Sevilla - Las Palmas

El espíritu sigue latente (2-1)

  • El Sevilla de Sampaoli apela al método del "nunca se rinde" para rescatar un triunfo ante Las Palmas que parecía imposible. El cambio de Vitolo por Ganso supuso jugar 11 contra 11.

Hay cosas que no cambian por mucho que se empeñen en darle la vuelta a un manual de éxito permanente, y una de ellas es el espíritu de este Sevilla Fútbol Club. Y por Sevilla Fútbol Club entiéndase en este caso todo, el entorno, la atmósfera, los futbolistas, el cuerpo técnico y, si alguien quiere incluirlo también, un elemento fundamental para ir por la vida, la fortuna. Ese carácter indómito, más allá del libreto revolucionario de Jorge Sampaoli, le dio ayer los tres puntos a la entidad nervionense cuando la derrota parecía casi asegurada sólo minutos antes frente a esa Unión Deportiva Las Palmas que tan bien dirige Roque Mesa. 

El Sevilla estaba prácticamente en la lona pese a haber puesto en la segunda mitad muchos elementos para voltear un partido que no fue capaz de pelear siquiera en el primer periodo. Pero el resultado ya parecía inalterable, todos los intentos de Vitolo y compañía se convertían en algo parecido a toparse contra una pared por una causa o por otra. Así se había llegado al minuto 88 cuando Vitolo peleó con energía por un balón, que nadie olvide ese detalle de ir de verdad a por la pelota, y cayó derribado ante Bigas. Martínez Munuera, la misma máquina de errar en contra del Sevilla que se tragó penaltis infinitamente más claros, por ejemplo en Eibar hace más o menos un año, estimó que hubo derribo y el conjunto nervionense se aseguró un empate cuando menos creía en él. 

Pero el espíritu que irradia desde las gradas del Sánchez-Pizjuán ya entendía que allí podía haber una fiesta inesperada, tanto que apretó con fuerza para convertir a esa Las Palmas tan segura en un puro flan. El 2-1 es la más fiel definición de un equipo descompuesto ante esa presión y tal vez Quique Setién quisiera referirse a eso en su análisis final. Cierto que fueron cuatro cambios, es decir, dos minutos de alargue, pero ¿cuánto tiempo se perdió entre el momento del penalti y su lanzamiento? Córner que lanza el Sevilla, Montoro remata contra Javi Varas y ahí estaba Carlos Fernández, sí el tercer delantero de la plantilla sevillista, para provocar otro delirio en las gradas, por muy pequeñito que éste pueda parecer en la tercera jornada de Liga y sin mayor trascendencia que sumar tres puntos al casillero. 

Claro que ese éxtasis final no puede servir para esconder el análisis que se merecen Jorge Sampaoli y su método. Las ideas están muy bien en el fútbol y todo el mundo, hasta el aparentemente revolucionario entrenador argentino, merece un tiempo para trabajarlas y ejecutarlas. Pero hay cuestiones que no pueden ser y, además, son imposibles. En el fútbol jugar con 35 grados a la sombra 10 contra 11 desde el pitido inicial es el mejor de los salvaconductos para el cabreo general y, por supuesto, para la derrota. 

Tal vez Ganso no tenga la culpa de convertirse en el protagonista de los primeros pitos en Nervión, pero es que la realidad es así de cruda. El brasileño, hasta ahora, no está engañando a nadie que lo hubiera seguido muchas veces durante su etapa en el Sao Paulo. Su físico es así y no da para mucho más, aunque pueda ponerse un par de puntos mejor en ese aspecto, pero difícilmente alcanzará el ritmo que se exige en Europa. La jugada del minuto 27, cuando se la quitan por detrás, es el mejor de los ejemplos, aunque para ser justos en su haber también hay que colocar el excelente pase a Ben Yedder que debió convertirse en el 1-1 de no ser por el siempre eficiente Javi Varas. 

Ganso le ponía el nombre propio a un pésimo primer periodo de un Sevilla plomizo, incapaz de hacerle daño al rival y sometido por un Roque Mesa espectacular. El equipo de Sampaoli, con muchos futbolistas nuevos en su alineación inicial, fue siempre un quiero y no puedo. Pero es verdad que hay que resaltar que virtualmente jugaba en inferioridad numérica. 

Pero si algo tiene Sampaoli es que ve bien los partidos a ras del césped y encima lo hace con cuatro ojos, pues Lillo no para de conversar con él, se supone que para darle consejos. Lógicamente, Vitolo por Ganso en el descanso y aquello ya no fue lo mismo. El campo se volcó hacia el área de Javi Varas y el Sevilla, pese a no disponer de ocasiones muy claras de marcar, se hizo acreedor al premio del empate cuando menos. 

Pero el fútbol no siempre entiende de méritos y daba igual que el portero de Pino Montano se luciera ante Franco Vázquez o Sarabia, el partido caminaba desbocado hacia el tercer triunfo consecutivo de Las Palmas y a un sinsabor tremendo por parte de los sevillistas. Hasta que apareció ese espíritu del "dicen que nunca se rinde", ese que está metido en la epidermis de este Sevilla y que es captado de inmediato por todos los futbolistas que van llegado al Sánchez-Pizjuán. Dan igual las ideas de Sampaoli, ese espíritu sigue latente sea quien sea el director de la orquesta y por ahí rescató el Sevilla un triunfo que le permite mantener la sonrisa. Pero bien haría el entrenador argentino en no jugar con fuego más de lo necesario. Cierto que merece todo el tiempo del mundo y que tanto Juande Ramos como Unai Emery tuvieron que pasar por tragos semejantes, pero el riesgo de quemarse también está presente.

 
 
 

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