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España

No teman recurrir a la libertad de expresión

QUÉ precaria es nuestra democracia. Observas las entrañas de los partidos y te echas las manos a la cabeza. Reluce el ejemplo de PSOE y PP, los dos más grandes, los dos más plastas. Van de puros por la vida. Nuestro sistema, nuestras raíces, los fundamentos innegociables y toda la cháchara. Bonita partitura, claro, pero cuando se predica no sólo en abstracto sino en casa. Vean a Zapatero, el presidente progresista. Presume de amigable talante, pero el partido -su partido- no existe para las grandes decisiones, que dependen de una única y casi divina voluntad, la suya. Él decide el reparto de carteras ministeriales, la estructura del Gobierno y hasta los calcetines que vestirán sus diputados para transmitir imagen de equipo.

Lo de Rajoy y el PP es aún peor, porque los socialistas al menos se esfuerzan por disimular el yugo dictatorial con rostros de aparente camaradería. La calle Génova padece algo similar al terror del niño que sabe que si hace una trastada recibirá un sonoro capón. Y una trastada en el código de don Mariano es algo tan sencillo como sugerir una alternativa a su propio pensamiento, que es indiscutido e indiscutible, al revés que la nación de Zapatero.

Los partidos mueven pasta pública y privada, edifican minipirámides jerárquicas, organizan congresos onanistas y se inventan un montón de cargos y carguillos que en teoría deberían servir para algo más que para ratificar los caprichos del líder purpúreo. Qué va. Cuando llega la hora de la verdad, los paniaguados se crecen y los críticos bajan la cabeza -a veces hasta piden perdón con lágrimas en los ojos-. Estamos quizás ante una de las más cruciales realidades antropológicas de España. En la calle, en la vida se discute; en política se acata. Debatir es una acción que sólo tiene sentido desgajada del insulto, así que mejor aceptar que en esta tierra no existe tal posibilidad. Pongan velas a quien toque.

Luego están los detallitos. Zapatero ofreció a Bono presidir el Congreso mucho antes de que se celebraran las elecciones. El presidente debe ser pitoniso, porque acertó que ganaría y ahora puede mantener su palabra sin parecer un brujo temerario. ¿Qué importa el escrupuloso respeto al ritual parlamentario, a los contactos, a las negociaciones con el rival? Los demás no cuentan. Todo el mundo lo sabe, así que para qué tanto paripé.

El mismísimo Gallardón, tan íntegro y santurrón, amenazó con largarse cuando Rajoy le negó el deseo de debutar como diputado. No se acordó entonces de las elecciones municipales de mayo, a las que se presentaba y en las que ganó con un programa que cualquier mente sensata asociaba a la Alcaldía de Madrid, no a los asuntos de Estado. Matas sí que cogió las de Villadiego tras perder la batuta en Baleares. También se presentaba, también le habían votado, ¿y qué?

Si los conductores del país son tan demócratas, tan adictos al acervo comunitario y al hermoso pero inoperante ideario de la ONU, que lo demuestren de una vez. No con discursos hueros -la hemeroteca está saturada- sino con decisiones firmes en el íntimo ámbito doméstico. No teman recurrir a la libertad de expresión, al debate, a la discrepancia. Ustedes deberían estar expresamente diseñados para eso.

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