La glorieta de una gloria olímpica

Olimpismo

Con los de Pekín son tres los Juegos Olímpicos en los que ha participado Beatriz Manchón · La palista, la deportista sevillana más laureada de la historia, comenzó su andadura en 1996, en la edición de Atlanta

La glorieta de una gloria olímpica
Miguel Lasida / Sevilla

19 de septiembre 2008 - 05:02

De todos es sabido que espectáculo deportivo e identidad van juntos de la mano. La conexión entre los Juegos Olímpicos y los sentimientos nacionales de sus participantes, sean deportistas, los actores, o telespectadores, el público, es más que evidente.

Más de naciones y de patriotismos. El famoso discurso de John Fitzgerald Kennedy: "No te preguntes qué puede hacer tu país por ti sino qué puedes hacer tú por tu país" y, en el otro extremo del sentido, James Joyce: "No pienso hacer nada por mi patria, pero no me importaría que mi patria hiciera algo por mí".

Dicen que la virtud está en el punto medio. El punto medio entre el presidente norteamericano y el escritor irlandés es Beatriz Manchón. La palista sevillana más laureada encontró el equilibrio: en Pekín cumplió la tercera participación olímpica representando a su patria y, como contrapeso, su patria chica, Sevilla, la honró hace años con el nombre de una glorieta, indeleble en el nomenclátor del callejero sevillano.

Puede que sea un premio al comedimiento, a la sensatez, al punto medio entre Marilyn Monroe y unos riñones dublineses. "La gente quizá no valore lo suficiente el hecho de participar en unos Juegos Olímpicos. Esto mismo comentaba en la ceremonia de inauguración con María Peláez, con cinco participaciones olímpicas en la espalda. El mero hecho de lograr unas mínimas es ya algo muy meritorio".

Fue un nuevo mérito de Beatriz estar en Pekín, en sus terceros Juegos Olímpicos desde Atlanta. Para Beatriz, igual que los Juegos, Pekín tampoco era novedoso. "Fui con Paquillo hace unos años. La Consejería del ramo nos invitó para una campaña de promoción del deporte andaluz".

La visita de placer se convirtió el pasado agosto en alta competición, que es ya otra historia. "Los extranjeros éramos los espectadores, los chinos eran los actores y China, un gran escenario. Es un país lleno de gente rígida y voluntariosa. No me extrañaría que en poco tiempo se coman la tostada. Es gente hábil. Había pancartas y carteles que hacía invisible a los visitantes las miserias del centro de Pekín. Era una especie de gran teatro".

Al teatro pekinés no le faltaban todos sus avíos: también la tramoya y los cambios de decorado. "Hasta el cuarto día no nos dimos cuenta de que Pekín está rodeado de montañas. En los primeros días había una bruma que no dejaba ver nada. Aunque no estaba segura de si era neblina o contaminación. Un día salían los coches pares y el otro, los impares, como medida para evitar la polución".

Beatriz, veterana ya, se tomó los Juegos en serio. Iba a lo que iba y la pompa olímpica le resbalaba. "Nuestro hotel no estaba exactamente en la Villa. Estábamos más cerca del recinto de navegación, lo que era estupendo para mantener la concentración. Son cuatro años de espera para que luego te distraigas con los juguetes de las zonas de ocio. O con el famoso comedor. No es la primera vez que un deportista pierde la forma por culpa de la manga ancha en los comedores. En los Juegos de Atlanta, recuerdo a una polaca que se puso como un trolebús".

Para trolebuses, el que Usain Bolt gasta en su motor. "Lo vi en la final de 4x100. Impresionante. Otro que me impresionó fue Michael Phelps. ¿A quién se le ocurre plantearse, sólo plantearse, competir en ocho pruebas olímpicas? No te digo nada ganarlas. Tampoco pude ver mucho más. En nuestro hotel sólo emitía la televisión pública china. Imagínate. Salían los deportes en los que los chinos ganaban. Ahora me conozco a un montón de halteras, judokas, tenistas de mesa, tiradores… ¡todos chinos!"

Y a los palistas. Sobre todo a sus compañeras del K4, que no sólo lograron las mínimas, sino que a punto estuvieron de sorprender con una máxima, una medalla birlada por poco en la final. "En el recorrido de la carrera había un giro que cambiaba el viento al costado, de modo que había calles que se veían perjudicadas. En la semifinal intentamos no ser las primeras para evitar así esas calles. Cuando vi que íbamos primeras, paré, y la compañera de detrás gritó un ¡pero qué hacéis! Pese a parar, la inercia nos llevó a un puesto desfavorable para la final. Aquel viento lateral era muy molesto".

Igualito que el calmo Guadalquivir, lugar de entrenamiento de Beatriz y también su otra patria en la versión fluvial del pirata mar de Espronceda. La palista sevillana, sin salir de casa, puede saber del estado del río desde la terraza, "así veo cómo se despierta todas las mañanas". Como para olvidarse una de su patria, pensará Beatriz, si vive justo enfrente de la glorieta que llevará su nombre para la posteridad. Pero los escarceos de Beatriz con la inmortalidad bien merecerían otro rato.

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