quizá por eso la fortuna se quiso unir a las miles de almas que empujaban desde la grada y salió al rescate de un Betis entregado, del que desde muchos minutos antes era el único equipo que quería ganar el partido pese a que no hallaba los caminos por la dificultad de conjugar la intensidad con la pausa y porque, claro, es uno más de esta vulgaridad de categoría en la que la calidad esta rifadísima y en botas de poquísimos.
Los donostiarras se habían entregado muchos minutos antes de que Diego Rivas despejase con una zamorana un intencionado pase de Juanma al corazón del área. Ya hacía tiempo que sólo jugaba, aunque no bien, el Betis cuando Lizondo exageró con una segunda amarilla un mano quizá involuntaria de Mikel González. Al Betis se le habían abierto de par en par las puertas de la victoria, como justo premio a la única virtud capaz hoy de rescatar al equipo y devolverlo a la élite: el carácter.
Y eso quizá sea lo mejor. Porque el Betis se ha levantado nuevamente. No lo ha hecho con fútbol, sino con agallas, con todo el viento a favor, cierto, pero lo ha conseguido cuando todo hace indicar que no le da tiempo para caerse de nuevo. Porque las ganas, en este mundo de mortales, pueden más que la capacidad y, además, tampoco es que el Betis sea inferior a Huesca, Numancia, Salamanca ni Levante, los cuatro escollos restantes del purgatorio.
Además, con Arzu atrás se ha hecho fuerte y falla poco. Y no equivocarse en Segunda es medio partido. El otro medio reside en esa hombría que asomó ayer.
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