José Luis García-Palacios Álvarez

¡Al ataque!

  • El presidente de la Caja Rural ya daba pruebas desde niño de su carácter luchador y amante de los deportes de riesgo. Ha desarrollado una capacidad de sufrimiento en silencio que pocos conocen

José Luis García-Palacios Álvarez

José Luis García-Palacios Álvarez / Rosell (Sevilla)

De niño se muestran ya los rasgos que definirán la personalidad del adulto. Hay poco margen para la sorpresa. Basta con observar e intuir. El tímido, el paciente, el vehemente, el correoso, el estudioso, el voluntarista, el afectivo, el tacaño, el fisgón, el imprudente, el exquisito, el desordenado ... Todo se vislumbra a poco que se tenga trato con un crío. José Luis García-Palacios Álvarez (Huelva, 1967) es hoy el adulto que preside la Caja Rural que responde con fidelidad al niño que fue: disfrutón, arriesgado con los deportes, perseverante en el trabajo y al que le encantaba comenzar una tarde de juego con un alarido que debía provocar, cuando menos, la inquietud de los padres: “¡Al ataque!”.

Es el segundo de cuatro hermanos. A su madre no le dio tiempo a recibir ayuda para el parto, porque el niño nació prácticamente solo porque pesaba cinco kilos y, como se suele decir, “se cayó”. José Luis fue un grandullón desde que vio las primeras luces en aquella clínica del centro de Huelva.

Comilón desde chico, el pediatra recomendó cierta contención en la dieta. Dicen que debajo de la cama infantil se acumulaban los envoltorios de esas galletas con relleno tan del gusto de los niños. Prueba de que en esos años era un niño bien parecido es que su imagen estaba en el escaparate de Rodri, el fotógrafo más conocido de Huelva. Y también lo estuvo en la sede de la Ciudad de los Niños. José Luis era un niño que no pasaba desapercibido y que las tardes de juego solían comenzar con el referido grito de guerra y el cuarto, lógicamente, desordenado como una ciudad después de un bombardeo. Aquellos años sufrió la extraña alergia al líquido de congelación de las conservas de marisco, lo que le provocó desagradables reacciones en la piel hasta que se detectó el origen del problema.

La infancia son recuerdos de las aulas del San Vicente de Paúl y de los Maristas, donde los profesores intentaron sin éxito que dejara de ser zurdo. Desde siempre ha sido un pupas por su afición a los deportes de riesgo. Se rompió la clavícula en horario lectivo y los maristas lo mandaron a casa a pie. Aquello motivó la salida del niño José Luis de aquel colegio y su ingreso en el Entrepinos, de Attendis.

Quiso ser veterinario. Se fue a estudiar la licenciatura a Córdoba. Allí sufrió un accidente en la piscina cuando practicaba natación. ¡Terminó con un clavo en el pie! Ay, dolor. De nuevo sufrió en silencio la lesión. Porque esa capacidad de aguante del dolor y de las molestias crónicas son una constante en su vida. Quien practica rugby, windsurf y otros deportes que conllevan tensión desarrolla también otras capacidades. Hay quien dice con sentido del humor que lleva más horas pasadas en un quirófano que en un despacho de la Caja Rural.

Pronto dejó Córdoba y regresó a Huelva, donde ya se encarriló en los estudios de perito agrícola en las aulas de La Rábida. Quizás el peor accidente lo sufrió cuan de soltero se cayó del caballo en la finca familiar de San Bartolomé de la Torre. Perdió el conocimiento. Tuvo que regresar a pie y como buenamente pudo hasta la casa de campo por una dehesa poblada de toros bravos, por supuesto en libertad. El traumatismo fue grave, como fue enorme la suerte de salir vivo. En alguna tertulia ha explicado que no sabe cómo escapó de aquel trance. Desde siempre cuida mucho el físico con asistencia a gimnasios en Huelva y Sevilla. Es la mejor forma de controlar las hernias y los problemas en las articulaciones provocados por el deporte, siempre por el deporte...

Su padre tenía claro que este José Luis debía ejercer de hermano mayor, lo que suponía estar preparado para hacerse cargo de los negocios familiares, fundamentalmente los relacionados con la agricultura. Siempre ha sido un enamorado del campo, un gran aficionado a los animales. Cuentan que algunas veces él mismo ha puesto las inyecciones a los toros. Como ejerce de practicante con su madre si hay que aliviarle algún dolor. Supo modificar hábilmente los planes que su padre le tenía reservados para dedicarse cada vez con más intensidad a la Caja Rural. El padre aplicó un principio: yo te pongo, pero tú te lo curras. Y se lo tuvo que currar. Y sigue.

Bonachón, cada vez más sereno con el paso de los años, aunque a veces le salga cierta vehemencia por su carácter natural impulsivo ante esas pamplinas que dicen los señores de la clase dirigente en el telediario. Nunca ha querido entrar en política pese a los muchos ofrecimientos, sobre todo para ser alcalde de Huelva. Una cosa es ser diplomático, que lo es, y otra ser político, que nunca ha querido serlo. Con el paso de los años se ha fabricado una coraza, una imagen de seriedad y un blindaje de prudencia para no meter la pata.

Se empeña en hacer paellas para sus invitados, como hizo con los miembros una alta organización bancaria en la finca familiar El Campillo. Les enseñó los toros y el campo mientras se hacía el arroz. Y pasó lo temido: el arroz se pegó... un poquito. Al menos todos se lo tomaron con buen humor. Y el día fue un éxito.

Aficionado a cuidar las flores de la casa de Punta Umbría. Le encantan las labores de jardinería. Amante de las monterías. Todo lo que huela a campo y naturaleza es una de sus perdiciones. Baila con mucha solvencia las sevillanas y pocos saben que le encanta cantar las letras de Sabina.

Taurino apasionado. Es de los que se despiertan temprano los días de julio que hay encierro de los Sanfermines. Muy rociero, suele hacer el camino con Huelva o San Juan del Puerto. Tiene casa en la aldea y sigue algunos ritos muy marcados, como la entrevista con Carlos Herrera el viernes previo al Domingo de Pentecostés.

Curiosamente nunca le ha dado por la pesca ni por los deportes náuticos. Sí por pintar y mucho. De hecho desde pequeño ha mostrado una gran capacidad para el dibujo. Muchos recuerdan sus particulares viñetas y caricaturas de dos grandes personajes: Mortadelo y Filemón.

La vida es...

La vida son recuerdos de niño paje en la cofradía del Calvario de Huelva. Es la luz de Punta Umbría, mucho más que una simple residencia de verano, pues es el Castelgandolfo familiar donde se traslada la curia de los García-Palacios. La vida es haber heredado de su padre no tanto el físico como el saber escuchar, la empatía, el autocontrol y el esfuerzo. De su madre tiene el carácter y de su abuelo materno la corpulencia. La vida es un almuerzo donde sólo se bebe manzanilla y acaso se termina disfrutando de hondas caladas de un puro pequeño. La vida son sobremesas en El Tabla de Punta Umbría.

Con los años ha desarollado una cualidad muy importante: saber decir que no, algo fundamental en el presidente de una entidad financiera a la que llegan a diario innumerables peticiones. Tiene una muy buena relación con Antonio Pulido, presidente de la Fundación Cajasol. No ha dejado de cuidar a esas personas que hacen que la sociedad sea un poquito mejor. Por eso lleva personalmente las cajas de fresas, las perdices y otros alimentos de primera calidad a la congregación de las Oblatas y a las Hermanas de la Compañía de la Cruz de Huelva.

Se pasa la vida entre Sevilla y Huelva. Entre la sede de la Caja Rural, el comedor del Aero y la luz de una Punta Umbría idealizada. El niño paje llegó a maniguetero. Al final la vida es una proclama constante:“¡Al ataque!”. Y al término hay que ordenar el cuarto para volver a empezar.