Economía

El sanchismo radiactivo

  • El PP aprovecha los errores del PSOE y logra anticipar un nuevo ciclo político situando a Sánchez como el eje del mal que estimula a sus votantes

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez / Mariscal / Efe

En política los errores se pagan pero no siempre se cobran los éxitos. Pedro Sánchez ha puesto el cuerpo donde otros ponen la muleta quizás porque intuía el cataclismo y era una estrategia de todo o nada; o porque sabía que con independencia del resultado él iba a ser el responsable primero y último. O incluso porque cierta desorientación egocéntrica le ha jugado una mala pasada, opacando y menospreciando la fuerza local del PSOE y el trabajo de sus propios candidatos. Sea como sea, hoy lleva cornadas con varias trayectorias difíciles de suturar. Se la jugó y ha perdido. Hacía años que el PSOE no sufría un correctivo de este calibre. El resultado es que la derrota contundente queda asociada de forma inminente a su figura antes que al PSOE, lo cual tiene una importancia relativa si reparamos en que hoy el PSOE es él; y sobre todo, una trascendencia mayúscula si convenimos que quien va a sufrir en el futuro será la marca con él o sin él. El 28-M tiene consecuencias más profundas que la alternancia en el poder.

Errores y castigo

Los errores de la legislatura –especialmente los pactos con ERC y Bildu y las decisiones asociadas– lo han machacado. Quejarse de la campaña sostenida en su contra desde el minuto uno –okupa de la Moncloa, gobierno ilegítimo, amigo de terroristas– es absurdo aunque tenga razón porque además el troleo no traerá nada bueno a nadie aunque hoy ofrezca plusvalías electorales. Pero la política pega duro en las partes blandas. ¿O qué esperaba? ¿baño y masaje en el siglo de la política en el fango? Resultado, España se divide hoy en tres: los que odian a Sánchez desde mundos ajenos al PSOE, que son mayoría según las urnas; los que lo apoyan –que han sido menos según las urnas –; y los que lo odian desde el socialismo clásico y las otras izquierdas. Tres tercios como tres tristes tigres, un trabalenguas cacofónico. Y así es imposible ahormar mayorías. Salvo que exista una cuarta columna silente y abstencionista que decida salir de la cueva y votar harta de estar harta y callada. Difícil parece.

La gestión como atenuante, no como éxito

No han tenido premio las políticas de blindaje social y económico a los más vulnerables durante la pandemia y el alza inflacionista, ni los datos históricos de creación de empleo (va para medio millón), ni la ley de la vivienda, ni la reforma de las pensiones (11 millones de pensionistas han visto como su pensión subía un 8,5%), ni la subida del SMI (2,5 millones de trabajadores han experimentado un incremento de sueldo desde los 735 euros a los 1.080 en cinco años), ni que 600.000 hogares perciban el ingreso mínimo vital o 1,4 millones de ciudadanos reciban el bono eléctrico o haya dos millones de bonos de Renfe bonificados. Estas cosas antes contaban para ganar y perder elecciones. Recuerden: solo “el tocar o no tocar” las pensiones argumentaba un triunfo o una derrota. Más allá del troleo, estos son datos. Y aunque no hayan tenido premio directo es posiblemente lo único que explica porqué el PSOE ha caído solo 400.000 votos y ha resistido porcentualmente mejor de lo que lo habría hecho sin esos aciertos en su haber. Desde luego, es más fácil votar contra Pedro Sánchez que contra todos esos logros.

Ese blindaje ha sido un éxito que perpetúa el significado de un estado basado en el bienestar social y se opone a cómo el PP resolvió por la vía contraria –austeridad, recortes de derechos, el fin de la sanidad pública universal– la crisis de 2008. Esa gestión le ha parapetado en cierta medida, pero no le ha permitido ganar las elecciones por el pequeño detalle que el PP y VOX han incrementado sus votos en tres millones.

Leyes de trinchera

Ese despertar del voto de derecha y ultraderecha es también consecuencia de la sobrexposición ideológica de cuanto ha hecho el Gobierno. Obvio que las decisiones de un Ejecutivo no son epistemológicas, no son fruto de la reflexión científica ni de un pensamiento abierto, sino de su ideología. Pero eso no obligaba a vender cada ley como un triunfo de trinchera. Los ciudadanos hubieran interpretado y valorado mejor los avances como un compromiso por resolver sus necesidades antes que como un éxito del bien sobre el mal. Ha faltado serenidad y sentido práctico de la gestión y ha sobrado sobrecargar las tintas. Esa ha sido una de las aportaciones más destructoras y contaminantes de UP en el Gobierno: la desinstitucionalización y el sectarismo.

Dada la contundencia y uniformidad territorial del resultado nadie podrá discutir que estas elecciones se han disputado bajo el influjo radiactivo de haber colocado al llamado sanchismo, a la Moncloa y a sus aliados como el eje del mal.

El sanchismo: el odio como combustible

El sanchismo es para el PP un ariete para recuperar el poder. Para el PSOE ha sido una forma de hacer una política nueva, con menos miramientos en los pactos y sin complejos en aliarse con partidos que a la vez que te apoyan te destruyen. Para muchos ciudadanos el sanchismo se hace carne con facilidad: Pablo Iglesias, Montero y Belarra, Rufián, Ada Colau y Otegi. El sanchismo es el nombre exacto de todas las cosas, esa juanrramoniana manera de definir la compleja relación entre el lenguaje y la realidad. El exacto nombre de las cosas malas, claro. Los otros son gentes que están en otra orilla, lo contrario de las gentes de bien, sujetos que no merecen el respeto político de esos votantes. Y son una bomba electoral sin espoleta. Es de hecho una fórmula que el PSOE no puede volver a repetir. Deberían abandonar los socialistas la errática ansiedad de alcanzar el poder a cualquier precio, y replantear un proyecto de partido que reconecte con la sociedad, que establezca con claridad sus límites y prioridades para tener opciones de gobierno en el futuro y seguir siendo útiles a la sociedad. El PSOE anda hace muchos años con problemas serios. El llamado sanchismo y su acceso al Gobierno ha ocultado la crisis de fondo porque el poder todo lo tapa y es una argamasa natural. Pero ese elefante lleva demasiado años en la habitación socialista.

Huérfano de Contemporaneidad

Interpretar bien la contemporaneidad política es importante. Las turbo-revoluciones paradójicamente pueden devenir antiguas. El PSOE debería hacerlo. Esa reformulación tampoco pasa por una apelación a las esencias felipistas: cada partido tiene su momento y la política es dinámica. Y en estos tiempos, espídica. Aunque tampoco se construye nada haciendo una enmienda a la totalidad de lo que ha construido el PSOE desde la transición. El cambio de paradigma político es evidente. Todo se ha simplificado y hay una nueva correlación del voto –obreros que votan a Vox– que ya no obedece a las correspondencias ideológicas del siglo pasado. Al juego de ejes populistas (los de arriba contra los de abajo, los nuevos contra los de siempre, los explotados contra los explotadores, nosotros contra ellos, los honrados contra los corruptos) se ha sumado Feijóo con un eje más sutil que un día formuló por error: la gente de bien contra la gente de mal. Esa es la clave. Gente fiable contra gente no fiable. Una vez más, las emociones por encima de las razones. Encontrar el antídoto racional es tan importante como hacer que la gente te vote por las emociones correctas.

Contundente correctivo

El resultado del 28-M no admite dobles interpretaciones. Los porcentajes y los números exactos de la catástrofe no importan más a que los estrategas del clavo ardiendo. Las elecciones se miden en poder. Y el poder acaba de quedárselo el PP, con un Núñez Feijoo que parece desde el domingo un líder intratable, curado de errores y al fin indiscutido. Las alfombras rojas que esperaban enrolladas a que se disiparan las reticencias ya lucen estiradas y tersas esperando a ser holladas por el líder gallego. Así es la política.

Las tres ciudades más importantes que gobierna el PSOE son Vigo, Elche y Hospitalet. Ha perdido nueve gobiernos regionales. Le queda Castilla-La Mancha (que es de Page, no de Sánchez), Asturias (hasta ahora, pendiente del recuento del voto exterior) y Navarra (donde ha sido solo el segundo partido más votado) si pacta el apoyo de Bildu. De entrada, el PSOE ha dicho que no apoyará a Bildu en la alcaldía de Pamplona, con reproches públicos de Otegi, quien les ha recordado que llevan cuatro años colaborando, como ocurre por cierto en otros ámbitos vascos con el PP. En este camino se han quedado miles de candidatos que se han esforzado en su gestión local y no tienen responsabilidad alguna en este arreón. En las anteriores convocatorias (Galicia, Madrid, País Vasco, Castilla-León y Andalucía) ya le había ido al PSOE de mal en peor. O sea, sorpresas, las justas.

Cambio de ciclo

El cambio de ciclo político total parece ya irreversible. El “parece” es un verbo talismán para el análisis político, un blindaje. En cualquier otro orden de la vida podríamos eliminarlo y darlo todo por hecho. En 1995 el PP ganó las elecciones municipales aventajando al PSOE en un millón de votos. Los socialistas perdieron medio millón de sufragios, cifra similar. Un año después Aznar ganaría las elecciones con 156 diputados. Desde 2011 con Zapatero el PSOE no era zarandeado en las urnas con tanta saña. La emoción mueve el voto, no la razón. Es un principio básico que se olvida muchas veces. Y la emoción va ahora a favor del PP, con contundencia y vaticinando más éxitos electorales.

Huesca como paradigma

La desaparición de Cs –que ya está en el montón de los trastos viejos de los baratillos– ha engordado la cuenta de resultados del PP por la vía directa. Una transfusión de votos en términos electorales y un regreso a casa desde el punto de vista de la sociología. Esa era la fácil, le venía de cara a Feijóo.

La fragmentación infantil de la izquierda a la izquierda del PSOE es la otra explicación al abrupto resultado. El paradigma de cómo esa insensata incapacidad de coser acuerdos es el camino cierto al fracaso es el caso de Huesca. El PP ha recuperado la alcaldía tras haber sumado 1.500 votos más que en las anteriores por la caída de Cs. Pero concurrían 11 formaciones. La izquierda al margen de los socialistas concursaba en cuatro listas que han sumado apenas 4.500 votos entre todas. Acaparan el 17,88% de los votos y no han conseguido un solo concejal. Pues eso. Vox, a la espera

Abascal se ha anudado la servilleta al cuello y espera para digerir un bocado mucho mayor que el de Castilla-León. Tiene la llave directa que abre el poder al PP en seis autonomías y treinta capitales. Aunque de forma imprescindible los populares los necesitan en Extremadura y Valencia; en Valladolid, Burgos y Toledo. En el resto puede servir que se abstengan. Es aquí donde se la juega Feijóo. Es aquí donde va a dibujar su proyecto de país y establecer sus límites. El adelanto electoral lo obliga a retratarse sobre todo en los ayuntamientos. En las comunidades puede practicarse cierto filibusterismo y proponer votaciones fallidas hasta que pasen las generales. Pactos masivos con Vox es lo que espera el PSOE para incendiar las elecciones de julio. Otra cosa es que le funcione, pero es su estrategia. Justo cuando Feijoo necesita ganar tiempo. O algo más fácil: decidir que renuncia a Vox. Pero no parece que vaya a ocurrir. De momento la candidata extremeña, que acaricia el poder, ha dicho que se repiten las elecciones antes que renunciar al apoyo de Vox y dejar la región en manos del PSOE. Tensiones difíciles de resolver a dos meses y medio del asalto final.

Vox se volvió paisaje

Vox está cada vez más naturalizado. A muchos ciudadanos ya no les da miedo. Quizás hasta que gobiernen, porque no engañan a nadie. El candidato de Vox en Extremadura ya ha anunciado por donde pasa cualquier acuerdo con ellos: instaurar “un orden moral y socioeconómico”, desterrar al socialismo y el comunismo, enterrar la “ley bolivariana de vivienda” y acabar con el aborto –desde Mérida– y no considerar “un colectivo” a las personas LGTBI.

Sin embargo, los de Abascal han empezado a formar parte del paisaje. Asustan mucho menos. Y sobre todo hay muchos votantes que prefieren a PP+ Vox (Pox) antes que votar por el tren del horror repleto de independistas y abertzales. Porque la idea fuerza que se ha impuesto es que Sánchez viene de nuevo con la misma troupe. Y eso fertiliza el voto a la contra.

Cómo estará la cosa cuando en esta disyuntiva tanta gente elige el caos convencidos de que el suyo es mejor que el otro caos. El 28-M como entremés del 23-J. Con consecuencias para Feijoo, el PP y España, igual que las ha tenido el 10-N del 2019 de Pedro Sánchez.

En busca de la España airada

Es de suponer que Sánchez ha medido bien las consecuencias del adelanto electoral a julio. Un adelanto a la desesperada tras una derrota es un mensaje de debilidad y el último recurso de la táctica. Puede que haya tratado de evitar que en el larguísimo camino a diciembre el PSOE saltara en pedazos. Puede que el objetivo sea llevar la campaña electoral al escenario en el que el PP estará dirimiendo sus acuerdos para gobernar comunidades autónomas y ayuntamientos con el objetivo de enfrentar a los progresistas a una decisión mayor: o POX o PSOE. Sobre esta estrategia tuvimos noticia en

Andalucía y Juanma Moreno obtuvo una mayoría absolutísima. Si eso ocurrió en una tierra que ha sido refractaria a las derechas, qué puede ocurrir en el resto del territorio, en la mayor parte del cual Vox se ha naturalizado. El adelanto es un último recurso a la revancha más que una segunda vuelta de las municipales. Apela a los progresistas para que piensen bien lo que viene por delante. Una llamada urgente y postrera a una España airada que ni siquiera sabemos si existe. No parece que esté España para tacticismos.

La izquierda a la izquierda está para sopitas

A la vez que adelantaba las elecciones, Sánchez no formuló anuncio alguno de rectificación o cambio de rumbo por lo que las claves que lo han llevado al fracaso permanecen intactas. Y aunque lo hubiera hecho no hubiera tenido credibilidad, un atributo que tiene muy gastado a estas alturas. El voto de quienes votaron a PP y Vox solo puede crecer. Estimular a los abstencionistas siempre es un trabajo duro y de resultado exiguo, salvo que se trate de un rescate masivo. Quizás el mayor riesgo del adelanto es que mantiene caliente la sobreexcitación electoral de quienes quieren acabar con el sanchismo. Casi se diría que les adelanta el festín final.

El adelanto, a la vez, opera como un purgante para Podemos y Sumar. Podemos se ha desplomado: no solo ha reducido a la mínima expresión su representación institucional territorial, sino que además ha perdido influencia y capacidad decisoria para armar gobiernos. Sumar no se presentaba formalmente pero Yolanda Díaz había apoyado a cuatro proyectos y a los cuatro les ha ido mal: Colau, Compromís, Más Madrid y La Chunta aragonesista. Están para sopitas. Urgidos a un acuerdo y rápido, aunque solo sea de circunstancias. España, siempre en su laberinto.

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