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Rocío 2023

El paso de hermandades por Villamanrique: la enjundia rociera

Coria pasa por Villamanrique de la Condesa / Juan Carlos Vázquez

El número siete es mágico en la marisma. Siete son los años que median en los traslados de la Virgen del Rocío al pueblo del que es patrona, Almonte. Siete son los domingos de Pascua que preceden a Pentecostés. Siete los escalones que los bueyes suben para rendir pleitesía a la Primera y Más Antigua de las hermandades, como gusta decir a los manriqueños al referirse a su corporación de cordón rojo. Y siete son también las boñigas de caballo que un servidor pisa cuando Coria entra en este pueblo sevillano, pórtico de las arenas. Perdonen el comienzo tan escatológico, pero en esta fiesta hay que estar mirando al cielo y también al suelo, a lo apolíneo y lo dionisiaco, si usted no quiere que las suelas de sus zapatos queden pringadas de excrementos equinos que alfombran calles y caminos en días de peregrinación. 

El embeleso que provoca la hermandad coriana cuando entra en la antigua Villa de Mures impide fijar la mirada en otra perspectiva que no sea la carreta de plata (cajón les gusta decir a ellos) en la que viene el antiquísimo simpecado. Todo lo que la rodea conforma un bello paisaje costumbrista, sin ninguna pincelada extravagante. La tapia encalada del antiguo palacio en su día habitado por don Pedro de Orleans y doña Esperanza de Borbón (tía-abuela del actual Rey de España), la sombra que aportan sus árboles, las flamencas con la huella del sol ya estampada en sus pieles y la caballería de elegante atavío que dibuja un semicírculo en la plaza principal del pueblo. 

El frescor de los primeros días de este Rocío ha mutado en un calor húmedo que se esquiva desde bien temprano con refrigerios de lo más variado. En algunas casas manriqueñas, a la hora del Ángelus, se toma todavía anís con pestiños. Buenísimos, por cierto. Los ha elaborado Ana Fernández, esposa de Manuel Zurita, historiador y presidente en su día de la Hermandad de Villamanrique, etapa en la que se logró que la Junta catalogara el paso de los romeros por este pueblo como Fiesta de Interés Turístico, declaración que en 2024 cumplirá sus bodas de plata.

Resulta difícil no caer en la gula ante esta tentación de masa frita y miel. Hasta tres pestiños se come el cronista con un sorbo de anís dulce. A todo ello contribuye la estancia donde se degusta tal manjar. Las antiguas vigas de madera del techo, las losas hidráulicas, las paredes encaladas, las sillas de rejilla y la vajilla de la Cartuja. Y ese frescor que desprenden los anchos muros de una casa que cuenta los Rocíos por siglos. 

Zurita recuerda que en la tramitación que hizo en sus años de presidente para que el paso de hermandades obtuviera la catalogación mencionada resultó fundamental el testimonio de doña María de las Mercedes de Borbón, abuela de Felipe VI. En ella narró la importancia de esta tradición que concita cada año a cientos de visitantes para presenciar una de las muestras más auténticas del arte en la doma de bueyes, de la que este pueblo es referente y depositario. 

Hermano mayor y carretero

Las peregrinas de La Puebla del Río bailan delante de la carreta del simpecado. Las peregrinas de La Puebla del Río bailan delante de la carreta del simpecado.

Las peregrinas de La Puebla del Río bailan delante de la carreta del simpecado. / Juan Carlos Vázquez

Villamanrique conserva sus tradiciones a prueba de modas. Este jueves se vive como una larga víspera de lo que acontecerá la madrugada siguiente, cuando antes de despuntar el alba los porches de la parroquia se colmaten de peregrinos para acompañar a su imperial hermandad, como también gusta decir (y presumir) por estos lares. Para la romería de 2023 el cargo de hermano mayor lo ostentan 18 personas. Son Los Niños Desorganizados, nombre que recibe un grupo de sevillanos capitalinos muy capillitas -tanto que tienen el mismo número que los ciriales de la Mortaja (perdonen la pedante intromisión cofradiera)- que suman más de 30 años haciendo el camino con la corporación manriqueña. 

Se turnan a la hora de recibir a las hermandades en los famosos escalones. El padre de uno de sus integrantes fue responsable de que esta reunión de amigos decidiera meterse en las arenas con Villamanrique. "A partir de ahí, nos enamoró esta hermandad, el pueblo y su gente. No concebimos ya una fiesta sin ellos", refiere uno de sus integrantes, quien defiende que "es más fácil organizar a 18 personas que a dos". "Cada uno tiene sus funciones y nadie se mete en el terreno de otro", abunda. Además del honor de ocupar este cargo, el hermano mayor costea algunos de los gastos relacionados con la romería. También ofrenda regalos, como los frontiles bordados de los bueyes del simpecado que estrenarán este viernes. 

Además de hermano mayor, Villamanrique tiene carretero oficial y de promesa. El primer cargo lo ejerce Joselito Larios Suárez y el segundo se cambia cada año. En esta ocasión, "tal honor" -como puntualiza el profesor Juan García, también manriqueño- recae en Juan José Díaz, apodado El Temporal, perteneciente a una saga familiar vinculada desde antiguo a este oficio campestre. 

Por cierto, esta hermandad de cordón rojo es la única a la que se le ha permitido este año llevar carriolas con tractores por la Raya Real, su camino empieza y acaba en esta antiquísima senda, que unía el famoso Palacio de Rey con el Alcázar sevillano, según apunta el historiador Manuel Zurita.

La cima manriqueña

Coria del Río subiendo los siete escalones manriqueños. Coria del Río subiendo los siete escalones manriqueños.

Coria del Río subiendo los siete escalones manriqueños. / Juan Carlos Vázquez

Los manriqueños dejan la charla. Las casas, abiertas de par en par como día grande de fiesta, se vacían porque Coria llega a los porches. Es el momento culmen de la mañana. Se hace la bulla. La refriega de los cuerpos en una mañana de bochorno. Aparece el sudor (el olfato se percata de que el desodorante ha abandonado con premura al prójimo más cercano). De vez en cuando hay que contener la respiración. No importa cercenar el olfato. Ahora debe activarse al máximo la vista y el oído. Delante de la carreta, viene Giuseppe Giordano, un profesor de Etnomusicología ("¡Hay gente pá tó!", como dijo El Gallo) de la Universidad de Roma que vive su segundo Rocío. 

La mole argentéa coriana se planta ante la escalinata más pregonada por estos lares. Lo de ahora es una auténtica hazaña. A Gelves le ha costado. Y La Puebla del Río desiste a mitad de la faena. Pero los del pueblo de los albures alcanzan la cima. El peso de la carreta retumba en cada peldaño. Un laberinto de brazos y manos obra el milagro. Aplausos por doquier. Si la subida fue rápida, la bajada es parsimoniosa, con sumo cuidado, como una caricia entre la madera y la piedra. Una vez en tierra, se escuchan las sevillanas más bien cantadas y bellas de la mañana (otras -todo haya que decirlo- han sido de justificado olvido).  "Y qué misterio tendrá/ este pueblo manriqueño/ que en él me siento en la gloria/ y es como si fuera un sueño/ cuando se presenta Coria", dice la letra. 

Al respetable sólo le salen los vivas. Y seguir el compás -más mal que bien- de las palmas por bulería. Se van los corianos en busca de las arenas. Dejan el regocijo en los adentros y ese pellizco que regalan los romeros con solera. Sin imposturas (por desgracia, tan habitual en esta fiesta). Una satisfacción que hace olvidar el sudor ajeno y el excremento equino en los zapatos. Siempre dicen que pisarlo da suerte. Y este jueves ha habido mucha. Coria y Villamanrique. La fortuna de los pueblos con enjundia rociera.

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