Bidonville, ciudad gitana

Más de 15.000 gitanos, procedentes de Rumanía y Bulgaria, se buscan la vida entre la basura y bajo la acuciante amenaza de expulsión.

Algunas de las centenares de chabolas que se extienden a la vera del histórico estadio de Saint-Denis en París.
Algunas de las centenares de chabolas que se extienden a la vera del histórico estadio de Saint-Denis en París.
Sergio Rodrigo París

16 de octubre 2013 - 05:03

En Francia viven unos 15.000 gitanos, procedentes de Rumanía y Bulgaria, la mayoría de estos se concentran cerca de las grandes urbes, en barrios chabolistas, donde buscan técnicas para ganarse la vida.

En el barrio de Saint-Denis (París) está uno de los campos chabolistas más grandes del país. A menos de 50 metros se encuentra el histórico estadio. Allí bajo los puentes y pegando a la autovía unas 500 chabolas desprenden el humo de sus cocinas chimeneas que calientan las pequeñas viviendas de madera y chapa donde viven.

Están rodeados de basuras, y no cuentan con aseos. En los alrededores se han instalado baños públicos para que estos hagan sus necesidades y eviten hacerlo en zonas cercanas donde se puede contaminar el agua generando enfermedades como tifus o hepatitis.

Entre las calles de estas chabolas abunda el barro, allí juegan los niños no escolarizados, hijos de padres y madres que se dedican a recoger chatarra o incluso a la música. Los menores juegan durante el día con bicicletas que sustraen del servicio público.

"Esto es muy triste", comenta una mujer romaní que junto a un gran grupo decide acercarse ante la presencia de este periodista. La mayoría lanza consignas contra el ex presidente y lamentan su situación, "no hay comida", "estamos mejor con Hollande". Ante el revuelo se aplica el sistema de casta de los gitanos. El patriarca pasa a mi vera y decide no responder. Segundos más tarde las chabolas se cierran y vuelve el barrio fantasma.

En estos barrios hay personas de todas las edades, incluso jóvenes desempleados que dedican su tiempo a realizar labores comunitarias como reparar chabolas o mejorar las calles de los bidonville, como llaman en Francia a estos barrios. Y es que la lluvias embarran las calles y mojan las chabolas protegidas con plásticos.

Las mujeres suelen coger el agua para cocinar o limpiar en el río cercano, donde incluso muchos miccionan. La higiene no es el fuerte de estos barrios, que no cuentan con duchas ni baños, generando enfermedades entre sus vecinos, mayoritariamente migrantes de segunda generación.

Las ONG son los salvavidas de estos campamentos ya que entregan utensilios de primera necesidad como alimentos, ropa y mantas. Los romaníes suelen rebuscar en las basuras buscando cosas útiles para sus hogares, que carecen de luz y agua.

En Francia hay una falta crónica de vivienda adecuada y refugio de emergencia para todas las personas que lo necesitan. Los romaníes son los más afectados, muchos pasan meses o años en asentamientos informales, soportando espantosas condiciones de vida y con el temor constante de ser víctimas de un desalojo forzoso.

El ministro francés de Interior, Manuel Valls, dijo hace unos días que "las soluciones pasan en particular por las expulsiones", y al ser interrogado sobre el grado de integración de esos gitanos en Francia respondió que "esas poblaciones tienen modos de vida que son extremadamente diferentes de los nuestros".

Por su parte, John Dalhuisen, director del Programa de Amnistía Internacional para Europa y Asia Central señaló que "Francia no ha incluido las normas internacionales de derechos humanos contra los desalojos forzosos en su ordenamiento jurídico, y se llevan a cabo por lo general sin la debida información, consulta y notificación previa a los habitantes".

Lo más extraño de este asunto son los enfrentamientos entre migrantes de segunda generación, generalmente magrebíes, con los propios romaníes que en muchas ocasiones ha obligado a la expulsión de los gitanos de sus campamentos, incluso prendiendo sus chabolas.

En Marsella, una de las ciudades con una tasa de inmigración más alta del país, mucho de los ciudadanos magrebíes de segunda y tercera generación no aceptan a estos nuevos migrantes.

En las periferias denunciaban los vecinos que estos traían enfermedades, generaban ruido e incluso saltaban a robar en las casas próximas al campamento. La desesperación de los vecinos obligó a formar varias pandillas que prendieron fuego a las chabolas y expulsaron a los gitanos a base de violencia.

Acción incomprensible en un país multicultural y con una capacidad excelente de integración. No se entiende que donde los inmigrantes europeos y africanos han desarrollado su vida en las últimas décadas no acepten a los gitanos que no han conseguido integrase y siguen aislados bajo el cielo compartido de París, y con la continua amenaza del desalojo.

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