Francisco José Espinar lleva más de un año ejerciendo de hermano mayor del Rocío de Pilas. Accedió al cargo en el Corpus de 2019. Durante todo este tiempo ha representado a la corporación en distintos actos y cultos. Cuando llega la romería tiene como principal responsabilidad atender a los peregrinos que acompañan a la segunda hermandad filial desde que sale el jueves hasta que regresa la semana siguiente.
Como en Villamanrique y Almonte, son nombramientos anuales y vinculados con Pentecostés, a diferencia del presidente, que lo ejerce por periodos más largos -de cuatro años, normalmente- y al que corresponden, con su junta de gobierno, las decisiones que se tomen durante ese tiempo.
Ni a él ni a su mujer, Inmaculada Fuentes, se les habría pasado por la cabeza imaginar un Rocío sin romería por una pandemia. Se han quedado en el pueblo y con el único consuelo de las visitas que los vecinos realizan estos días a la inmensa nave agrícola que la familia posee en la localidad del Aljarafe, donde se exponen las dos carretas que ha tenido la hermandad y dos de sus tres Simpecados: el que usan para celebrar la festividad de la Candelaria en la aldea almonteña, de 1941; y con el que peregrinan por estas calendas a la marisma, el cual, por cierto, cuando Esperanza Elena Caro lo bordó en 1973 utilizó para la ocasión el terciopelo que una década antes había empleado para el manto de la coronación de la Macarena.
Es tal la expectación que ha generado esta insólita estampa que no hay quien duda en ponerse la bata rociera para contemplarla. Eso sí, huyendo de las fotos "porque estamos de luto". Un grupo de devotos se encarga de la organización y pide a los vecinos que no se aglomeren en la puerta. Llegan las ofrendas de flores, el canto por sevillanas y la Policía, que dispersa a la población allí reunida para que mantengan "el distanciamiento social" (todo lo contrario de lo que, en circunstancias normales, supone esta fiesta).
El tercero de los Simpecados es el que se custodia en la casa del hermano mayor durante el año que ostenta el cargo. "Se lleva antes del Corpus a la iglesia para la misa de acción de gracias por la romería y al día siguiente se le entrega al nuevo hermano mayor", explica Manuel Anguas, presidente del Rocío de Pilas, quien añade que una de las condiciones que exigen las reglas para desempeñar esta responsabilidad es que se tenga un domicilio "visitable y accesible" para que los pileños puedan rezarle al Simpecado, como ocurre en esta casa cada tarde y en estos momentos, cuando los devotos encienden velas en la ventana desde donde se puede ver al titular de la hermandad, para el que esta familia ha montado un bello pabellón con cortinas verdes.
Este Rocío, sin carretas ni peregrinos, está escribiendo una de las páginas más tristes en la historia de la celebración. También aquí en Pilas, donde, según Anguas, no existen precedentes cercanos de hermanos mayores que se hayan quedado sin romería. Por esta razón, volverán a ocupar el cargo cuando este pueblo se eche a andar el próximo año un jueves de mayo por el camino de Hinojos, el más antiguo por el que han transitado los romeros de la segunda hermandad filial.
Mientras el presidente de la corporación explica los ritos y costumbres rocieros, la Policía pasa de vez en cuando por la zona para vigilar que se mantengan las medidas de seguridad. De la llegada de los agentes se hacen ecos varios pileños a la orilla del Guadiamar, el río que pierde el nombre en un lugar muy concreto: el vado de Quema (Aznalcázar), donde hay reuniones de peregrinos que no se resisten a dejar de pisar estas tierras. Uno de estos grupos lo forman romeros de San Juan de Aznalfarache, que han llegado con sus todoterrenos y disfrutan de unas viandas a la sombra de los árboles. El templete de la Virgen del Rocío está repleto de velas de promesas y flores. Una de las columnas luce un lazo negro, medio deshecho.
Una familia se atreve a cruzar estas aguas tranquilas. Padre, madre e hijos, con sus respectivas indumentarias deportivas de estridentes colores (tan habituales en estos días de desescalada), se mojan los pinreles en recuerdo de otras primaveras en las que el Guadiamar era un fluir de gente, caballos y carretas. "Pues ya hemos pasado el Quema", se dicen entre ellos mientras se colocan, no sin cierta dificultad y haciendo auténticos malabares, el calzado.
Otras dos jóvenes se adentran, tímidamente, en el río. Andan con sandalias, se remangan los vestidos y sacan sus medallas, que sumergen en el líquido elemento para luego besarlas. Acabado el rito, miran al cielo, se abrazan y piden salud para el año que viene. En la otra margen, un niño juega con las piedras en la orilla. Se ensimisma al contemplar su silueta en la corriente mansa, mete un dedo en el agua para deshacerla y sonríe. Ajeno a cualquier atisbo de melancolía. La vida, a esa edad, es un manantial sin recuerdos.
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