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LEONORA ADDIO | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

El sueño de una Italia mejor

La Italia fascista pugna por hacerse con el legado de Luigi Pirandello en 'Leonora addio'.

La Italia fascista pugna por hacerse con el legado de Luigi Pirandello en 'Leonora addio'.

A los hermanos Taviani, de los que ya solo queda en activo Paolo tras el fallecimiento de Vittorio en 2018, se les pueden negar muchas cosas, incluso en el más extremo de los casos hasta que estén realmente dotados para la narración en imágenes, pero lo que es difícil no reconocerles es su constancia, vocación artística e integridad ideológica. Marxistas convencidos, debutaron en los años sesenta y descollaron en los setenta, cuando el cine italiano no pasaba precisamente por su mejor momento pero gozaba de una fuerte carga política y contaba con la joven savia de los autores del Nuevo cine italiano, que se adentraban en su etapa de madurez. Enamorados del cine tras el descubrimiento de Paisá, intentaron con demasiado visible cálculo lo que en Rossellini era intuitivo, natural y grácil.

Leonora addio, obra ya en solitario de un cineasta nonagenario, deshace algunos equívocos. El primero es que se puede seguir siendo un cineasta conectado con el problemático presente a pesar de filmar de una manera demodé. El segundo es que probablemente los Taviani siempre fueron mejores narradores de cuentos (morales) de fuerte vocación popular que ideólogos cinematográficos.

Y es aquí donde la figura de Luigi Pirandello, al cual ya habían adaptado en Kaos, propulsa su cine a su mejor forma expresiva: ese callado y modesto lirismo, muy interiorizado y lejos del algo retórico esfuerzo de su obra más célebre (La noche de San Lorenzo). El accidentado traslado de las cenizas del célebre autor años después de su muerte en la Italia fascista, le permiten a Paolo Taviani construir una película de varias capas, que pasa del documental con autocitas a la reconstrucción del periplo de los restos mortales, para culminar adaptando la pirandelliana El clavo en un Brooklyn reconstruido en estudio y con una puesta en escena visiblemente sometida al artificio. Cuando finalmente se encienden las luces, salimos con la sensación de haber asistido a un humilde gesto de resistencia artística y moral.