48ª Regata del Guadalquivir

Imperial Betis en su río

  • El bote verdiblanco vence con claridad al Sevilla y pasa a la historia al concatenar cuatro triunfos. El inicio de rabia de los blanquirrojos fue vano ante el poderío de los de Company.

El Betis manda en el río Guadalquivir. Un entrenador como la copa de un pino, Gaspar Company, y una hornada formidable de remeros le han dado la vuelta a la hegemonía en la regata Sevilla-Betis, como a un calcetín. El conjunto verdiblanco logró su cuarta victoria consecutiva en la clásica prueba hispalense y rompió de forma definitiva con sus propios anclajes, tomando y honrando el río que le da nombre al club de las trece barras. De proa a popa: Álvaro Hidalgo Angulo, Jaime Lara Pacheco, Marco Sardelli Gil, Noé Guzmán del Castillo (capitán), Emilio Fernández López, Antonio Guzmán del Castillo, Marcelino García Cortés, Javier García Ordóñez en la marca y Tomás Jurado Díaz como timonel. Éste es el bote que quedará enmarcado en los anales de la historia de la regata, de la historia de la ciudad, como el equipo que logró darle al Betis, por primera vez en medio siglo, cuatro victorias consecutivas. La de ayer, como la del año pasado, que ya logró el hito inédito del tercer triunfo consecutivo, fue incontestable, imperial, avasalladora.

El río grande, el Guadalquivir árabe, es más romano que nunca gracias a esa legión bética que hizo añicos el esfuerzo y la rabia del bote sevillista, otra gran hornada de remeros que tendrán que conformarse con ser el Poulidor de esta era, un admirable testigo directo de las grandes victorias de este Anquitil intratable que rige con mano firme y serena el cónsul del beticismo sobre el agua, Gaspar Company.

Contra esa fornida cohorte de legionarios, el Sevilla intentó sacar la casta y el orgullo que lleva como lema en su himno. Juan Manuel Morillo Jiménez, Álvaro Romero García, Julio Casielles Urbano, Alejandro Vera Ortega, Juan García Reyes (capitán), Jaime Canalejo Pazos, Eduardo Murillo Garrido, en la marca Patricio Rojas Aznar y como timonel, Ramón Somalo Peláez se pusieron el cuchillo entre los dientes en una salida vibrante, con una remada ágil y rabiosa, que los puso por delante en los mil primeros metros. Fue un espejismo, una quimera, una ilusión imposible de cumplir. El Betis, con una remada limpia, profunda, larga y segura, fue limando la inicial ventaja blanquirroja para empezar a quemar en la hoguera de su boga inmisirericorde toda esa fe que el capitán Juan García y el entrenador Juan Luis Aguirre, sevillistas irreductibles, tenían puesta en hacer inicio de fuerza y coraje que los colocara en buena situación para llegar con opciones a Chapina. Fue un intento vano.

Con una boga de 40 paladas de inicio, el Sevilla logró poner su proa por delante del Betis. Fueron apenas unos instantes de esperanza blanquirroja. Por el CEAR de la Cartuja el bote sevillista apretaba los dientes bajo la marca de un rabioso Patricio Rojas. A la altura del Teatro Central, salió a escena el ritmo profundo de remada del Betis, bajo la atenta mirada de Gaspar Company en su zodiac. Y ahí terminó la función. El Betis, una vez que se puso por delante con una boga de 35 paladas por minuto, fue imponiendo su ley. Un citius, altius, fortius al que le sobró el primero de los superlativos latinos, porque al Betis no le hizo falta ser más rápido. Como la tortuga romana, fue invulnerable a los arreones impotentes de un Sevilla que bien pronto empezó a ver la estela del galeón verdiblanco.

A la altura de La Barqueta, la ventaja aún era engañosa, sólo medio bote. Pero ya en la Pasarela de la Cartuja y, sobre todo, al pasar por el Puente del Cachorro, la distancia se hizo sideral: tres botes de ventaja, con la curva de Chapina a favor y la realidad incontestable de que el barco de los hermanos Guzmán enfila la recta final para alzarse campeón.

El paso por el tramo histórico fue durísimo para el Sevilla, que, viendo tan lejos la popa bética, intentó pegarse a la orilla de Chapina para recortar algo de distancia... Imposible, bajo los vanos del Puente de Triana la diferencia era durísima, férrea: cuatro botes. Al Betis le correspondía empezar a saborear la gloria y al Sevilla no decaer en su esfuerzo vano por recortar la distancia y salvar el honor. Con las pulsaciones a doscientos, la suerte estaba echada. El Betis llegó a las Delicias en loor de una multitud que, diferencias de colores al margen, se rindió a su imperial triunfo.

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