El Fiscal
El sueño cumplido de un arzobispo
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La Macarena ha creado un área para formar y educar en salud mental, un proyecto pionero que trata de dar respuesta a una nueva realidad, un ejemplo de hermandad en vanguardia, proactiva y que procura estar con los tiempos. Como lo estuvo el Gran Poder al fundar su ejemplar bolsa de caridad, gracias a la que tantas personas reciben un asidero para no caerse o una mano que les ayuda levantarse, o el Buen Fin con el centro de estimulación precoz donde tantos niños logran no quedarse atrás en la sociedad de las prisas y el culto a lo funcional. Un día nos explicaron en Cáritas que la caridad se puede y se debe practicar de múltiples formas. "A veces se trata de acompañar a una persona a comprar la tarjeta mensual de Tussam, porque hay gente que se bloquea y sufre. Y las acompañamos en esos trámites", nos precisó un responsable. El ruido de las procesiones extraordinarias no deja ver muchas veces la gran labor de caridad de las cofradías, que se quiere reducir maliciosamente a solidaridad o asistencia social. ¡Cuidado con la batalla del lenguaje! El mensaje de José Antonio Fernández Cabrero fue rotundo y hermoso al presentar junto a los expertos el nuevo programa de la hermandad: "Nos disponemos a vivir en 2025 el Jubileo de la Esperanza, qué mayor compromiso con la esperanza que devolvérsela a los hermanos que la han perdido".
De especial importancia. A menos de un mes de la gran procesión magna, con tantas imágenes recorriendo las calles desde que concluyó la Semana Santa, con tantos pasos sin sagrados titulares que son trasladados ya montados para posteriores regresos triunfales y, no se olvide, con tanta luz navideña ya colocada para el fomento del consumo, resulta especialmente relevante el anuncio del programa de salud mental de la Macarena. Por eso también es fundamental la obra social del Congreso que consistirá en ese centro de primeras atenciones a las personas sin hogar en la calle Don Remondo. ¡Una iniciativa valiente del señor arzobispo! Hay 800 personas sin techo en Sevilla, un dato que quizás mucha gente ignora. El abuso de las procesiones extraordinarias no es tanto de logística para la ciudad, que lo es, ni de pérdida del sentido de lo extraordinario, que hace tiempo se perdió; sino de riesgo de quedar definitivamente instalados en un peligroso vacío, una permanencia en la fatuidad del tachiro y una adicción las procesiones normalizada y naturalizada. Los proyectos de caridad a la vanguardia son, al menos, un contrapeso. Nunca han debido tener las cofradías complejo alguno en el culto público, una de las principales razones de su ser, pero la coyuntura actual, que ancla sus orígenes en los años posteriores al estadillo del boom de principios de los noventa, está absolutamente pasada de rosca. Y el problema es que procesiones que verdaderamente estaban llamadas a ser extraordinarias han quedado fagocitadas por el contexto del abuso. No hay mala fe en ninguna instancia, eso lo damos por hecho. Hay un criterio que conviene corregir cuanto antes.
El papel del Ayuntamiento. Los enfrentamientos entre el cabildo municipal y el eclesiástico son historia de la ciudad. No hay ninguno ahora mismo, pero el alcalde ya ha advertido que pasado el Congreso habrá que sentarse entre las partes implicadas para poner coto a la situación actual. El mando en la páctica lo tiene el señor arzobispo, no le quede duda alguna a monseñor Saiz. Porque el alcalde, que tiene razones sobradas para exponer su inquietud sobre el particular, no se atreverá jamás con las cofradías. Y menos cuando el tiempo de las elecciones se aproxime (tic-tac) y vaya necesitando la paz que ansiaban los emperadores romanos para perpetuarse en el poder. Oseluí tiene demasiados frentes abiertos, algunos preocupantes. Las cofradías alegarán la libertad de culto, la autoridad eclesiástica expondrá que no se pueden prohibir las procesiones porque la normativa diocesana al respecto no las impiden si se cumplen determinadas condiciones. ¿Y qué dirá el gobierno municipal? Que esto es un desmadre. Pero también lo es el turismo, el número de veladores que invaden el espacio público (¿Se han fijado en la Plaza del Cristo de San Agustín?), la Navidad laica en la calle que obligó el año pasado al aforamiento prematuro de los alrededores del Ayuntamiento , los bares que se multiplican como hongos, las ratas que te las cruzas ya por calles del centro alejadas del río y a las que solo les falta saludarte, etcétera. ¿Cuál es entonces la solución? Una autorregulación de las cofradías a la que debe exhortar la autoridad eclesiástica. Y conste que el señor alcalde en este caso tiene razón. Pero tienen que ver estos ojos que Oseluí ponga el freno. Tururú.
La fecha del fin. Dados los compromisos ya adquiridos, el fin de los excesos debe quedar fijado a finales de 2025. No podemos vivir en un continuo estado de pos-pandemia, porque aquello ya pasó. No podemos forzar más santos entierros magnos en un buen número de años, no podemos acostumbrarnos a ver medio Domingo de Ramos en noviembre por más que sea un compendio de belleza. Esto no es el cambio de guardia del Palacio Real británico, que siempre se celebra para atractivo de los turistas. ¿Se dan cuenta, por cierto, que decaen las procesiones que llevan la comunión a los enfermos mientras se disparan las de los pasos de Semana Santa todo el año, en diferentes modalidades y hasta en ciudades como Roma? A lo mejor hemos perdido definitivamente el encanto de la espera, el disfrute de las cosas a su tiempo, el dejarnos sorprender con el inicio de una Semana Santa al toparnos con el primer nazareno en un barrio de las de vísperas o en el Porvenir, que cada cual elija el modelo. No es ser pesados con las teorías del exceso, es demandar la mesura, cierto concepto de equilibrio, el sosiego... No es replegarnos, es administrar bien las manifestaciones externas.
El público lo llena todo. Muchos alegan que las procesiones extraordinarias convocan masas de público y la atención de las televisiones locales con retransmisiones ultra-especializadas. No dudaremos jamás del beneficio espiritual que para muchas personas puede tener el encuentro con la sagrada imagen. Ni mucho menos pecaremos de la demagogia populista y barata que clama por la suspensión de una procesión por la tragedia de Valencia. El luto institucional, que es debido, no obliga al impostado ni mucho menos al forzado, salvo que nazca de la propia voluntad de la corporación. Ocurre que muchos censuran las procesiones extraordinarias hasta que es su hermandad la que la organiza. Y nunca olvidemos que vivimos en la era del escapismo y el consumo desenfrenado, máxime si es gratuito. Para los operadores turísticos es un chollo vender el muy barato destino Sevilla (nuestro aeropuerto es de líneas de bajo coste) con procesiones todo el año. El regalo de las cofradías (sin pretenderlo) al Saturno del turismo descontrolado que devora las ciudades es de los que no tienen precio. Uno no está del todo convencido de que la piedad popular sea el dique de contención más certero frente a la Europa laica. Tenemos serias dudas de que lo sea, al menos en estas proporciones desorbitadas que ha adquirido. Pero doctores tiene la Iglesia. O eso queremos creer. Las cofradías se han echado a la calle en toda Andalucía como si no hubiera un mañana.
La Catedral llena. Decía el recordado Cardenal Amigo en las tertulias privadas que los actos del Jubileo de 2000 demostraron que el templo metropolitano se llenaba muchos días sin necesidad de cofradías. Y esa era la fuerza de la Archidiócesis. No era don Carlos sospechoso de no apoyar a las hermandades ni de no coronar dolorosas, precisamente. Aunque tuviera sus cuitas, que las tuvo, es impresionante el legado de afecto y reconocimiento que dejó en las hermandades. Pero se veía conveniente evidenciar que hay otras realidades diocesanas más allá de las asociaciones públicas de la Iglesia que mayor implantación tienen en Sevilla y su provincia. Ayer comprobamos la respuesta de los fieles a la beatificación del Padre Torres Padilla. Y recordamos la reflexión de Su Eminencia. La Congregación de las Hermanas de la Cruz tiene un tirón muy importante. Sin procesiones.
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