Literatura y pensamiento

En busca de Lorca

  • Nadie sabe con certeza en qué lugar están los restos del poeta, pero el rastreo de su tumba no ha concitado la aprobación general.

ALEJANDRO VÍCTOR GARCÍA

Director Adjunto Granada Hoy.

Grupo Joly

Circula por Granada desde hace muchos años una letra más o menos popular dedicada a Federico García Lorca que reza así: "Entre Víznar y Alfacar / mataron a un ruiseñor / porque quería cantar". Cada uno de los tres heptasílabos constituye un dislate. Al poeta lo mataron en Alfacar y no en la línea ilusoria que divide un pueblo de otro; la comparación con el ruiseñor resulta, en las trágicas circunstancias del asesinato, un error más bien cínico, y lo de atribuir su muerte al deseo de cantar es un eufemismo indecente. Se dirá que es una poesía (pésima pero poética), y que toda poesía tiene sus licencias, y es cierto, pero eso no quita el deliberado y más bien tramposo esquematismo del trovador para transformar la muerte brutal de un hombre de 38 años a manos de un grupo de matarifes sin escrúpulos en una metáfora blandengue. Eso sí, da idea de cómo el fusilamiento del escritor, a pesar del conocimiento exhaustivo que tenemos de las circunstancias en que Lorca fue detenido, muerto a tiros y enterrado sin más miramiento, se ha transformado en una especie de mito elegíaco apto para todas las inspiraciones (e ideologías), incluido un tipo de entusiasmo que sublima las circunstancias más trágicas mediante un más que discutible ardor lírico.

También los cientos de personas que se reúnen al anochecer de cada 18 de agosto en el parque de Alfacar rinden tributo más que al poeta asesinado ("asesinado por el cielo") a toda la estela inabarcable de ecos y referencias que arrastra consigo: la admiración literaria, el desprecio de la guerra, la reprobación del fascismo, el recuerdo de los restantes fusilados, la invocación de la historia propia, etcétera. Memoria personal, memoria histórica y quizá vislumbre o sueño del futuro. Cerca de Alfacar, en Víznar, en la más grande de las fosas comunes, a la que ahora se accede por un cómodo sendero de tierra, hay un monolito muy fotografiado que tiene grabada la leyenda "Lorca somos todos". Todos, sí, y en cierto modo, todo o casi todo. Allí, en los años finales de la dictadura, comparecía medio escondido en la fecha del aniversario un grupo de cantaores y rapsodas para festejar, hasta la entrada del día 19, la memoria viva del escritor.

El juez Baltasar Garzón abrió el año pasado la posibilidad de buscar los restos de Lorca. El permiso formaba parte del fallido (y procesalmente absurdo pero moralmente atinado) intento de investigar los crímenes contra la humanidad cometidos por el franquismo. La búsqueda de los restos de Lorca quizá sea la acción más relevante que vaya a quedar de la mastodóntica iniciativa de Garzón si es que, al final, los juzgados ordinarios se avienen y continúan el procedimiento para la búsqueda y apertura de la fosa donde fue enterrado junto a los banderilleros Joaquín Arcollas y Francisco Galadí y el maestro de Pulianas, Dióscoro Galindo.

La familia de Galadí y la Asociación de la Memoria Histórica están empeñados en seguir adelante pero, al contrario que ocurre en el debate general, la oposición al desenterramiento no está obligatoriamente vinculada con los conocidos postulados de quienes se oponen a la aplicación de la ley. La resistencia es diferente y tiene que ver más con el respeto que produce la inmensa figura del poeta y del lugar donde está enterrado que con la iniciativa legal impulsada por el Gobierno socialista para dignificar el recuerdo de los perdedores de la guerra. Buscar a Lorca es buscar los restos de uno de los miles de fusilados (sólo en el entorno de Alfacar se presume que hay unos 3.000 cadáveres), pero también es algo más arriesgado: rescatar las cenizas de un mito. En cierto modo desmitificar o, como han dicho los herederos del poeta, "desvirtuar su memoria".

Quizá por eso (porque unos presienten al mito, otros al mártir de la guerra y otros al autor de los versos que han turbado su sensibilidad) el rastreo de la tumba no ha concitado la aprobación general. Los herederos del poeta se han resistido hasta donde les ha sido posible. Al final, han aceptado en un gesto de generosidad admirable con los familiares de los otros compañeros de ejecución. Los Lorca consideran poco elevado ponerse a horadar el suelo en busca de los restos del poeta sin más guía que el relato más o menos impreciso dado por los testigos a los investigadores muchos años después del asesinato.

Nadie sabe con certeza en qué lugar están los restos y esta circunstancia añade a la búsqueda otra complicación, ya que cabe la posibilidad de que no estén donde se suponen e incluso que no aparezcan. El relato más verosímil fue hecho a finales de los años sesenta al investigador Ian Gibson, pero hay otros testimonios, como los recogidos por el periodista de Falange Eduardo Molina Fajardo en el libro Los últimos días de García Lorca, que señalan otro lugar, situados a unos 400 o 500 metros del primero. En 1986, la Diputación de Granada creó una comisión para precisar el lugar donde se levantaría el parque. Al parecer, en el transcurso de las obras, aparecieron restos humanos que fueron desplazados por los obreros a otro lugar y cubiertos con el nuevo pavimento.

Es comprensible que los familiares de los ejecutados con Lorca quieran recuperar los cuerpos de los suyos y que los investigadores apoyen la búsqueda para determinar por fin el sitio exacto y, quién sabe, algunos datos más sobre las circunstancias de la muerte. Pero también está justificado que los herederos del poeta se opongan y que algunos intelectuales y admiradores prefieran dejar el parque como está, como un inmenso camposanto donde el visitante palpa, por poco sensible que sea, el ambiente de dolor, pesadumbre y recogimiento característico de los cementerios.

Hace años el Ayuntamiento de Alfacar intentó construir junto a las fosas un campo de fútbol y, algún propietario de suelo desaprensivo, acometió obras de allanamiento de los terrenos contiguos sin licencia, pero por fortuna ambas iniciativas fueron detenidas a tiempo. Hoy el lugar tiene la consideración de Bien de Interés Histórico y, en teoría, está a salvo de cualquier intento especulativo. Para muchos es suficiente, y así debe quedar. Posiblemente lleven razón, pero también es acertado (y legal) que si alguien quiere buscar a sus familiares pueda hacerlo sin más inconveniente.

Lorca, en cualquier caso, sigue vivo en todos.

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