Errática política exterior de Pedro Sánchez

En un escenario que el mundo no conocía desde el 45, el presidente se mueve de forma confusa y toma decisiones polémicas para tapar las noticias sobre la corrupción

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / A. Pérez Meca / EP

21 de septiembre 2025 - 06:30

Los grandes dirigentes mundiales siguen con preocupación máxima la situación internacional, hasta el punto de que se hacen cábalas sobre la una III Guerra Mundial.

Gaza y Ucrania han desencadenado crisis de incalculables consecuencias; Trump pretende erigirse en mediador internacional con un despliegue de egolatría con el que se promueve como Nobel de la Paz; la Unión Europea pierde peso ante la falta de unidad y la subida de la extrema derecha; Putin y Jinping quieren, como siempre, imponer un mundo a su semejanza; y el resto de los continentes sufren sus propios males. Explosiona Oriente Próximo con el intento de Israel de deshacerse de Gaza utilizando fórmulas absolutamente inhumanas, y en Latinoamérica sigue pisando fuerte en populismo de izquierdas que está dando paso a no pocos dictadores y corruptos.

En ese escenario que el mundo occidental no conocía desde el 45, Pedro Sánchez se mueve de forma confusa y tomando decisiones contrarias a las que ha mantenido tradicionalmente su partido. Se ha saltado las normas europeas de que las decisiones sobre política exterior, seguridad y defensa deben ser consensuadas por todos los miembros y, lo que es más serio, ha hecho todo lo posible por situarse al margen de lo que promovían Estados Unidos y la OTAN, lo que ha convertido al jefe del Gobierno español en un personaje controvertido e incómodo. Tanto, que tanto en la OTAN como en Bruselas, se han producido encuentros y reuniones a los que no ha sido convocado.

El último capítulo se está viviendo estos días, y está relacionado con la guerra de Gaza. Desde La Moncloa se vende que el presidente español es especialmente sensible a la tragedia humanitaria que allí se sufre, con un Netanyahu decidido a destruir Gaza en su totalidad y controlarla alegando motivos de seguridad y el derecho de Israel a defenderse.

En línea con el empeño de Sánchez de ser el número uno en todo, se presenta como el “avanzado”, al exigir la creación de un Estado palestino. Fue efectivamente el primero en pedirlo ante la trágica situación que sufre Gaza, pero desde antiguo la mayoría de los gobernantes occidentales –incluidos los españoles– abogan por promover la paz en Oriente Próximo con la creación de dos Estados, uno palestino y otro israelí.

Para ello es necesario que se den determinadas circunstancias en este momento imposible de lograr: la unidad de los palestinos, donde Hamas es considerado un grupo terrorista por la mayoría de ellos; que Irán deje de financiar y armar a milicias como Hamas y Hezbolá; acordar las fronteras de esos dos estados, donde la integración de Jerusalén Este ha sido siempre el que ha impedido pactos iniciales cuando estaban a punto de ser firmados. Y resolver algo prioritario en este momento: dónde asentar a los palestinos que residen o residían en Gaza. Los países árabes no los quieren, como se ha demostrado a lo largo de los años.

Lo que nos afecta para mal

En España, es creciente la sensación de que esta actitud de Sánchez ante Gaza y el pueblo palestino se trata de una estrategia perfectamente estudiada para abrir una polémica que desplace a segundo lugar las noticias diarias sobre la corrupción que afectan a personas vinculadas con el sanchismo. Para desgracia del presidente, esa misma sensación la recogen ya varios medios extranjeros.

Es probable efectivamente que Sánchez quiera tapar vergüenzas tomando iniciativas polémicas, en algunos casos perjudiciales para los españoles.

Por ejemplo, sorprendió cuando anunció el reconocimiento del Sahara como parte del territorio a controlar por Marruecos. Independientemente de que rompía con la posición española, y que era además una de sus marcas de identidad del PSOE, las consecuencias para España se adivinaban entonces y se concretaron en pocos años.

Mohamed VI controlará el tráfico por el Mediterráneo, con un comercio que alcanza también a los países de África y Asia a través del canal de Suez, y deja en situación de máxima precariedad Algeciras y otros puertos españoles. Marruecos además está potenciando su arsenal militar, con todo lo que ello significa y puede afectar, a futuro, la relevancia actual de la base de Rota.

En Latinoamérica, la presencia española es cada vez más irrelevante, hemos dejado de ser el país europeo con los lazos más sólidos y por tanto influyentes. El apoyo a los populistas de ultraizquierda y dictatoriales, más el papel de Zapatero como promotor del Grupo de Puebla y aliado político de Nicolás Maduro es perjudicial para España.

Más aún desde que Zapatero se ha convertido en el principal asesor de Sánchez en política exterior. Tanto, que ha promovido que Sánchez realizase tres viajes a China en los últimos años, lo que ha llenado de sospechas a Estados Unidos y a la Unión Europea por los lazos del ex presidente, que hace grandes negocios con China. A ello se suma que el Gobierno español mantiene sus acuerdos con la tecnológica Huawei, participada por el Gobierno chino, prohibida por Estados Unidos y tratada con máxima distancia por la UE. España mantiene sus contratos con Huawei, lo que supone que servicios de inteligencia internacionales han dejado de pasar determinada información a los servicios españoles, para que no acaben en manos chinas. Todo sea por los negocios de Zapatero.

No a las armas

Con la guerra de Ucrania la posición española ha sido más acorde a la del resto de la UE y de la OTAN, aunque la negativa de Sánchez a aceptar la decisión de la OTAN de incrementar el gasto militar nos hizo aparecer una vez más como país con un Gobierno que imponía su ideología antimilitarista a cualquier política acordada por el mundo occidental. Por otra parte, era y es de dominio público que además de ideología en el asunto presupuestario Pedro Sánchez se encuentra atado de pies y manos por algunos de sus socios de gobierno y por su partido coaligado, Sumar. Lo que ha incidido en su imagen de presidente imposible de culminar las promesas prometidas en cualquier plano mínimamente polémico; un presidente sin diseño de política exterior que no puede encontrar la estabilidad obligada en un gobernante.

Sánchez apoyó a Ucrania desde el primer momento, y además su relación con Zelenski es fluida, pero siempre ha tenido problemas para cumplir los compromisos aprobados en la UE, cuestionados por sus socios más a la izquierda y por el ala radical de su propio partido.

Todos estos ejemplos, a los que se podrían añadir docenas más, han creado un estereotipo de Sánchez fuera de nuestras fronteras, en los despachos de poder en los que se toman grandes decisiones sobre los asuntos internacionales. No solamente sobre guerras y actuaciones contra el terrorismo, sino también en el ámbito económico, lo que finalmente trasciende a otros escenarios, como hemos visto estos días cuando un acontecimiento deportivo, la Vuelta, o la participación en Eurovisión, depende de las decisiones internacionales del Pedro Sánchez.

En ese estereotipo, Sánchez aparece como un político poco fiable porque cambia de criterio a conveniencia, es errático en sus decisiones, se deja condicionar por socios que a veces también defienden distintas posturas entre sí; y su hoy principal asesor, Zapatero, defiende sus intereses personales y no los del país que gobernó durante años. Y, por último, se ha convertido en un personaje poco aceptable social y políticamente por los muchos casos de corrupción que le rodean.

Estos días se mira del derecho y del revés sus iniciativas respecto a Israel, Gaza y el pueblo palestino. Algunas de ellas indican que no conoce bien ese terreno tan resbaladizo. Sólo hay punto de acuerdo: en Gaza se está cometiendo una atrocidad. Pero no es Sánchez quien puede llamarlo genocidio, la propia ley advierte que sólo el Tribunal Penal Internacional puede determinarlo. Genocidio es exterminio de personas, a conciencia y premeditado, por razones de raza, etnia, religión o nacionalidad.

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