Día de la Hispanidad

La copa de los ausentes

  • La filtración de la histórica sentencia del ‘procés’ y la exhumación de Franco tomaron la recepción de los Reyes

La reina Letizia, Felipe VI, el presidente de la Xunta, Alberto Nuñez Feijóo, y el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, ayer en el Palacio Real.

La reina Letizia, Felipe VI, el presidente de la Xunta, Alberto Nuñez Feijóo, y el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, ayer en el Palacio Real. / EFE/ Ángel Díaz

Cuando los invitados llegaron a la recepción, en el Palacio Real, Franco y los doce acusados en el juicio del procés ya estaban allí. Por supuesto que en los corrillos no faltaron alusiones al monumental atasco político, con todas las miradas posadas, principalmente, sobre Pedro Sánchez y Pablo Casado, ante la posibilidad de que se vean obligados a entenderse, sea por vergüenza torera, para salir del bloqueo institucional. Pero la histórica sentencia del procés, que ayer se filtró a la prensa sin anestesia, y la exhumación del dictador acapararon la mayoría de comentarios entre los representantes de los poderes públicos con la cúpula judicial, también presente, en primer plano.

Durante el aperitivo en el Comedor de Gala ofrecido por los Reyes, la filtración se interpretó como una maniobra para amortiguar la previsible reacción de los soberanistas más radicales, aunque más de un fino analista criticó que se conociera justo el día de la Fiesta Nacional. En cualquier caso, la mayoría compartió que la condena por sedición y malversación es la más razonable y también la más “salomónica”. Y, en paralelo, la noticia más celebrada por todos fue la unanimidad alcanzada. “Eso ha sido fantástico para la imagen de nuestra Justicia, aunque este fallo no solucionará el problema –exponía un ex ministro– y habría que atajarlo de raíz, porque seguro que (los independentistas) vuelven a liarla”. No todos opinaron en la misma dirección. Algunos de los invitados vaticinaron que la reacción en Cataluña no será tan ruidosa porque “a los primeros a los que no les conviene es a los dirigentes de ERC”, por razones obvias.

Varios de los periodistas más veteranos concluyeron que los independentistas, guiados por una ensalada mental gigantesca, cuando quisieron darse cuenta de que no podían ganarle el pulso al Estado ya era demasiado tarde: “Como mucho esperaban una condena por desobediencia, lo que prueba que desconocían la realidad de este país, al contrario que Pujol, que sí manejaba todos los resortes”.

Es lo que tiene poner un tren en marcha sin medir las consecuencias: que luego es imposible dar marcha atrás.

La coincidencia de la celebración de la Fiesta Nacional con el fallo del TS ¿es una maniobra?

Eso mismo piensan no pocos socialistas. El informe caritas, ese que nunca falla, ya no disimula la cierta preocupación entre los líderes del PSOE, que ahora empiezan a pensar que ir a unas nuevas elecciones quizá no haya sido la mejor idea. La gente no es tonta y ya no se le puede manipular como antes. Además, tantas elecciones seguidas es un disparate, ya que al exponerse tanto, los liderazgos se desgastan. En esa reflexión estaban unos cuantos comentaristas de la actualidad cuando apareció quizá el invitado más feliz de todos. Pablo Casado estaba encantado de haberse conocido después de su travesía en el desierto, obligado a dar el volantazo al centro. “Podemos ganar, hoy por hoy es posible sacar uno más que ellos”. Se lo repitió hasta a los camareros, y puede que tal vez vaya demasiado lejos en su análisis. Pero el previsible hundimiento de C’s –de Rivera no se acordó casi nadie ni para criticarlo– le da alas. “Fijaos en que Sánchez no se decide con firmeza a desmarcarse con ERC, y eso es porque sabe que ya se puede olvidar de los 150 diputados que tenía en verano. Va a necesitar a los indepes de nuevo”, señalaban desde el PP.

Su mejor fichaje, Ana Pastor, una de las mejores cabezas pensantes de este país, era partidaria de contener la euforia: “Vamos a trabajar duro y a ver qué pasa”. En realidad, nadie parece tenerlo muy claro. La ministra en funciones de Hacienda, María Jesús Montero, hablaba también de apurar la campaña y de no confiarse. A su lado, el fontanero del sanchismo en Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, asentía junto a Grande-Marlaska, que también coincidía con su compañera, conscientes todos de que no lo tendrán fácil los socialistas para no tener que volver a la casilla de salida: “La gente tiene que ir a votar”, se decían unos y otros, sabedores del hartazgo.

El posterior encuentro de Montero con el presidente andaluz, Juanma Moreno, a tenor de los gestos amables entre ambos, tal vez sirvió para tratar de rebajar la tensión de los últimos tiempos. Moreno Bonilla disfrutó de su estreno en palacio entre felicitaciones y abrazos y apenas tuvo tiempo para mucho más. Pero el buen clima entre ambos fue sólo un espejismo, porque como resumió el ex titular de Agricultura Miguel Arias, “esto ya no es como antes”. Se refería al duelo a garrotazos de los últimos años en comparación con los tiempos en que nuestros dirigentes tendían puentes para resolver nuestros problemas por más leña que se dieran en las instituciones: “Recuerdo que en los 80 nos dábamos fuerte a diario, pero arreglábamos las cosas porque éramos amigos. Así también hemos conseguido muchas cosas en Bruselas”. Ayer, el palacio parecía todo lo contrario en el terreno político, una feria de las vanidades surrealista con cada cual mirándose el ombligo, seguido de su corte. Don Felipe y doña Leticia oyeron a casi todo el mundo y apenas dijeron nada en su saludo a los periodistas (nada oficialmente, se entiende) y lo dijeron casi todo, sobre todo, con sus silencios.

Pablo Casado parecía el invitado más feliz de todos después de su travesía del desierto

Ambos juntos imponen aún más respeto, y en realidad en este país está casi todo dicho, como demuestra el CIS. Ambos, seguramente, como casi todos los invitados, no logran encontrar la razón por la que la clase dirigente no consigue ponerse de acuerdo ni para gobernar un tabanco, acatando el mandato de las urnas, en aras del consenso perdido que sí posibilitó bajo un escenario infinitamente más complicado una Transicion modélica. Sin perder la sonrisa, los Reyes conversaron con todos como preguntándose a qué esperan. Pero nuestros dirigentes, al contrario que sus predecesores, apenas sí se saludan, como si tuvieran que permanecer atrincherados por decreto.

Bajo este escenario, a duras penas, la desaceleración de la economía, quizá el mayor problema real que se nos viene encima a todos, flotó por momentos en el ambiente, aunque escuchando al ex ministro Cristóbal Montoro, el impulsor del bendito plan de pago a proveedores en lo más crudo de la crisis, tal vez estemos exagerando. “Nunca estuvimos tan bien preparados –sostuvo–, y ahí están el empleo generado durante el crecimiento, y la inflación, al 0.1%”. Ni una palabra más.

Junto a los líderes independentistas, también se paseó por el comedor la sombra de Franco. Entre los que censuran la maniobra de Sánchez al hacer coincidir su exhumación con la precampaña y los que destacan que no podía permanecer ni un minuto más en el Valle de los Caídos, se acabó el aperitivo, con la sensación del tiempo perdido y de que nuestro gen cainita, el padre de las dos Españas, no nos permite ser felices del todo ni el día más señalado.

Algo alejado del bullicio, sentado tranquilamente al lado de una ventana, tomando el fresco, Pepe Habichuela, más de 60 años de arte a raudales le contemplan, parecía contemplar la escena con la tranquilidad del que está de vuelta de la catedral, orgulloso de no haber hecho otra cosa en su vida, desde los 12 años, que “trabajar y trabajar”. Si la clase dirigente se dedicara a lo mismo, pero en favor del interés general, este país sería otro muy diferente. Pero como sigue tratando de obtener réditos mirando al pasado en lugar de mirar hacia delante, así nos va.

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