TORI Y LOKITA | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

Ahogados en la playa del cine europeo

Los hermanos Dardenne vuelven con 'Tori y Lokita' a sus temas de siempre.

Los hermanos Dardenne vuelven con 'Tori y Lokita' a sus temas de siempre.

Se nos planteaba una pregunta al inicio de la última película de los hermanos Dardenne. Una vez reconocido que estaban en su legítimo derecho de no moverse un ápice de los temas que les interesan, nos restaba por averiguar si la encrucijada artística entre los sermoneadores que apelan a la mala conciencia occidental y los creadores de formas se iba a decantar por el lado de estos últimos, cosa que no ocurría tal vez desde Rosetta y El hijo.

Tori y Lokita arranca con un largo plano fijo, rodado con una cámara al hombro calculadamente temblorosa, que evidencia la búsqueda de cierta verdad en el registro de los gestos de una joven migrante africana. Con ella, y con el actor infantil, también amateur, que interpreta a su falso hermano, los Dardenne creen tener todo lo necesario para hacer una buena película. Ni siquiera caen en la cuenta de que al colocar a los protagonistas en planos separados su cinta pierde fuerza y belleza, y mucho menos que otro catálogo de peripecias sobre la rapacidad sin límites ni escrúpulos de nuestra sociedad del bienestar no iba a ser suficiente para hacer que volviéramos a creer en su cine.