Adela Muñoz | Catedrática de Química Inorgánica

"Las brujas fueron chivos expiatorios"

Adela Muñoz, catedrática de Química Inorgánica en la Universidad de Sevilla.

Adela Muñoz, catedrática de Química Inorgánica en la Universidad de Sevilla. / Antonio Pizarro

A Adela Muñoz (La Carolina, Jaén, 1958) sólo hay que insinuarle la pregunta para que aflore un caudaloso torrente de datos, historias y detalles de sus investigaciones, centradas recientemente en destacar el papel de la mujer en la historia. Su tarea como divulgadora han llevado a esta catedrática de Química Inorgánica en la Universidad de Sevilla a indagar en cuestiones como el veneno o el papel de las mujeres en la ciencia hasta elaborar ahora un suculento ensayo sobre el fenómeno de la brujería y de la caza de brujas (Brujas, Debate), que, derribando mitos, haberlas hubo menos que las quemadas.

–¿Pero hubo alguna vez una bruja?

–Creo que no. Las brujas más reales son las de las obras de Shakespeare, las brujas maléficas de Macbeth, y las de Cervantes, que, como casi todos los españoles, incluida la Inquisición, era consciente de que la brujería no existía. Las brujas más reales son las de las grandes obras literarias. La Celestina, que sabía de plantas mágicas y de remendar virgos, era una alcahueta.

–¿Qué drogas alucinógenas mediaban para que se popularizaran los vuelos en escobas?

–Fundamentalmente estramonio, pero por supuesto estaban el alcohol y la adormidera, que son los componentes del láudano. El láudano es un preparado que en realidad se ha usado a lo largo de toda la historia. En mi pueblo, cuando era chica, recuerdo que se hablaba del láudano.

–Cuál era el perfil de aquellas supuestas brujas.

–La mayoría fueron mujeres mayores de 50 años, que entonces eran personas viejísimas, viudas o solteras y que pertenecían a las escalas más bajas de la sociedad.

–¿Eran señaladas de brujas por tener una dedicación, por ser económicamente independientes, de modo que creaban la envidia o el desconcierto entre sus vecinos?

–Así pensaba yo de entrada. Las mujeres, sin embargo, no despertaban esos sentimientos porque nunca fueron una amenaza en la sociedad. Eran menos que un cero a la izquierda. La acusación de brujería fue un chivo expiatorio para situaciones de conflicto, de los cambios sociales de la Edad Media a la Edad Moderna, de unos modelos en cierto modo comunales a otros privatizados. Hubo desajustes sociales, religiosos, la reforma protestante, por ejemplo, que se canalizaron en esos chivos expiatorios. Inicialmente eran mujeres outsiders, pero ya, cuando la caza comienza, es un como un fuego que lo devoró todo.

–¿Y por qué el fuego?

–El poder maléfico de las brujas se asociaba al diablo. Para purificar el pecado había que quemar, aunque no morían quemadas en todos sitios. En Inglaterra eran ahorcadas. En España, los protestantes o judaizantes eran ajusticiados por el método del garrote vil, pero finalmente tenían que quemar los cuerpos para que se produjera la purificación.

–Las brujas se han asociado en la iconografía popular a lo oscuro, a lo atroz y lo horrible. ¿Cuánto hay de retrato o de ensoñación en las caras de El aquelarre de Goya?

–Diría que es un retrato del alma más oscura de España, aunque Goya, naturalmente, tampoco creía en las brujas.

–Ha descrito antes a Cervantes y a los españoles de la época como una sociedad descreída con la brujería.

–Incluso la Inquisición mantuvo una visión prudente y escéptica sobre el fenómeno. Está datado en los tratados de Historia que España, en aquel momento, fue una isla racional en medio de la locura de Europa.

–El hecho religioso, sostiene, tuvo mucho que ver con la anatemización de las brujas. ¿Cuál es la visión de la mujer en el cristianismo? La Biblia, por ejemplo, destaca las virtudes de algunos personajes femeninos, está la valentía de Judit o la generosidad de María.

–La Biblia es misógina, aunque el hecho más singular en cualquier caso es la figura de Jesucristo, un personaje extraordinariamente avanzado y feminista, pues hablamos de unas sociedades, la romana y judía, muy misóginas.

–Explíquese.

–Las mujeres en Roma no tenían prácticamente acceso a ninguna decisión. La situación era menos mala que en la griega, en cuyos puntos más brillantes eran como las actuales sociedades wahabíes. En la judaica, la mujer ocupó un puesto subalterno, por lo que lo auténticamente llamativo fue Jesús, que viene a decir: “Ya no reconocerás al padre y la madre sino que seguirás a tu mujer y serás uno con ella”. A su muerte, sin embargo, la personalidad de esa figura tan extraordinaria va cayendo con el tiempo. En los primeros siglos de la Iglesia, cuando aún estaba en la clandestinidad, las mujeres eran unos de los soportes fundamentales. Cuando la religión se hace oficial, en el siglo IV, con el Edicto de Constantino, empiezan a ser apartadas.

–El pecado de Eva fue la curiosidad...

–La curiosidad es la base del conocimiento, que es la puerta fundamental del poder y que ha estado vedada a las mujeres. Hubo mujeres sabias con la suerte de tener hombres a su alrededor que estimularon su potencial, pero la inmensa mayoría fueron analfabetas y tratadas como un cero a la izquierda. El cristianismo de los primeros tres siglos fue un paréntesis en el que la mujer disfrutó de un papel inusualmente protagonista. A partir de la reforma gregoriana, en el siglo XI, y la imposición estricta del celibato, la represión sexual estalla con una demonización hacia la mujer.

–Sus investigaciones más recientes se han centrado en el mundo de las sabias y ahora en el de las brujas. Brujos y sabios, haberlos haylos, ¿no?

–Sí, sí, sabios hay algunos. Y en las ejecuciones de brujería hay un promedio del 30% de hombres. En Francia, en España o Inglaterra, la proporción de brujos ejecutados es menor, pero en Islandia, por ejemplo, prácticamente todas las condenas por brujería correspondieron a hombres. En Rusia, el porcentaje de hombres también fue elevado. Brujos, desde luego, haberlos haylos.

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