IL BUCO | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

Callejón sin salida

Una imagen de ‘Il Buco’, del italiano Michelangelo Frammartino.

Una imagen de ‘Il Buco’, del italiano Michelangelo Frammartino.

No se puede decir que el italiano Michelangelo Frammartino sea un director prolífico o que se precipite en sus proyectos. Siete años entre su primera y segunda película y nada menos que once desde la anterior, la premiada Le quattro volte, y esta Il Buco. Digámoslo ya, esperábamos más, mucho más. A Frammartino podríamos encuadrarlo en esa tan larga como desconocida para el gran público estirpe de documentalista italianos de posguerra cercanos a la tierra (lo rural y lo urbano), el mar y sus gentes, cineastas como De Seta, Andreassi, Piccon, Di Gianni o Mangini, pero también los Olmi e incluso Piavoli. Pero Frammartino, a diferencia de la mayoría de ellos, vuelve a situarse aquí a esa siempre complicada distancia, a medio camino entre el documentalista y el cineasta de ficción, en su intento por reconstruir la expedición espeleológica que a principios de los años 60 recorrió y cartografió una gruta calabresa con una gran boca que invitaba al descenso al centro de la Tierra.

Frammartino se ve pronto encorsetado por sus discutibles decisiones encaminadas a borrar esas huellas de la ficción que delatan una puesta en escena. Prefiere, por ejemplo, alejarse y dejar las conversaciones, siempre inverosímilmente cortas o inexistentes, casi inaudibles o las acciones, a menudo inexplicadas, ya comenzadas cuando arranca la escena, como si constantemente temiera estar siendo vigilado, y censurado, por la sombra de un documentalista puro. Pero su mala conciencia es relativa, porque otras veces no tiene ningún reparo a la hora de añadir algún efecto sonoro o colocar la cámara componiendo un, tan bello como inútil, plano de nulo valor documental; por no hablar de la forzada analogía metafórica que establece con la muerte del anciano pastor. Despojada de sus escorias, hay algo interesante en la forma escultórica de rodar de Frammartino, es un cineasta que filma bien la materia (la piedra, las arrugas de un rostro, la luz cincelando las superficies), pero cuya obra parece encerrada en una vitrina impidiendo al público acercarse a ella para tocarla, acariciarla y sentir su forma, sus líneas y curvas, su textura y temperatura.