La época de la Alaya como instructora de las macrocausas

Las otras víctimas de Alaya

  • Los investigados se plantearon crear una asociación de afectados.

  • Critican sus interrogatorios "inquisitoriales" y su trato poco humano.

Los juez Mercedes Alaya.

Los juez Mercedes Alaya. / Belén Vargas

El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha abierto diligencias a la juez Mercedes Alaya por sus descalificaciones hacia jueces y fiscales, pero la instructora de los ERE tiene otras víctimas anteriores: los investigados en su juzgado, que le reprochan sus formas, el retraso en los horarios sin previo aviso y su técnica de interrogar “altiva, prepotente e inquisitorial”.

Un investigado por Alaya resume de esta manera lo que otros cuentan con frases parecidas: “Tuve la sensación constante de que si no contestaba lo que ella quería escuchar, lo preguntaba de otra manera una y otra vez hasta que conseguía su propósito. Como si ella ya hubiese prejuzgado y no le importase saber la verdad de las actuaciones porque ya había sacado sus conclusiones”.

Y se lamenta: “No me enteré de los hechos que se me imputaban hasta el mismo día de la declaración”.

Algunos imputados por Alaya y luego absueltos llegaron a plantearse crear una asociación de afectados, pero lo dejaron porque “lo único que queremos es pasar página”. Otros quisieron presentar una reclamación formal pero sus abogados les disuadieron, diciendo que iba a ser “una pérdida de tiempo y dinero”.  

¿Qué reprochan a Alaya los investigados? En primer lugar, la “falta de sensibilidad” en el trato y la tensión en los interrogatorios. Y quienes son funcionarios, le achacan haber perdido su carrera profesional y los complementos salariales. Los profesionales liberales, la defenestración o el paro. Otros,  problemas de salud, cáncer, enfermedades cardiovasculares, depresión, divorcios y pérdida de la estima social como abandonar la aspiración de ser hermano mayor de una cofradía.

También le reprochan el tiempo excesivo que duró su “pesadilla” en el juzgado número 6 y los periodos muertos de instrucción, como ocurrió durante los seis meses en que la juez estuvo de baja médica “y no permitía que nadie la sustituyera ni la ayudara”.

Los abogados dicen que es “distante y categórica en sus afirmaciones”, que prefiere no dar la mano y que contesta a un “buenos días” sin mirar a la cara. 

Contrastan su talante con otros jueces de instrucción sevillanos, a quienes ven más “corteses y respetuosos”. Juan Gutiérrez Casillas, instructor del caso Invercaria, suele dar la mano a los imputados y testigos y a estos últimos comienza agradeciéndoles su colaboración y pidiendo disculpas si la declaración empieza con retraso.

En la mayoría de los juzgados, los imputados temen al fiscal y no al juez instructor. Sin embargo, en el juzgado de Mercedes Alaya muchos alababan al fiscal “porque él sí que quería informarse previamente para sacar sus conclusiones, y por él sí me sentí defendido. El mundo al revés”.

A favor, todos destacan de Mercedes Alaya su capacidad de trabajo y su estudio en profundidad de los casos. “Si yo fuese una víctima, me gustaría que ella instruyese mi caso”, dice un letrado, y añade: “Para ella, cualquier irregularidad es delito, imputa a todos. Parece como si el fin de buscar el bien común y perseguir el delito justificase todos los medios”.

"Mi auto de procedimiento abreviado parecía un guión de película de miedo Serie B", comenta un investigado

Las quejas se extienden a la literatura de sus autos: “Mi auto de procedimiento abreviado parecía un guión de película de miedo serie B, en la que yo me convertía en uno de los protagonistas principales”, afirma un imputado. 

Otra queja común contra Alaya: los horarios. Las declaraciones de los ERE comenzaban muchas veces con un retraso de varias horas. “Me había citado a las 10, ella llegó a las 11 y la declaración empezó a las 12.30”, cuenta un imputado. Y otro añade: “Yo estaba en el juzgado desde las 10 y mi declaración empezó a las 4 de la tarde. No pidió disculpas ni sugirió que nos fuésemos a comer algo”.

En sus declaraciones periodísticas, la propia Alaya ha reconocido que puede dar la impresión de ser fría porque es “tímida y despistada”. En mayo de 2016 amadrinó a una promoción de estudiantes de Derecho y les dio algunos consejos sobre su futuro trabajo, diciendo que debían “imaginar" sus primeras actuaciones en la profesión como algo “teatral”. "Como actores, debéis hacer ver a los demás que tenéis el control de la situación, que tenéis criterios personales”, les recomendó. "Nunca demostréis vuestra debilidad en el desarrollo de un acto, y para ello pensad que estáis representando un papel y aguantad hasta que la obra llegue a su fin”.

En las “representaciones” de la juez Alaya en el caso de los ERE había mucha tensión. Algunos abogados reconocen que estaban a disgusto, sobre todo si su cliente no declaraba lo que la juez quería oír. Cortaba las respuestas que no le gustaban, discutía con el imputado y era dura con quien no colaboraba. Otros, como el ex consejero Antonio Fernández, resumió en el juicio que celebra la Audiencia provincial contra 22 ex altos cargos lo que otros comparten: que la juez escribió en el acta frases que “se alejaba de lo que él quería decir” pero acabó firmando por miedo a que lo enviaran a la cárcel.

Los defensores cuentan que, antes de entrar en una declaración, recomendaban a su cliente: “Vas a estar en tensión, no te va a mirar a los ojos, va a contradecir lo que digas, no te va a dejar hablar, pero tú estáte tranquilo y mantente firme”. 

En los primeros años de los ERE, Alaya era una juez estrella y nadie se atrevía a criticarla. Pero hubo un momento, hacia 2013, en que los defensores del caso empezaron a cuestionar sus métodos. Entonces trascendieron  ciertos comentarios que hizo a los acusados: “me está usted mintiendo descaradamente”, “colabore de una puñetera vez”, “si quiere declarar, declare, pero no haga teatro”. 

También sorprendían sus comentarios desdeñosos hacia ciertos abogados, sobre todo si eran jóvenes inexpertos, no conocían los pormenores de la causa o eran familiar de un investigado.  

La anécdota: 41 personas y sólo 40 móviles recogidos

Otro botón de muestra de la tensión en sus interrogatorios es la siguiente anécdota: Antes de cada declaración, la Guardia Civil recogía los móviles de abogados e imputados para que no se comunicasen con el exterior y los guardaba en una caja. En cierta ocasión, la juez detuvo una comparecencia porque el guardia civil le acababa de informar “de que allí había 41 personas y sólo habían recogido 40 móviles”.

Un imputado asegura que “mi experiencia personal da para escribir un libro. Pero lo más importante es que me propuse desde el primer momento que no pudiera conmigo, y creo que lo he conseguido, aunque me ha hecho un enorme e irreparable daño profesional y también personal. Desgraciadamente, sufres grandes decepciones con personas que creías que eran tus amigos, aunque también te das cuenta de los amigos”.

Y otro conocedor del caso reflexiona sobre “el consentimiento del sector más tradicionalmente católico de la sociedad sevillana ante las injusticias cometidas, porque lo más evangélico es no consentir la injusticia”.

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