Salvador Illa. Para rotos y descosidos

Llegó a Madrid para un puesto sin sobresaltos y la pandemia le cambió el paso y la vida

Impulsado por el efecto Illa, vuelve a casa tras ganar en las urnas el 14-F

Salvador Illa.
Salvador Illa. / Rosell

Esta charla que a continuación leerán forma parte de la más pura ficción, pero en parecidos términos pudo desarrollarse la conversación entre Pedro Sánchez y Salvador Illa cuando le ofreció entrar como ministro de Sanidad de su Gabinete en enero de 2020.

–Salvador, quiero contar contigo en el Gobierno y agradecerte tu esfuerzo y tesón durante la negociación con ERC para que saliera adelante mi investidura.

–Será un honor, presidente.

–Te nombraré ministro de Sanidad, un departamento con poco fuste y así podrás seguir haciendo política en Cataluña al objeto de liderar la candidatura del PSC cuando sean las elecciones.

–Conforme, Pedro, estaré al servicio del Gobierno y también del partido cuando sea pertinente.

Lo que nadie barruntaba entonces era la tormenta sanitaria mundial que estaba por venir y que pocas semanas antes se había desatado en Wuhan, en el Lejano Oriente. Tampoco nadie previó que el secretario de Organización del PSC valdría para los rotos de la pandemia del coronavirus, aunque la oposición lo pusiera en la diana acusándolo de pésimo gestor, y para los descosidos de recuperar el crédito socialista como cabeza de cartel el 14-F en lugar de su amigo Miquel Iceta.

Acaso sus virtudes en los bordados y en los remiendos para pactar y unir tengan un origen familiar, pues Josep, padre de Salvador Illa Roca (La Roca del Vallés, Barcelona, 5/5/66), trabajó en la fábrica Textiles y Bordados del pueblo. Quizás, su alabado carácter templado, calmado, conciliador, provenga de su paso por los Escolapios de Granollers en sus años mozos. "Insigne pedagogo", cantan los alumnos para honrar la memoria de san José de Calasanz, fundador de la orden. Illa no recurre al grito, a la confrontación, al ataque personal. Da explicaciones pausadas. Sólo perdió los nervios durante la pandemia con Isabel Díaz Ayuso, presidenta madrileña.

Ningún titular de la cartera sanitaria, una maría para cualquier ministro debido a que las competencias están transferidas a las comunidades, en la historia de la democracia hubo de torear semejante morlaco vírico, ni siquiera su admirado Ernest Lluch, otro político dialogante que llegó a Madrid del PSC de la mano de Felipe González y fue trágicamente asesinado por ETA en 2000.

Illa, licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona y con un máster en dirección de empresas de la Universidad de Navarra, cogió la crisis por los cuernos y dio la cara siempre, aunque se la partieran e incluso así pusiera la otra mejilla. El 22 de enero, nueve días después de tomar el testigo de María Luisa Carcedo, respondió sin preocupación a una pregunta sobre el brote chino: "Estamos preparados para actuar ante cualquier eventualidad". Error. A los políticos se les va la fuerza por la boca y también al prudente Illa.

Poco a poco se expandió el virus, el miedo, los enfermos en los hospitales y los muertos en los geriátricos y los tanatorios. La alabada sanidad española, las diecisiete sanidades españolas, estaban al retortero –y casi ninguna del mundo, ha de recalcarse– para semejante guerra contra un bicho minúsculo e invisible.

Más de cien días estuvo Illa en un piso en el complejo de La Moncloa sin ver a su hija y a su familia en Barcelona desde que se puso en marcha el estado de alarma el 14 de marzo y el Ministerio se hizo cargo del mando único y se puso al frente de las operaciones junto al presidente del Gobierno y sus compañeros Fernando Grande-Marlaska (Interior), Margarita Robles (Defensa) y José Luis Ábalos (Transporte) en lo peor de la epidemia durante más de tres meses.

El pavor ante un virus de indescifrables consecuencias alarmó a un país recluido en casa, bunkerizado, totalmente turulato ante las informaciones que iban y venían: faltaban mascarillas, faltaban respiradores, faltaban sanitarios, faltaban camas en los hospitales, faltaban evidencias...

Illa compareció más de 60 veces para hablar de la crisis sanitaria, siempre tranquilo, sin alterarse, pero cometiendo errores de bulto como en la compra de material: "El mercado está loco", arguyó. La oposición censuró su "negligente" gestión y lo puso en el punto de mira por los más de 50.000 fallecimientos –cifra oficial– que dejó el virus por el camino en nuestro país.

Desde el 21 de junio, al levantarse el primer estado de alarma, las comunidades tomaron el mando y el ministro, que se reunió en numerosas ocasiones con los consejeros del ramo para abordar juntos el problema en la denominada cogobernanza, se sacudió algo la presión en la llamada "nueva normalidad". No obstante, hubo tiranteces de las regiones con Illa en cuestiones como el toque de queda.

Sufrió otra arremetida cuando fue designado candidato del PSC a la Generalitat –le creció la nariz unas horas antes al negar que eso fuera a ocurrir– y compaginó durante casi un mes el cargo de ministro con la vitola de aspirante a recuperar para los socialistas el terreno perdido a costa de Ciudadanos. El efecto Illa –fabricado en la factoría de Iván Redondo– fue un éxito. Ganó al independentismo, como hizo Arrimadas, pero no le ha valido para presidir el Govern ni siquiera ser socio de ERC, el plan inicial de Sánchez.

Illa, alcalde de su pueblo de 1995 a 2005, ha convertido su apellido de sufijo diminutivo en los once meses y medio que estuvo en Sanidad, hasta que lo sustituyó Darias, en un valor de peso en La Moncloa y en el PSOE.

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