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clara obligado | escritora

"Enterrar a los muertos es lo que nos humaniza"

La escritora Clara Obligado. La escritora Clara Obligado.

La escritora Clara Obligado. / Miguel Lizana

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

RECREAR EL EDÉN. Visita este jueves la Fundación Carlos Edmundo de Ory en Cádiz para dar la charla ‘Buena sombra me cobija’. La presencia (y semejanzas) entre el mundo vegetal y la creación literaria son los temas que desarrolla en su último libro, Todo lo que crece (Páginas de Espuma). Clara Obligado (Buenos Aires, 1950) es autora de títulos como La hija de Marx (Premio Femenino Lumen) o Petrarca para viajeros (Premio Juan March). Su taller literario, en marcha desde 1980, fue uno de los primeros en ponerse en marcha en nuestro país.

–La pandemia le permitió ver las cuatro estaciones en La Vera. Suena a momento de reflexión.

–Lo cierto es que yo no paro nunca, pero pienso bastante. Consigo reflexionar en los trenes, en los despachos, siempre trato de parar un rato. El vivir cuatro estaciones en el campo era un sueño casi infantil. La pandemia nos ha traído una cuota de dolor que no quiero banalizar, pero a los que hemos podido, a los afortunados, nos ha permitido pensar en lo nuestro, sentarnos y escribir, en mi caso. Todo lo que crece, de hecho, se ha desarrollado a partir de una carpeta llamada ‘Jardín’, con todos mis recuerdos de naturaleza.

–Así, en mayúscula, suena a nuestro jardín mítico.

–El Edén, claro, adonde queremos volver, donde fuimos felices y fuimos expulsados. Fíjate que nuestro primer castigo fue botánico. Esa imagen es muy potente, porque la esperanza parece que es algo que siempre queda atrás, a nuestras espaldas. Sin embargo, es más sabio colocarla delante.

–¿Qué tienen en común plantar, cuidar un jardín, y la escritura?

–Pues mira, en principio ambas son, por ahora, labores que nos mueven a la atención y al tiempo. En ambas hay que sembrar, esperar, trabajar, ver las cosas crecer y podar. Esto último, especialmente en los talleres, yo lo hago mucho. Plantar supone una armonía, y escribir, también. Y un control sobre lo que haces, que tu creación no se desmadre.

–Ambas, plantar y contar, son además actividades que nos reconocen como seres humanos.

–Junto a enterrar a los muertos. Esa actividad yo creo que da la clave de la condición humana: no hacerlo nos convierte en profundamente inhumanos. Más que en la posesión de la tierra, yo creo en el jardín común, y creo que es una ética integrada en el entierro de los muertos.

–Bueno, una cosa y otra se nutren del sentido de la fascinación.

–Algunas claves podemos encontrarlas al preguntarnos qué es la belleza. Una vez leí que es una forma de nostalgia. El feto reproduce distintas formas en su evolución, cuando empieza a formarse parece un helecho. La belleza es la nostalgia por formar parte de todo eso que sabemos es parte nuestra. Nuestro amor por la belleza del mundo natural remite a esta huella, como nos chiva nuestro coxis, ese rabo atrofiado. Por qué tenemos tanto miedo a las tormentas. Por qué lloramos como un zorro. Todo eso no es más que nuestra memoria que habla. Si nos integramos con la naturaleza, nos es mucho más fácil cuidarla, porque nos cuidamos a nosotros.

"Desde el Renacimiento, nos hemos considerado la medida de todas las cosas, pero no es así"

–En el recorrido vital, exilio incluido, va buscando un hueco para lo verde.

–Creo que es muy esclarecedor plantearse qué tipo de planta, o de raíz, sería uno. Hay gente que es bulbo, que está continuamente nutriendo, pero que no germina. Luego hay pinos, de raíces pivotantes pero profundas en la tierra. Hay gente radicante, como la hiedra. Y están los claveles del aire, y las orquídeas... Yo tengo la sensación de que soy tipo hiedra, que donde me pongan, echaré raíz. Desde el Renacimiento nos hemos considerado la medida de todas las cosas, pero esto no es así, como parece que estamos aprendiendo últimamente.

-Siguiendo el símil, estamos todos como transplantados.

–Hace poco leí la noticia de un boj que era un bosque y que tenía una sola raíz. Los chicos, por ejemplo, llevan siglos comunicándose a través de este sistema unitario de raíces, pero no lo vemos.

–Llama la atención ver que el tema de los talleres surgió como podía haber surgido cualquier otra cosa.

–Cuando llegué a España desde Argentina, no había terminado la carrera de Literatura. Y cuando me asomé a la universidad, en el 76, me encontré con la universidad postfranquista. Luego tuve a mi primera hija muy pronto, me separé, y me vi cuidándola sola en un país extranjero. Lo que me gustaba, sin embargo, era soñar. Los cursos de escritura empezaron como una posibilidad, y eran algo tan novedoso que, al inscribirlo, tuvimos que hacerlo en algún lugar entre ‘Taller mecánico’ y ‘Protésicos dentales’. Así empezaron, con muchos de los que ahora se dedican a ello diciendo que no era posible, claro.

–La famosa cuestión de si se puede, o no, aprender a escribir.

–Siempre hay un componente misterioso en el que no puedo entrar, eso sí. Te puedo dar una serie de pautas, desde luego, pero no es una receta de farmacia.

–Ese Sur y Norte en el que divide el libro marca también, inevitable, la línea del exilio.

–Sí, yo creo que aparece en todos mis libros. Irse de un lugar siempre es duro, pero el exilio es muy violento. Tiene un ruido. Pasados unos años, uno sabe que tiene un brazo roto y que lo tendrá siempre, pero ese dolor también es fértil. También te procura un espíritu de lucha y de compasión por lo demás, cosa que no está mal. Mi DNI y yo podemos considerarme española, pero creo que nadie más lo hace. Afortunadamente, esto lo vivo en una época que es la época de las grandes migraciones y en la que más nos vale perder la idea de patria y abrazar la de mundo.

–Un cambio de dirección difícil...

–Sigue habiendo gente con ganas de ordeñar el planeta como si fuera una vaca moribunda, pero mientras más gente vea la realidad de que estamos en un planeta finito, menos podrán hacerlo. En nuestras manos está caminar hacia atrás, que parece que es el camino más sensato más allá del egoísmo de las corporaciones.

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