Piden casi 6 años a un conductor borracho que mató a un padre y dejó grave a su hijo

Juicio por atropello

Fracasó un intento de conformidad y el fiscal añadió un nuevo delito de omisión del deber de socorro

El acusado, un sanitario experto en daño medular, triplicaba la alcoholemia permitida

El coche del acusado, tras el atropello
El coche del acusado, tras el atropello / Emergencias Sevilla
Amanda Glez. De Aledo

12 de marzo 2020 - 05:00

La Fiscalía de Sevilla pidió este miércoles 5 años y 9 meses de cárcel para un joven de 25 años que atropelló a un padre y a su hijo cuando triplicaba la tasa de alcoholemia permitida y conducía a una velocidad de entre 52 y 90 kilómetros por hora en un tramo autorizado a 30 km/hora.

El padre, de 59 años, falleció y su hijo de 38 años sufrió graves lesiones y la amputación de un pie.

El juicio se celebró en el juzgado penal 8 de Sevilla, tras fracasar un primer intento de alcanzar una conformidad. En la vista declararon todos los testigos y peritos, y su testimonio sirvió al fiscal para añadir un nuevo delito de omisión del deber de socorro por el que pidió 2 años y 9 meses de cárcel y del que no acusaba en el acuerdo de conformidad. Además solicitó tres años por homicidio por imprudencia.

En efecto -explicó el fiscal- el procesado Rafael R. dejó a los dos heridos “en total desamparo y abandono”, tendidos en una isleta, en estado grave y se fue a su casa, situada a dos minutos de distancia. En sus primeras declaraciones a la Policía afirmó que le habían robado el coche.

El conductor “mintió como hacen los delincuentes en lugar de actuar con solidaridad, decencia y dar la cara”, aseguró el fiscal en su informe.

El siniestro ocurrió a las 23.20 horas del 4 de febrero de 2017 en la calle Cueva de Menga de Sevilla Este. El acusado había estado toda la tarde bebiendo desde que a mediodía asistió al cumpleaños de un amigo.

En la prueba de alcoholemia arrojó 0,72 miligramos en una primera medición y 0,65 en la segunda, casi el triple de la permitida.

En su declaración, Rafael pidió perdón a la familia de las víctimas, aseguró que se quedó dormido, que no vio a Juan José R.R. y a su hijo César R.V., que estaban en una isleta, que “no tuvo conciencia del atropello” y negó que en el momento del accidente estuviese usando el móvil.

No obstante, el policía local instructor del atestado no descartó que estuviera hablando por el móvil por la actividad que registró en el margen temporal en torno al siniestro.

Rafael R. acababa de pasar junto a una señal de tráfico que limitaba la velocidad a 30 kilómetros por hora. Los peritos coincidieron en que circulaba a excesiva velocidad: el instructor de la Policía Local la situó en su informe en 52 km/hora, aunque en el juicio precisó que serían unos 60 km/hora teniendo en cuenta las graves lesiones causadas y la pérdida de energía cinética. El perito de las víctimas aseguró que iba a 93 km/hora.

Tras perder el control de su Seat Ibiza en una curva, el coche siguió durante 70 metros una trayectoria errática, atropelló a las víctimas que estaban en la isleta, se golpeó contra varios bordillos y finalmente impactó contra otro coche aparcado con tal violencia que lo subió a la acera.

El acusado “salió por la puerta del copiloto, miró hacia la isleta, se metió las manos en los bolsillos y se fue tan tranquilo”, dijo a la juez una joven que presenció los instantes posteriores desde su ventana.

La defensa de Rafael solicitó la menor condena posible para una persona "arrepentida, insertada en la sociedad, que ha asumido el hecho terrible que cometió y que no merece un reproche tan terrorífico". También pidió la atenuante de reparación del daño por los 50.000 euros que ha depositado para hacer frente a las futuras indemnizaciones.

Analizando al registro de llamadas, la defensa negó que Rafael estuviese usando el móvil: a las 23.20.02 horas se recibió la primera llamada de un vecino al 112 y hay otra a las 23.20 horas del acusado a su madre que duró un minuto, pero según la defensa fue posterior al siniestro para decirle que le habían robado el coche ya que temía que sus padres le riñeran.

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