Jesús Maeztu

"Juan, yo sigo, ¿verdad?"

  • El Defensor del Pueblo Andaluz sale airoso de todos los cargos, amigo de Griñán . No le gusta nada madrugar. Tiene muy presente una frase de su padre: “En la vida hay que comportarse como un señor y no un huevero”

Jesús Maeztu

Jesús Maeztu / Rosell (Sevilla)

EN la vida no hay nada como ser gris para estar a bien con todos, no apostar por nadie pero estar con todo el mundo a la vez. Usted accede a un cargo público, con presupuesto, y decide quemarse en el ejercicio de sus funciones, darlo todo, como siempre presumía Alejandro Rojas-Marcos que se debía hacer. Afrontar reformas y proyectos megalómanos, aspirar a coronar cimas imposibles para que, al final, te manden lejos a las primeras de cambio. En la indolente Andalucía sale rentable quedarse quieto en demasiadas ocasiones. ¡Y cómo funciona la adulación! Cualquier día fundan la Cátedra de la Ojana, sobre el arte de decir a cada cuál lo que quiere oír. Es una habilidad poco reconocida, porque implica tener claro cuál es el cebo de cada pescado, el alpiste de cada pájaro o la bellota de cada cochino, según los casos. Y esa capacidad no está al alcance de cualquiera.

Jesús Maeztu Gregorio de Tejada (Medina Sidonia, 1943) es el Defensor del Pueblo Andaluz. Yestá encantado de serlo. Se ha currado la renovación por cinco años más, pese a que había un acuerdo político para nombrar a una mujer. Pero Maeztu, un gris corredor de fondo, se ganó el apoyo del vicepresidente de la Junta, el sanluqueño Juan Marín, el de las camisas con el cuello grande. Y Maeztu, cada vez que se cruzaba con Marín en los pasillos del Parlamento, en esos recesos que sirven para estirar las piernas y aliviarse del sopor de las plúmbeas comisiones, se dirigía con nervios al vicepresidente: “¡Juan, Juan! ¿Yo sigo, verdad?”. Tacita a tacita, pregunta a pregunta, Maeztu ha conseguido seguir en la poltrona de la calle Reyes Católicos. Maneja los adjetivos y comentarios aduladores como nadie, se sabe ganar a los políticos de todos los colores, no provoca muchos disgustos, porque sabe que en la franja gris no se brilla, pero tampoco se generan recelos. En su caso, la adulación es una técnica que controla a la perfección.

Maeztu fue sacerdote en el templo parroquial del Cerro del Moro, donde contó con un coadjutor muy eficaz, al que algunas lenguas atribuyen los éxitos apuntados en el currículum del párroco don Jesús. Colgó los hábitos de sacerdote en aquellos años de la creciente secularización tras el Concilio Vaticano II, aunque Maeztu goza del carácter sacramental indeleble del sacerdocio. Eso no se pierde nunca. La gente cree que su predecesor, José Chamizo, es también ex sacerdote, pero no es así. Son las leyendas de Sevilla. Chamizo, hay que repetirlo por enésima vez, sigue siendo presbítero hasta el punto que algunos no perdemos la esperanza de verle de canónigo de la Catedral algún día, aunque tendría que revestirse de los hábitos litúrgicos propios de las grandes solemnidades y dejar los zapatos abotinados y algún que otro traje de Hugo Boss...

Maeztu no madruga. No le gusta nada levantarse temprano, salvo que sea para participar en un desayuno profesional protagonizado por un político, naturalmente. Su biorritmo se caracteriza por trabajar hasta tarde y despertarse tarde. Por eso se le puede ver en el bar el Picadero, muy próximo a la sede de la Defensoría, rodeado de periódicos y desayunando... a las doce del mediodía. Evita el bar El Cairo, porque sabe que es territorio del cura Chamizo. Dos gallos mejor que no coincidan en el corral, aunque sean tan distintos. Maeztu, hijo de empleado de banca, lleva a gala una enseñanza de su padre:“En la vida hay que comportarse como un señor y no como un huevero”. Sus críticos dicen que le cuesta un mundo tomar una decisión, tiene un perfil muy poco ejecutivo. Sus colaboradores mas próximos –a los que es cierto que mima y protege– se desesperan a veces por esa incapacidad para apostar por una vía y no por otra en cualquier asunto. Dicen que en eso se parece mucho a Rajoy y que también por eso se llevaba muy bien con el alcalde Zoido.

La vida es...

La vida son recuerdos de las calles de la preciosa Medina Sidonia donde nació, donde muchos acuden a probar las perdices cocinadas al doctor Thebussem. La vida es una amistad inquebrantable con José Antonio Griñán. Es pasión por los veranos en la playa de Roche. La vida son recuerdos de un sacerdote obrero que atendía a las madres de los miembros de la banda terrorista Grapo en barrios entonces marginales como el Cerro del Moro. La vida es hablar y escuchar sin límite. No tiene prisas. La vida es guardar con celo un perfil eminentemente institucional. Es difícil verle sacar los pies del plato. La vida son momentos de relax mientras se fuma un puro, preferentemente en las últimas horas del día. La vida es estar marcado por la estrella de la suerte, pues de todos sus cargos o responsabilidades ha salido airoso.

Profesor universitario que no llegó a terminar la tesis doctoral. Al menos no se le ocurrió hacer una chapuza como al actual presidente del Gobierno, lo cual es de agradecer en una sociedad aquejada de titulitis. Antes que Defensor del Pueblo Andaluz fue comisionado del Polígono Sur, un cargo al que llegó con las ideas muy claras. “Aquí hay mucha tarea, esto es para al menos diez años”. Y estuvo justamente diez años, tragándose el sapo de la crisis de los caracoleños. ¿Cómo? Porque sabe medir los tiempos como nadie, no pringarse contra nadie y adular inteligentemente a los que ostentan el poder.

 Hoy es un hombre feliz porque Juan, su Juan Marín del alma, le ha conseguido cinco años como Defensor. Como no molesta a nadie, ni el PP ni los chicos de Podemos se van a oponer, sobre todo porque Maíllo ya no está y los nuevos no entienden de los pactos del pasado. Es presumido sin incurrir en estridencias. Duerme poco. No se le conocen excesos. Siempre tiene la mesa cargada de papeles. Aparentemente encaja bien las críticas, aunque no disimula cierto temor a los medios de comunicación. Es de suponen que las heridas se las cura en privado. Como buen cura obrero que fue, no es muy aficionado a las manifestación de la religiosidad popular andaluza. Lo suyo no son precisamente las cofradías, aunque dicho está que domina la ojana tan perfecta como productivamente. 

El vecino de la zona del Museo de Sevilla tiene hechuras de cura aunque sea un hombre felizmente casado y orgulloso padre de dos hijas. La Iglesia es sabia cuando explica que hay sacramentos que imprimen carácter.

El Defensor sigue hoy callado con el problema de la listeria. ¿Será porque no quiere arriesgar lo mínimo en el final de su proceso de renovación en el cargo? Quien sabe. Con vocación de estafermo, aguanta las críticas por su inacción en este asunto, tan grave pero que no ha merecido una mera queja de oficio. A las doce del mediodía, la hora del Ángelus, se toma café y se lee los periódicos de papel. En eso tiene muy buen gusto. Quien se ha criado con la lectura de las ediciones en papel de los periódicos es como el que ha recibido ciertos sacramentos. Toda la vida se tiznará las yemas de los dedos. Y siempre tendrá un momento para una pregunta casi ritual: “¡Juan, Juan! Yo sigo, ¿verdad?”.

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