La Liga de Tebas pierde kilos y empatía

El clasismo siempre ha existido en el fútbol español, no tanto el desencanto de una afición ninguneada

Javier Tebas, en una reciente entrevista a la Agencia Efe.
Javier Tebas, en una reciente entrevista a la Agencia Efe. / Fernando Villar (Efe)

27 de julio 2025 - 22:06

SI la envidia es el pecado capital español, enfoquemos con la mirada más insana posible a la NBA y sus siete campeones distintos en las últimas siete temporadas. La Liga de Tebas es tan rígida como las castas indias. Hay dos omnipotentes privilegiados a los que todos, medios incluidos, rinden pleitesía, aunque uno de ellos hoy esquive acreedores; un estrato abajo mora ese Atlético más ambicioso y opulento de lo que su imagen de barrio quiere hacernos ver (153 millones de euros se ha gastado ya este verano) y que está dispuesto a asaltar la banca si los dos sobrehumanos se equivocan a la vez, como ha sucedido dos veces con Simeone al mando. Y el resto son meros figurantes, cooperantes necesarios. Como ese terrateniente que obliga a su criado a sentarse a la mesa para completar los jugadores de una timba de cartas.

Hace más de veinte años que un cuarto participante, el Valencia, alzó la Liga. Tampoco vamos a romantizar aquella época. Los ricos siempre han espigado la Liga recién acabada y se han llevado lo mejor de cada casa. En los noventa, el Barcelona se llevó de golpe a Bakero, Begiristain y López Rekarte de aquella Real Sociedad a la que había ganado la final de Copa unos meses antes.

La gran diferencia, primordial, es que al zoco del fútbol español se ha sumado un ejército de pretendientes extranjeros que en sus países ejercen de parias, como el Betis o el Sevilla aquí, pero que lucen un músculo financiero que ya quisieran nuestros dos clubes.

Tebas saca pecho cuando comparece y escupe datos, pero el aficionado medio siente que la Liga adelgaza cada vez más y que encima, todas las decisiones se toman en función de quienes inyectan el grueso de euros, las cadenas televisivas, desoyendo a quienes deben ir a las siete de la tarde de agosto a un graderío. El problema es que ese aficionado tan desencantado es como aquel currista que un día le gritó al genial Faraón en uno de sus días oscuros: “¡Curro, el año que viene va a venir a verte tu madre... y yo!”.

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