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Xosé M. Núñez-Seixas | Historiador

“Hay miedo a que una excesiva crítica al franquismo ponga en riesgo la Corona”

Xosé M. Núñez-Seixas, historiador.

Xosé M. Núñez-Seixas, historiador. / Xoan Álvarez

Xosé M. Núñez Seixas (Ourense, 1966) estudió en las universidades de Santiago de Compostela y Dijon, y se doctoró en Historia Contemporánea en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. Actualmente es catedrático de la misma materia en la Universidad de Santiago de Compostela; entre 2012 y 2017 lo fue en la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich. Sus investigaciones se centran en la historia comparada y transnacional de los nacionalismos y la memoria de las dictaduras. Autor de varios libros, acaba de publicar su última obra, Guaridas del lobo. Memorias de la Europa autoritaria, 1945-2020 (Crítica, 2021).

–¿España tiene problemas con la memoria histórica?

–Parece evidente, si 46 años después de la muerte del dictador seguimos aún debatiendo sobre cuestiones básicas que en otros países de nuestro entorno se despejaron hace tiempo. También es verdad que España tiene peculiaridades, aunque hay tener en cuenta con quien te comparas. No es lo mismo compararse con Alemania que con Italia, o con algunos países de la Europa del Este. Y también hay que tener en cuenta el momento con el que comparas. El ajuste de cuentas con el pasado tiene su ritmo y cada sociedad tiene el suyo. España ha abordado esta cuestión con retraso, con pasos no completos, pero va avanzando en la buena dirección.

–¿Es un peaje de la transición?

–Sin duda. El hecho de que en España el dictador se muriera en la cama condicionó la visión hacia el pasado reciente por parte de las nuevas elites políticas.

–En los últimos dos años se han dado pasos muy simbólicos, como el traslado de la tumba de Franco o la reversión del Pazo de Meirás. ¿Mirando atrás, no se podían haber hecho antes?

–Se deberían haber hecho antes con un mayor consenso. Del mismo modo que un gobierno socialista hizo una reforma laboral, este paso debería haber sido dado por un gobierno conservador con el apoyo de la izquierda. El problema es que la memoria histórica, que yo prefiero decir memoria crítica hacia el pasado dictatorial, se convierte demasiadas veces en un campo de batalla político y no en un terreno consensuado en el que los derechos humanos y la denuncia de este tipo de dictaduras deberían ser un primer paso.

–También es una consecuencia de que en los institutos, muchas veces, no se llega al final del temario en la asignatura de historia donde se trata el pasado reciente de España. ¿La forma de enseñar historia es también un problema?

–Sobre todo la historia reciente. Si se llega, se hace mal y de forma superficial. Y no hay una asignatura específica sobre la historia de España en el siglo XX, que haga pedagogía cívica y valores democráticos. Y en cuanto a la historia en general, hay demasiado recurso memorístico y da que pensar la ligereza con la que se tratan en la esfera pública española temas tan delicados como el Holocausto. Son cuestiones que deberían formar parte de una materia específica.

–Pero es muy difícil si los propios partidos la usan como arma arrojadiza.

–Se nota no sólo el hecho de que la transición fue como fue, sino también el fantasma de la guerra civil, que tiene mucha más influencia en el presente y el futuro de lo que se piensa. En Italia hubo una guerra civil en el norte entre 1943 y 1945 entre fascistas y antifascistas. Pero la política de la memoria atribuyó todos los crímenes a los ocupantes alemanes y se negó que hubiera habido una guerra civil. Este mecanismo no era posible en España porque la guerra civil tuvo lugar antes de la Segunda Guerra Mundial y fue un fenómeno endógeno. Y aquí también hay temor a que una memoria excesivamente crítica del franquismo ponga en peligro no sólo el sistema político actual y algunas de sus instituciones fundamentales, como la Corona, que fue fruto de un pacto de los monárquicos exiliados y la propia dictadura con la bendición de los aliados occidentales, sino también la propia unidad del país. Cuando tanto se invoca el patriotismo constitucional se olvida que uno de sus principios fundamentales es la continua revisión crítica del pasado.

–¿Dónde debería mirar España para mejorar?

–No hay un ejemplo virtuoso. En el caso alemán, podemos aprender de las políticas educativas a partir de los años noventa, con una actitud vigilante para evitar cualquier reproducción de gestos de extrema derecha y su forma de enseñar el IIIReich. He vivido varios años en Múnich. A mi hija mayor la llevaron con 16 años a ver el campo de Dachau. Es una parte del currículum escolar. Pero tengamos en consideración que para eso pasase, Alemania tuvo que perder la guerra y que murieran millones de alemanes. Y que aún así, las primeras medidas de desnazificación las tomaron los aliados, imperando durante treinta años una política de silencio. Compare la España de los 80 con la Alemania de los 60 y no hay tantas diferencias.

–¿Las nuevas generaciones están más preparadas?

–Por un lado sí. Hay más información disponible que nunca. Pero es un hecho que los nietos recuerdan y la generación de los bisnietos tiende a olvidar. Lo ven de una forma muy lejana, como nuestros abuelos veían las guerras carlistas. El problema es que ese pasado se banalice y se idealice. Se vio en Italia. Con el paso del tiempo, los mensajes que se dejaban en el libro de visitas de la tumba de Mussolini parecían más dirigidos a una estrella de rock que a un líder fascista.

–En ese sentido, es clave saber qué hacer con el Valle de los Caídos, ¿no?

–No soy partidario de dejarlo como está ni de dejarlo caer. Creo que habría que resignificarlo sin quitar la cruz, porque tiene un valor patrimonial. Pero se debe compensar con una desecularización de todo el recinto, incluida la Basílica, y su conversión en un lugar de memoria laico, con su centro de interpretación .

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