Salida de la Hermandad del Rocío de Coria 2019

El mar rojo de la marisma

  • Este municipio vertebra estos días la Andalucía del este y del oeste

  • Puestos de albures y camarones reciben a los rocieros que llegan en barcaza 

Los peregrinos de Fuengirola desembarcan tras cruzar el Guadalquivir.

Los peregrinos de Fuengirola desembarcan tras cruzar el Guadalquivir. / Antonio Pizarro

El paseo fluvial de Coria del Río es una senda de vida saludable. Chándal y otros atuendos deportivos de difícil clasificación se suceden por la mañana, en cuanto el sol despunta. Los lugareños guardan aún la buena costumbre de saludar a los viandantes, aunque no los conozcan de nada ni los hayan visto antes. Dan siempre los “buenos días”. A lo lejos suena el tamboril. Y la gaita rociera. Son los romeros de Fuengirola que cruzan en barcaza el antiguo Betis.

El Guadalquivir sirve de frontera estos días entre la Andalucía del este y del oeste. Eje vertebrador que cobra en este fiesta su sentido pleno. Todos los caminos acaban en la marisma que ya se presiente en este pueblo donde los albures se venden desde bien temprano. Uno de los puestos ambulantes lo regenta Alejandro, un joven que dejó el colegio hace diez años y que se metió en el negocio del pescado con su padre. Tiene un hablar muy cerrado. Muy de marisma adentro.

El cuarto de kilo de camarones está a tres euros y el medio, a cinco. Son de tamaño considerable. Su olor se aprecia bastante. Resulta inconfundible. Como si se estuviera a pie de playa.

Un yate con pasajeros tomando el sol acaba de atravesar el río. Rompe la tranquilidad de las aguas. Alboroto de olas. Las barcazas se mecen al compás de una marea que inquieta a los presentes. La embarcación de lujo ha hecho del río un mar. Una lancha de la Guardia Civil se va detrás del yate para advertir a su tripulación del peligro que está provocando.

La comitiva romera de Coria atraviesa el centro del pueblo. La comitiva romera de Coria atraviesa el centro del pueblo.

La comitiva romera de Coria atraviesa el centro del pueblo. / Antonio Pizarro

Vuelta a la calma, desembarcan los rocieros de Fuengirola. La carreta de su simpecado lleva atributos marinos. Redes de pescar y caracolas. Una legión de mujeres se colocan detrás. Con sus brazos logran empujarla hasta salvar el desnivel entre el agua y la tierra firme.

Arriba les espera un pueblo que este martes es otro mar. De cordones rojos. Los que cuelgan de los cientos de peregrinos que se echan a andar con una de las hermandades más antiguas. Coria sale poco después de las once y media. Cuando el sol empieza a pegar fuerte. En esa hora incierta entre el último café y la primera cerveza. Le queda por delante un largo recorrido por el pueblo de los samurai: La capilla de la Soledad, la parroquia, el ayuntamiento, el convento de las Hermanas de la Cruz y la iglesia de San José, a la que llega por primera vez este año.

Una peregrina en la capilla de la Hermandad del Rocío de Coria. Una peregrina en la capilla de la Hermandad del Rocío de Coria.

Una peregrina en la capilla de la Hermandad del Rocío de Coria. / Antonio Pizarro

En este largo discurrir el aire se preña de viejas coplas que constituyen una auténtica declaración de intenciones. Una invitación a la aventura: “Coria es diferente, otra manera de ser. Vente conmigo Coria por si lo quieres saber”.

Y Coria se va, con el río a sus espaldas. Con un mar por delante. El de un gentío que pone la alegría al rojo vivo.

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