Nervión jamás se rinde (2-2)
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El Sevilla responde a la brillante salida del Barcelona, iguala un 0-2 y sigue invicto como local El gol de Banega quebró el dominio del líder y tras el descanso Gameiro hizo justicia
Ni el Barcelona de Messi, el equipo con la delantera más lujosa del planeta, un equipo cuajado de estrellas y que marca el paso a todos en la Liga, pudo asaltar la fortaleza que el Sevilla, con la cabeza de Unai Emery, las piernas de sus jugadores y el corazón de una enfervorizada afición, ha levantado en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Desde febrero de 2014 no caían lo sevillistas en la Liga, precisamente ante el Barça, y aunque el líder desbrozó el camino para cortar la racha local con una puesta en escena excelsa, los blancos fueron capaces de sobreponerse a los goles de Messi y Neymar en la primera media hora y, con los tantos de Banega y Gameiro, éste en el minuto 84, arrancaron unas tablas que el sevillismo saboreó y festejó como si de un triunfo se tratara.
Y es que el punto no fue un punto cualquiera. Contiene un bonus extra ante la pelea que se avecina por entrar en la Liga de Campeones en las siete jornadas que aún quedan por delante. Y supo mejor aún, mucho mejor, por la forma en que cayó en el zurrón.
Porque pocos podían pensar a la media hora de pleito que el Sevilla iba a salir del terreno de juego por su propio pie cuando el valenciano Martínez Munuera pitara el final. En ese primer tercio, se cumplió línea por línea el guión que Luis Enrique debió soñar la noche anterior en Barcelona.
Fue echar a rodar el balón y que todo sucediera en el mediocampo sevillista. Busquets plantó sus reales muy arriba, invitando al resto de compañeros a crear un bosque naranja alrededor de la corona del área y el Sevilla no vio una sola línea de pase para sofocar el mayúsculo acoso, primero, y para hacer daño en alguna contra que hiciera retroceder metros a Piqué y Mathieu.
Plantadas las piezas muy arriba, el genio brotó por todas las zonas imaginables: Neymar trazaba diabólicas diagonales desde la posición del extremo izquierdo hasta el corazón del área, como Messi, algo más discreto, desde la derecha. Mientras, Iniesta invitaba a los atacantes a dibujar paredes mortales y Luis Suárez hacía de pantalla, de espaldas, o abría pasillos con sus desmarques. Fue un fútbol prodigioso, irresistible. Nervión se resignó al chaparrón de un equipazo que sabía que se jugaba media Liga. Era una empresa superior, para la que el Sevilla no parecía capaz de litigar.
Lejos de pugnar a campo abierto, el equipo de Unai se arrugó y se encomendó a una ineficaz defensa posicional, estéril ante el vertiginoso fútbol combinaivo, de constantes permutas, controles exquisitos y pases milimétricos de los barcelonistas.
¿Por qué no tratar de anticiparse? Porque Coke trató de hacerlo en la banda, midió mal y Jordi Alba penetró, Neymar prolongó la acción por dentro, abrió a Messi y el número uno ejecutó con una rosca perfecta al palo derecho de Sergio Rico. Era el minuto 15. Y el chaparrón arreció. Un cuarto de hora después, Krychowiak tuvo que cortar al borde del área otra internada de Luis Suárez y Neymar, el más inspirado dentro de una orquesta que tocaba una sinfonía celestial, envió la pelota a la escuadra con una soltura y delicadeza pasmosas.
Todo apuntaba a un baño de época, a un correctivo que podía segar la confianza del Sevilla y hacerlo descarrilar ahora que llegan los días señalaítos. Pero no. Este equipo siempre saca la cabeza. Se agarra a un chispazo para levantarse de la lona, sacar su proverbial casta y empezar a golpear.
Ese chispazo lo dio, paradójicamente, el hombre que deambulaba hasta entonces más perdido sobre la hierba, Éver Banega, engullido por el ritmo que ordenaron Busquets y compañía. Agarró una pelota a unos 25 metros de la portería de Bravo y soltó un latigazo. No era imparable, pero elchileno no lo desvió lo suficiente, la pelota se coló tras rebotar en el palo derecho. El partido dio un vuelco radical. El Barça empezó a dudar en la misma medida que el Sevilla empezó a creer. Banega tuvo otro tiro franco al minuto de su gol, pero tardó en armar la pierna. Piqué sacó bajo palos un cabezazo de Krychowiak. Y Nervión se fue al descanso con el convencimiento de que lo peor había pasado.
Para que los sevillistas se cercioraran de que el pulso volvía a estar en todo lo alto, Emery ordenó a los suyos que apretaran más arriba. La zaga ganó unos diez metros, Aleix Vidal, Iborra y Vitolo ya incordiaban la salida del balón de los anaranjados. Y encima, el Barça bajó un punto su tono físico. Esa lucha a campo abierto enalteció a los de blanco, que provocaron pases más forzados en el enemigo y que trasladaron con astucia la pelota a los espacios adecuados: a los costados cuando Coke y sobre todo Tremoulinas irrumpían, esta vez sí. O por dentro, con Bacca sacando de quicio a los centrales.
El Barcelona acusó la osadía del anfitrión. Messi apenas trazó un par de carreras por dentro. Neymar se diluyó y Luis Suárez se ofuscó por sus fallos en un par de remates claros.
Al otro lado del tablero, Emery movió fichas. En el minuto 70 metió a Mbia y Reyes por Iborra y Vitolo, desfondados ambos. En el 75 tiró de Gameiro. Y volvió a acertar. Ya en el 84, Reyes lanzó con clase a Aleix Vidal, que dio un fantástico pase, paralelo a la línea de portería, a Gameiro. Golazo. Fue el empate, pero a Nervión le supo a victoria.
Y así lo celebró. Con el orgullo de saberse invicto.
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