Puerta de los Palos

Los dos granos de café

  • Siempre echaremos de menos esos grandes días en los que Joaquín Sainz de la Maza lucía unos pasadores muy cafeteros

Joaquín Sainz de la Maza, en la sede del Consejo de Cofradías

Joaquín Sainz de la Maza, en la sede del Consejo de Cofradías / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

Guardaremos en el altillo de la memoria la llamada de teléfono, los mensajes y el espíritu de superación que demostró durante todo su padecimiento. Pero también tanta alegría, tanto entusiasmo y tanta hiperactividad exhibidos durante años. No paraba ni en agosto, cuando una mañana nos visitó en el periódico. La redacción estaba en soledad. Sólo se oía el chorro del agua fría del depósito. Estaba recién llegado de Letonia, de visitar a un familiar. “Mira, hay que pensar ya en los pregoneros. Tengo claro que un año lo será tu compañero Alberto. Pero necesito nombres de mujeres. Piensa alguno y me dices”. No le dijimos uno hasta pasados bastantes días. Cpn el tiempo dejó encarrillado el nombramiento de Charo.

Se salió con la suya, cómo no. Como cuando años antes implantó las nazarenas en la Macarena y apareció en los telediarios nacionales. ¡Cuánto ayudó en aquella empresa el inolvidable Juan Garrido! Sainz de la Maza, ‘Catunambú’ para su amigo Cabrero, sabía con precisión quién era el ayudante idóneo para cada objetivo.

Jamás olvidaremos que en los días grandes lucía unos originales pasadores de oro: granos de café para cerrar cada puño doble de la camisa. En Semana Santa, en Feria, en celebraciones especiales. Si llevaba esos pasadores, buena señal.

Siempre lucía sonrisa de recién afeitado. Juvenil. Como en aquellas tardes de penitente en Los Estudiantes en compañía de su amigo José León-Castro a finales de los años sesenta. Joaquín tenía entonces 17 años. Era un joven osado que prometió que siempre llevaría una cruz más que su amigo. El problema es que León-Castro decidió llevar tres. Y Sainz de la Maza no tuvo más remedio aquel año que portar cuatro. Aquella noche del Martes Santo hubo dos penitentes tirados en el patio de una facultad. Estaban destrozados. La promesa quedó rota aquel mismo día. Excesos de juventud.

Nada terrenal le fue ajeno nunca. Siempre sirvió a la Iglesia, siempre. Que había que poner orden en una hermandad de gloria, allí estaba Sainz de la Maza. Que había que presidir Manos Unidas necesitada de un impulso, allí estaba Sainz de la Maza. Que había que dar el paso al frente en el Consejo, se le pedía en privado y allí estaba Sainz de la Maza. Tenía un hondo sentido de la eclesialidad, además de conocimiento de las Escrituras, la liturgia y hasta de la curia poco comunes en un cofrade. Siempre estuvo por encima de la media y siempre fue discreto al respecto. Dos veces almorzamos en sus últimos meses y nunca se quejó. Ni un lamento. Hablamos, brindamos y reímos. Demostró ser de la Esperanza cuando de verdad tiene mérito serlo y parecerlo.

Sainz de la Maza en su etapa de hermano mayor de la Macarena Sainz de la Maza en su etapa de hermano mayor de la Macarena

Sainz de la Maza en su etapa de hermano mayor de la Macarena / M. G. (Sevilla)

Hoy lo veo en el atrio con la chaqueta reposada sobre los hombros, un peinado perfecto, una chalequillo-rebeca sin mangas y un cigarrillo con boquilla. Declina la cerveza que le ofrecen porque en unos días tiene análisis y le gusta sacar buenas notas, como en la Facultad. Lo veo con Cabrero camino de casa de Antonio Castro, con Criado en el barco surcando las aguas de la Costa del Sol, con Manolo García por San Luis, con el palermo en la procesión extraordinaria que llevó a la Virgen a la Plaza de España, con Moeckel en Robles... Lo veo saliendo del Palacio Arzobispal junto a Antonio Piñero, en la barra del Oriza después de la función principal de Los Estudiantes o en ese patio del Alfonso XIII donde tantas veces reposaba en los años de hermano mayor.

Nunca fue un pusilánime. Gastaba ímpetu y carácter en una tertulia si era necesario. ¡Cómo olvidar cuando cedió el manto camaronero para una exposición organizada por este periódico en sus inicios! Aprendió de Pablo-Romero a invitar a las bajadas de la Virgen a quienes tenían pesares o dudas de fe. En sus últimos años se cuidó más que nunca y se quitó de fumar, pero, ay, la enfermedad le pegó un arreón. Joaquín se echó a morir con 71 años. Joven para muchas cosas, ¿verdad?. Con serenidad hasta en la última de sus apariciones.

Siempre se le notaron la formación y la educación, la ironía, la risa pícara, el juego con los tonos a la hora de recalcar mensajes directos e indirectos, la mirada, los gestos... Debió ser uno de los grandes presidentes del Consejo. Estaba llamado a serlo y a permanecer muchos años en el cargo, como le ocurrió con la Macarena. Pero no pudo ser, lo tuvo que dejar. Y lo hizo como siempre: con esa serenidad de nazareno macareno que aguanta un parón en silencio a la espera quizás de recibir alguna visita que alivie la soledad.

Sainz de la Maza sirvió más a la Iglesia que a las cofradías. Y sin ser un beatón, ni un servil. Lo veo, lo seguiremos viendo en el atrio que nos une, en el almuerzo del Homo Cofrade, en el Plata, en la lonja de la Universidad donde dejó su juventud de estudiante y un día de mayo tuvo la dicha de fundir sus devociones:la Buena Muerte y la Esperanza.