Julián Casanova | Historiador

“No podemos replantearnos el pasado a la luz de la lucha política”

Julián Casanova. Historiador.

Julián Casanova. Historiador. / José Ramón Ladra

Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest. Es autor, entre otros trabajos, de La Iglesia de Franco (Crítica, 2005), República y guerra civil (Crítica/Marcial Pons, 2007); Europa contra Europa, 1914-1945 (Crítica, 2011) o España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española (Crítica, 2013). Su última obra es Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica, 2020) donde expone las cicatrices que aún marcan el presente de Europa.

–El siglo XX tiene más sombras que luces, tal como se ve en su libro Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica, 2020).

– Hay muchas sombras. Pero también hay grandes logros. Al final triunfó un proyecto donde la sociedad democrática organizó un estado democratico que ha tenido grandes ventajas, sobre todo en el monopolio de la violencia. En EEUU vemos fenómenos que son impensables en Alemania oGran Bretaña, como que una persona pasee por la calle con un subfusil ante la Policía. Y no es un monopolio para reprimir sino que es un pacto con la sociedad para que la proteja. Y otra de las luces es que la democracia ha sabido distribuir servicios como la sanidad o la enseñanza cuando antes de 1945 estaban en manos de las clases dominantes. Y el tercer punto vital es quela sociedad civil se ha hecho fuerte y puede discutir y debatir y cuenta con canales de representación.

–¿La visión occidental de la historia ha dado la espalda a la Europa del Este?

– Sí. El este ha sido ignorado hasta que los historiadores empezaron a llamar la atención sobre el hecho de que todo pasa por allí. La I Guerra Mundial fue mucho más salvaje en el este, y no acaba en 1918 porque los perdedores no aceptan la derrota. Después de 1945, no llega la paz sino los tanques y el dominio soviético. Y cuando parece que todo eso está olvidado, aparece el problema de los Balcanes en Bosnia. Nuestra mirada debe ir al este porque en el fondo los europeos somos bastante provincianos. Cuando elevamos el foco, nos damos cuenta de que no podemos interpretar la historia de Europa sólo a través de España o de Gran Bretaña.

–¿La historia del siglo XX ha infravalorado la violencia sexual?

–Era un tema tabú. La gran violencia sexual ejercida sobre las mujeres musulmanas en la guerra de Bosnia y que se llevó al Tribunal de La Haya obligó a replantearse todo esto. A partir de ahí, los historiadores empezaron a buscar todo lo que había pasado desde Armenia a Bosnia, pasando por el rapado de pelo o las grandes violaciones en Budapest, Viena o Berlín. Es uno de los hilos conductores de mi libro. Hay planes de persecución específicos contra las mujeres porque la mujer es la identidad de ese pueblo al que se quiere eliminar. Además, es una violencia muy barata. No está en los libros de texto ni entre los crímenes de guerra.

"La violencia contra las mujeres es barata. No está en los libros de texto ni entre los crímenes de guerra”

–Una persona nacida en una aldea de Galitzia a principios de siglo podría haber tenido cuatro nacionalidades a lo largo de su vida sin moverse de su casa. ¿Esa visión líquida de las fronteras se refleja ahora en la Europa del Este?

–Es una excelente imagen de lo que es Europa. El centro y el este de Europa son geográfica, política y estratégicamente muy diferentes al occidente donde las monarquías absolutas crearon las fronteras prácticamente en el siglo XVII. Y es un tema debatir por qué los fascismos salen precisamente de los países que llegan más tarde a la unidad nacional. Pero la historia del Este va más allá. Llamamos este a Hungría cuando no puede estar más en el centro, tanto en el mapa como en el concepto de Europa.

–En Turquía aún es delito hablar del genocidio armenio. ¿Los países que no admiten su pasado tienen más problemas para encarar su futuro?

–Todo el mundo tiene un pasado fragmentado que provocan la violencia de la que yo hablo. Y las memorias cruzadas significan que alguien levante la mano y diga que yo estuve peor o yo no hice eso. Se ven en la guerra, la posguerra o en el franquismo y ya no digo en países como Hungría, Rusia o Turquía. También hay un presente dividido en el que la historia se usa políticamente. Cuando los políticos quieren conmemorar la historia, no es para conocer el pasado sino para celebrar su presente. Y ese presente se celebra mejor con un hilo conductor que muestre las glorias y quite las partes que me estorban.

–España llegó a la democracia tras una de las dictaduras más longevas de Europa. ¿Qué valoración se puede hacer de la transición 40 años después?

–Franco y Salazar fueron los únicos dictadores previos a 1939 que sobreviven a la derrota nazi y son la gran anomalía de la historia de España y Portugal. La transición llegó en un momento difícil porque las sombras del pasado son alargadas. Pero la Península Ibérica tiene la suerte de estar donde está. La transición fue un proceso interno español pero está clarísimo que el capitalismo había integrado ya a España y era ineludible. Incluso si hubiera triunfado el golpe de estado de 1981, no habría sido permanente porque no era la misma Europa de 1931 o de 1936. Todo esto indica que los procesos históricos no están predeterminados. La acción humana debe ser colocada en la historia. A veces es positiva y otras negativa, pero no lo juzga el historiador. Y no nos podemos replantear el pasado a la luz de la lucha política.

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