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Monkey Week

Memorias del subsuelo - Día 4

  • Una bitácora personal de la segunda edición de Monkey Week, por Pablo B. Caveda

Última noche. Grillos tristes e hígados hinchados. Clausura del festival y la promesa de nuevas convocatorias. Párpados como conchas agrietadas y mucho que recordar.

Ayer fue la mejor jornada del Monkey Week, se mire por donde se mire. El clima, gran y nublado protagonista de estos cinco días, fue amable; tras cinco días de roce forzado, el ambiente era cálido, casi romántico; y las actuaciones fueron impecables. Inmensos los Ginferno, con ese vocalista-flautista que vale un potosí; divertidos los Perro Peligro, con bozal incluido; y mención aparte para los dos grandes triunfadores (con permiso del inefable Kid Koala y de la magnífica Ainara LeGardon) del festival: Mursego y Buzzcocks.

Maite Arroitajauregui se plantó sobre el oscuro escenario de la Sala Nahua con su violonchelo, sus loops, sus percusiones extraídas del corazón de árboles milenarios y un vaso de agua. Entonces hizo MÚSICA. Sin etiquetas, sin pretensiones, sin un solo lugar común. Y con desparpajo, inteligencia, genio y descaro. En ocasiones parecía que su voz procedía de alguna cultura olvidada basada en extraños mitos y referencias. Otras veces parecía que habían metido un coro de bantúes en el Nahua. Pero siempre lograba hacer poesía con todos y cada uno de los elementos que componían las canciones. Una lección estética completamente necesaria en estos días en los que todos se agarran a la progresión descafeinada o al kraut por falta de imaginación y argumentos.

En lo que se refiere a los Buzzcocks, éstos dieron una lección de anatomía. Nos enseñaron cómo se toca una guitarra, cómo se grita, cómo se canta y cómo moverse sobre un escenario. Ya había leído acerca de su poderoso directo y la honestidad de su propuesta, pero no me esperaba semejante experiencia. El Monasterio de la Victoria casi se vino abajo y no hubo ni un solo “pero” a aquellos tipos que rondaban los sesenta años y que armaban más jaleo que cualquier grupo actual de presunta actitud punkarra.

Desde la más pura independencia nos han dado una importante lección: ser independiente no consiste sólo en autoeditarse o en soltar perlas contra la industria comercial; es necesario sincerarse con uno mismo y saber dónde empieza lo honesto y dónde la tontería, la pereza o la autocomplaciencia. Porque, ¿alguien se ha planteado por qué desde hace dos años si levantas una piedra sale un grupo que hace kraut-progresivo-independientequetecagas? ¿Acaso tiene sentido hablar de independencia cuando se hacen canciones desde la más obvia dependencia de las modas?

En fin. Yo no soy crítico musical (ni lo pretendo) y sólo hablo de arte y honestidad. Nada más.

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