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Héctor Castiñeira | Enfermero

"A Simón, depende del día, hay que ponerle una plaza o un bozal"

Héctor Castiñeira.

Héctor Castiñeira. / Ángeles Torres

Héctor Castiñeira López (Lugo, 1982) ha sacado tiempo estos últimos años para escribir libros relacionados con su trabajo como enfermero, todos en tono jocoso... hasta que llegó la pandemia. Con el seudónimo Enfermera saturada –porque la mayoría en su profesión son mujeres–, este gallego quiso narrar su experiencia en el 12 de Octubre de Madrid de esta crisis sanitaria desconocida desde hace un siglo. "El primer paciente que atendí con Covid-19 fue el 5 de marzo de 2020. Ésta será una de las fechas que recordaré toda la vida", afirma. No es para menos.

–Ni se le pasaba por la cabeza vivir una situación tan crítica como el Covid-19 cuando se hizo enfermero.

–Para nada. Pensé que sería duro y que alguna vez habría alguna catástrofe o accidente grave, pero jamás esta pandemia que nos ha puesto contra las cuerdas.

–Combatió la primera oleada en el 12 de Octubre y lo plasma en Nosotras, enfermeras (Plaza&Janés). ¿Hay mayor drama que la muerte en soledad en una planta de un hospital?

–Es de lo más duro que he vivido. Los enfermeros estamos habituados a ver fallecer a pacientes pero nunca en soledad. Nos sobrecogió.

–Explica los dramas en el hospital en la primera oleda. ¿Por qué las televisiones nos hacían consumir horas y horas de buenrollismo?

–Hubo una especie de conspiración general para mandar mensajes positivos del tipo "todo saldrá bien". Claro, eso era así si no te contagiabas o no perdías a un familiar. Fue un error no permitir a los medios de comunicación entrar en los hospitales para contar lo que sucedía.

–¿Se sienten leprosos los pacientes del Covid-19?

–Creen que la sociedad los trata como apestados. Es casi como el VIH en los 80. El estigma de "cuidado, que tiene coronavirus". Estamos volviendo a repetir ese tipo de errores de los 80 cuando lo podemos coger cualquiera o incluso tenerlo no significa que seas un irresponsable.

–El personal está achicharrado. Como está el patio en centros de salud y hospitales, ¿no debería ser Enfermera cabreada en vez de Enfermera saturada?

–Pues sí, estamos saturados, quemados, cabreados y sobre todo muy cansados.

–Y no se otea el descanso.

–Ésa es otra, como está la situación prevemos que el invierno va a ser muy duro; ojalá nos equivoquemos.

–En la mitología griega, Héctor era un icono de Troya. ¿Los sanitarios son superhéroes con capa?

–No somos superhéroes. Ni a muchos compañeros ni a mí nos gusta esa denominación. Somos personas que hacemos nuestro trabajo y que estuvimos donde había que estar, atendiendo a los pacientes.

–¿A Fernando Simón hay que ponerle una plaza o un bozal?

–Mitad y mitad, depende del día. De vez en cuando, un bozal, como cuando hizo el chiste sobre las enfermeras sin ningún tipo de gracia. Es cierto que dependiendo del día habría que ponerle una cosa u otra.

–¿Ha dejado en cueros este bicho a la admirada sanidad pública española?

–La sanidad pública ya estaba en cueros antes, pero se le ha quitado la capa de invisibilidad que tenía y las carencias han quedado al descubierto. Llevábamos años de recortes y de maltrato a los profesionales y al sistema, que íbamos parcheando los propios sanitarios.

"La sanidad pública ya estaba en cueros antes, esto le ha quitado esa capa de invisibilidad que tenía"

–Cuente alguna experiencia para hacernos sonreír en medio de esta plaga bíblica.

–Una historia me reconcilió con el mundo. Salía agotado tras un turno de 12 horas y, bajando por las escaleras, vi a una persona con un cartel: "Soy taxista y traslado gratis al personal sanitario". Nos quedamos mirándonos y me dijo: "Gracias por lo que estáis haciendo ahí dentro". Ahí te percatas de que aumenta el pico de casos y también el pico de solidaridad.

–¿Lleva la cuenta de las altas que ha dado?

–Ya no, pero al principio las apuntábamos y las celebrábamos como si hubiésemos ganado un Mundial.

–En una mítica foto, un marinero besa a una enfermera en Times Square para festejar el final de la II Guerra Mundial. ¿Se retrataría en la Puerta del Sol morreándose con Carmen Calvo o con Isabel Díaz Ayuso?

–Jajaja. Me gustaría celebrarlo en la Puerta del Sol pero no con Ayuso.

–¿Y con Calvo sí?

–No, no, con ningún político, creo que no están para besos en estos momentos.

–Son 300.000 en su gremio y el 90%, mujeres. ¿A los hombres nos da más yuyu tratar con los pacientes?

–Es una profesión absolutamente feminizada, parece que al cuidado tienen que dedicarse las mujeres y no es así para nada. Ojalá hubiera más hombres.

–¿Qué tiene una vena para que cuando una enfermera ve una le hagan los ojos chiribitas?

–Es así. Vas por la calle, en el autobús, en el Metro… y te fijas en las venas: "Aquél la tiene buena, este otro no" o "ahí metía un 14 o un 22". Es una tara profesional desde la carrera.

–Vacile un poco: ¿saben más muchas veces ustedes que los médicos?

–Nos fijamos más en detalles que ellos pasan por alto. Estamos más vigilantes, conocemos más al paciente porque pasamos muchas horas al pie de la cama. Y al médico no le da tiempo.

–Ha publicado La vida es suero, Las UVIS de la ira, El paciente siempre llama dos veces, El silencio de los goteros y El guardián entre el ibuprofeno. Los juegos de palabra no son lo suyo...

–La vida es suero fue el primero y la editorial me recomendó que buscara un título y le diera la vuelta. Al final ha sido mi condena... Hubiera sido más fácil Enfermera saturada 1, 2, 3, 4, 5...

–Comparte oficio con su mujer. En las cenas hablarán de Kiko Rivera y la Pantoja...

–Lo de Cantora ha dado para mucho. Pero para herencia envenenada la que les voy a dejar a mis hijos por las horas que debo al hospital...

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