Sueños esféricos
  • Sólo ganó el ‘fair play’; a Pellegrini le faltó arrojo ante un Sevilla corto como un fandango

Un derbi desdentado

Lucha entre En-Nesyri y Pezzella, que ganó casi siempre el argentino. Lucha entre En-Nesyri y Pezzella, que ganó casi siempre el argentino.

Lucha entre En-Nesyri y Pezzella, que ganó casi siempre el argentino. / Antonio Pizarro

EL único que ganó en este derbi fue el juego limpio, el denominado fair play. Ni una jugada de esas en las que se enzarzan unos y otros y el público ruge con espuma en la boca. Ni rastro de acidez. Jesús Gil Manzano no hubiera sido capaz de soñar un encuentro así. La imagen de Isco y Rakitic de muy buen rollo atendiendo a ese ridículo grupo de futbolistas metidos a periodistas ilustra lo que fue un partido de rivalidad sevillana en el que el fútbol caro, el bueno, brotó siempre de las botas verdiblancas.

No es casualidad que este buen equipo de autor, con la firma del admirable Manuel Pellegrini, no haya ganado fuera de casa en la Liga desde esa primera jornada en Villarreal, con el sol de agosto aún torturándonos. Le falta colmillo al Betis fuera de casa, donde hace falta un plus de carácter, firmeza, decisión.

El Sevilla fue inferior hasta el sonrojo de los suyos en la primera mitad y si se fue al intermedio con el empate, fue por el tono indulgente que el Betis, cuando es superior en los derbis, saca a veces. Otra vez lo hizo en un Pizjuán en el que el sevillismo fue bajando sus decibelios a medida que la superioridad bética se extendía como una gran mancha verde.

Paradójicamente, cuando más trataba de discutir el descosido pero bravo Sevilla esa superioridad, llegó el error de Dmitrovic. Los miedos previos enfocaban a Fran Vieites, pero el portero serbio fue quien realmente provocó el enojo de los suyos. Las cosas de este caprichoso invento.

Ahí es donde terminó de romper el derbi desdentado: a Pellegrini le faltó arrojo, mala uva, para gastar los cambios y tirar de William Carvalho, incluso Borja para sacudir el árbol arriba a lo que cayera; y su colega Diego Alonso le extrajo a su equipo dos de los contados colmillos que podían clavarse en la carne bética, los de Lucas Ocampos. El Sevilla, corto como un fandango, puro quejío. El Betis, clemente. Y fair play.

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