celta · el otro partido

Un modelo reinventado

  • El Sevilla que casi se hipotecó por un ariete como Llorente no se podía ni imaginar que tocaría ya otra final matando a su enemigo al contraataque.

No me digan más. Que me expliquen que a Unai Emery, allá en verano cuando en La Manga veía entrenar a Immobile y a Juan Muñoz y pedía al consejo de administración un esfuerzo más para el fichaje de Fernando Llorente, se le podía pasar por la imaginación que su Sevilla se plantaría en una final -Dios mediante- jugando al contraataque. Es la prueba de que el modelo reinventado siempre mejora al modelo preconcebido. O el estilo, para no herir a aquellos que hacen distingos entre modelo de juego y estilo de juego (o esquema y sistema), que, dicho sea de paso, es verdad que tampoco no son lo mismo.

Todavía menos en este Sevilla que lo mismo enciende las redes sociales con ingeniosas frases de los más descontentos que todo el estadio con los móviles de esta misma legión de inconformistas.

Laterales que no son laterales sino centrales imperiales sempiternamente criticados o carrileros que por doblar, doblan hasta el banderín de córner. Jugadores que llegan un día sin ser nadie y que se meten en una final detrás de otra con el brazalete de capitán en el brazo. Le empiezan a faltar dedos de una mano para contarlas, pero siguen siendo objeto de desaires por parte de un sevillismo que se cansa de ver las mismas caras más de dos temporadas. Delanteros de los que auguraban que no jugaría más de cuatro partidos seguidos por culpa de inevitables lesiones musculares y que van camino de igualar los números de Bacca, ese depredador al que tanto se echaría de menos; uruguayos que tenían un pie en el enésimo quirófano; franceses larguiruchos tildados de "pavas"; porteros que no valían ni para el Sevilla Atlético o argentinos que claudicarían a la dolce vita sevillana con un prometedor currículum de incidentes extradeportivos allá por donde pasaron...

Éste es un Sevilla reinventado. El Sevilla que se hipoteca con dos cracks mundiales que ni por asomo tienen sitio en el once titular, el Sevilla que tiene una afición que es capaz de reírse de sus propios futbolistas, pero a la que después le falta el tiempo para reservar su sitio en una final y darse de hostias por hacerse una foto en el hall del hotel con esos mismos héroes repudiados.

Es un Sevilla reinventado. Reinvantado una vez hace ahora diez años por Monchi -¿y por qué no decirlo también bien fuerte?- por José María del Nido. Reinventado un día por un tal Juande Ramos y vuelto a reinventar por otro tal... un tal Unai Emery que tantas cosas tuvo que leer y oír y que no tuvo una mala palabra hacia nadie. Y reinventado otro par de veces por José Castro, el presidente de la grandeza por la vía de la mesura.

Esto es un equipazo, un equipazo reinventado... Que se alimenta de sí mismo, que deglute durante los primeros meses de cada temporada un bolo alimenticio de grosor y sabor muy distinto del que después es capaz de paladear y saborear.

No piensen cómo lo hace. Es un misterio. O no, porque hay un equipo de trabajo que no levanta la cabeza cuando las nubes son grises ni cuando sale el sol. El éxito sale del trabajo, y el trabajo sale con la cabeza hacia abajo. ¿Es fácil? A ver qué reinventan otros.

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