Una orquesta a la que aún le faltan acordes por pulir

El otro partido

El Betis logra en Mendizorroza, con sufrimiento, la quinta victoria consecutiva ante un Alavés que vendió cara su derrota Rubén Castro y Molina no fallaron a su cita con el gol

Rubén Castro festeja el pitido final del árbitro sobre el césped de Mendizorroza.
Rubén Castro festeja el pitido final del árbitro sobre el césped de Mendizorroza.
Víctor Navarro

26 de abril 2015 - 05:02

Si se tuviera que comparar al Betis con una canción, el abanico de opciones sería inmenso. Existirían muchas opciones para definir a un club con tantísima historia, con una enorme afición, respetada y admirada por donde va, y con una idiosincrasia tan particular como de la que presume el equipo de las trece barras. Pero en este momento seguramente al bético se le venga en la cabeza un clásico noventero de un grupo valenciano llamado Presuntos Implicados, que rezaba eso de "cómo hemos cambiado...".

Y es que mientras los futbolistas verdiblancos escribían sobre el tapete de Mendizorroza los acordes relativos a una nueva victoria, coordinados gracias a un director de nivel como es Pepe Mel, los aficionados béticos seguramente no olvidarán a ese otro director de orquesta que pasó por el Villamarín a principio de temporada y que salió escaldado y por la puerta de atrás después de caer precisamente ante el Alavés en la primera vuelta de la presente campaña. Porque sí, porque como susurraba con esa melódica voz Soledad Giménez, "...qué lejos ha quedado aquella amistad".

Un sustancial giro de 180 grados que ha dado con el equipo más líder de la Liga Adelante y que prácticamente acaricia con la yema de los dedos el regreso a Primera. Las fechas del calendario van cayendo y las fechas para cantar el ansiado ascenso parecen estar cada vez más cerca tras un pésimo inicio de año. Los instrumentos por entonces parecían oxidados, inútiles en manos de un jefe que no era capaz de exprimir a cada uno de sus primeros violines, ni clarinetes, ni contrabajos.

Por suerte todo cambió. Bien es cierto que al director todavía le quedan algunos instrumentos por pulir para hacer que la orquesta termine de sonar bien, al unísono. Pero cuanto menos, las guías sí están marcadas y el diapasón ya indica el nivel de afinamiento de los músicos. Al compás marcado fueron los verdiblancos ayer en Vitoria para conseguir firmar la quinta sinfonía en forma de quinta victoria consecutiva, una obra que comienza a endulzar el oído del aficionado, que cada vez siente más suya la composición.

Sin embargo, y como suele ocurrir con los proyectos más ambiciosos, la presión bien estuvo a punto de tirar al traste el trabajo. El público, feroz con la actuación de los verdiblancos, parecía morder cada vez que uno de los suyos se acercaba a la meta de Adán. Sin embargo, cuando no era el meta madrileño el que detenía las acometidas del cuadro vasco, los palos, a modo de bombo, hacían que la sinfoníabética sonara mejor.

Dos artistas de la talla de Jorge Molina y Rubén Castro, fieles a su cita, supieron salirse del estilo marcado e improvisar, a base de goles, dos actuaciones que se enmarcaron al compás de lo que Mel ansiaba para su orquesta. Dos chispazos mágicos, dignos de los mejores, que dieron brillantez a la obra.

Bien es cierto que la quinta sinfonía verdiblanca pudo irse al traste en los últimos minutos porque los béticos demostraron que todavía les faltan algunos defectos por pulir, como saber cerrar los encuentros cuando el rival aprieta. Porque Mendizorroza y el Alavés apretaron de lo lindo.

Pero para linda y bonita la melodía que suena cada quince días en el Villamarín: "Volveremos otra vez". Y ese día, por suerte para la orquesta, cada vez está más cerca.

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