Entrevistas

"Los pueblos de España siguen anclados en el tiempo y en la posguerra"

Salvador S. Molina, el pasado lunes en Sevilla.

Salvador S. Molina, el pasado lunes en Sevilla. / José Ángel García

-Dice en la contraportada de su novela (El mal hijo) que está "basada en unos hechos reales que ocurrieron, pero que, a la vez, nunca llegaron a suceder", ¿me lo explica, por favor?

-Todo viene por una historia familiar. Una mujer de mi familia paterna, una tía lejana cuyo hijo tenía problemas muy graves con las drogas. Estaba tan desesperada que ideó un plan para desengancharlo, que consistía en secuestrar a su hijo y encerrarlo en una caseta en medio de la huerta. Obviamente cuando sus familiares se enteraron de la locura que quería hacer le pararon los pies. Cuando yo supe aquello, casi por casualidad, me quedé fascinado. Pensé qué maravilla, qué hubiese pasado si esta mujer hubiese llevado a cabo su plan, que tenía todo ya listo. El plan maestro estaba en su cabeza. 

-Es un poco como la coletilla esa que aparece en Fargo, ¿no? 

-En efecto, aquí lo que hago es reconstruir a través de la ficción qué hubiera podido ocurrir si lo hubiera hecho. Hay una frase de Antonio Muñoz Molina que me gusta mucho, que dice que los escritores somos caníbales de la realidad. Empecé con esta historia familiar y poco a poco la novela fue una especie de recipiente en el que he ido metiendo otras historias de mi pueblo, de mis amigos y de mi familia.

-La huerta es un personaje más de su novela, ese territorio que atrapa y condiciona las vidas de quienes la pueblan, con ese calor que está siempre presente...

-La huerta murciana es un espacio a descubrir por la ficción, no sólo en nuestra literatura, sino también en nuestro cine y televisión. Yo quería contar de dónde vengo, cómo es nuestra huerta, qué misterios hay y qué personajes la pueblan. Representa muy bien cómo somos, es un terreno maravilloso pero muy duro y salvaje a la vez, que es al fin y al cabo como podemos ser los murcianos algunas veces.

-Mientras leía su libro no dejé de pensar en la novela de Miguel Ángel Hernández, El dolor de los demás, ¿la conoce?

-Sí, claro. De hecho escribí esta novela mientras leía ese libro. Me sentí muy orgulloso. Me daba mucho gusto, a pesar de lo jodida que es la historia, ver lo interesante que es la huerta y que suceden cosas en este lugar. Parece ser que todo lo que pasa en torno a la huerta es bastante jodido...

-Si fuera un territorio en EEUU sería algo así como los pantanos de Nueva Orleans, algo mágico y misterioso a la vez.

-Totalmente, sí... Hay un escritor que me gusta mucho que es Chris Offutt, que escribe sobre Kentucky. Reconozco muchas cosas de las que cuenta en mi territorio. Al fin y al cabo aunque esté uno en EEUU, hay muchas cosas con las que se puedes sentir unido.

-Abre usted su libro con una cita (No conoces mi pueblo, pero seguro que te suena), extraída de Glanbeigh, de Colin Barrett, ¿por qué?

-En realidad, cuando leí Glanbeigh me dio mucho que pensar, pues un pueblo en Irlanda es igual que Alhama de Murcia. Compartimos glorietas y jóvenes con mucho tiempo libre dando vueltas con las motos. Al fin y al cabo todos los pueblos son pueblos y se parecen.

-Aunque usted es más joven, cualquier lector nacido en los ochenta puede sentir un pellizco leyendo El mal hijo, donde no paran de aparecer referencias de la época, desde el Tekken hasta El Sulfato atómico de Mortadelo y Filemón...

-Esto viene por el personaje del padre, que se crio en esa época. A la hora de escribir, evoqué mucho el recuerdo de una habitación de mi primo, que me fascinaba porque tenía las paredes llenas de pósteres del Tekken, del Metal Gear Solid, de futbolistas de fútbol sala. La tengo grabada. Y es curioso, hasta que no escribí sobre la habitación del padre no recordé con detalle cómo era la de mi primo. La literatura me ha hecho recordar mejor que si me hubiese puesto a pensarla yo por mi cuenta.

-Hay más fútbol sala que fútbol en su novela, cómo se nota que el Real Murcia lleva años sin jugar en Primera División.

-Totalmente, pero en mi pueblo, Alhama de Murcia, hay mucha presencia del fútbol sala. Tenemos el equipo de El Pozo, y yo recuerdo de pequeño a los jugadores inaugurando un pabellón con una pista de fútbol sala súper guapa. Este deporte es muy potente en mi pueblo.

-Hay un punto de literatura de posguerra en su novela. Salvando las distancias, yo le veo cierta inspiración en Ferlosio y Marsé.

-Me da mucha alegría que me nombre a Juan Marsé. Para mí es un referente. Creo que habla de los personajes que más me interesan, que es gente que está entre fronteras, que están un poco al límite y que tienen que espabilar rápido por las circunstancias que les han tocado vivir. Y los pueblos de España, tanto en Murcia como en Sevilla o Palencia, siguen anclados de alguna manera en el tiempo y la posguerra sigue entre nosotros, no sólo por la gente, sino por las tradiciones o los edificios.

-Y un personaje predominante es esa mujer fuerte, esa abuela...

-La Pascuala... Lo que he intentado con ella es meter todo lo que recuerdo de mi abuela, de mi madre, de mis tías. He querido representar lo que es la mujer murciana. Se comenta en la novela, los personajes están esperando algo constantemente. La Pascuala se ha dado cuenta de que lo que esperan no va a venir nunca y cuando necesita ayuda nadie se la va a dar, así que hace lo que hace sin plantearse nada más. Hay una canción de Víctor Manuel, que yo no conocía pero que el otro día me comentó un compañero suyo, que trata de una mujer que tiene un hijo drogadicto y lo que hace para ayudarlo es comprar una dosis de la heroína más pura para matarlo. Se ha hablado mucho de las mujeres gallegas en los ochenta, de las cosas que hacían para ayudar a sus hijos, pero esto pasó en toda España.

-¿En qué trabaja ahora Salvador S. Molina?

-Siempre distingo un poco el trabajo, que consiste en escribir los guiones que me encargan desde la productora (ahora estamos con una serie para Netflix que se llamará Manual para señoritas), de los momentos en los que puedo escribir guiones más personales, que hago con mi compañero David Orea, o una nueva novela que estoy arrancando, aunque no sé cuándo terminaré porque acabo de ser padre y estoy que me duermo por las esquinas.

-¡Anda! Pues enhorabuena. Disfrute.

-Muchas gracias.

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