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Brown, de mito a caballo perdedor

  • Pese a sus prometedores inicios, el primer ministro británico ha encadenado una serie de errores que han colocado al Partido Laborista en uno de los peores momentos de su historia más reciente

¿Qué ha ocurrido para que alguien que, nada más convertirse en primer ministro, fue aclamado como un gestor hábil y solvente, capaz de salvar al laborismo británico, haya pasado a ser considerado un político débil y sin carisma, un caballo perdedor, en cuestión de meses?

La pregunta centra todos los análisis con motivo del primer año en el número 10 de Downing Street de Gordon Brown, quien, sin mediar elecciones, tomó el relevo de Tony Blair el 27 de junio del 2007.

Tras años de ambicionar el cargo, el político corre ahora el riesgo de pasar a la historia como Brown, El Breve, el primer ministro que dilapidó una ventaja laborista de dos dígitos en los sondeos y allanó el camino para el regreso de los tories después de tres legislaturas en la oposición.

Lo suyo fue sin duda un bautismo de fuego. No habían pasado ni 48 horas desde su llegada al número 10 cuando tuvo que hacer frente a unos atentados terroristas fallidos en pleno centro de Londres, seguidos por otros en Glasgow que, de haber tenido éxito, habrían causado una auténtica carnicería.

Su respuesta, calmada pero contundente, le valió en aquel momento la admiración de propios y extraños.

Después llegarían las inundaciones en Inglaterra y los brotes de fiebre aftosa, problemas que Brown fue afrontando durante el verano con nota, lo que impulsaba al alza al laborismo en las encuestas, tras meses de caídas en los últimos tiempos de Blair debido a su desgaste por la guerra de Iraq.

A los británicos parecía gustarles ese político sin carisma, tan distinto de su antecesor, centrado en su trabajo y nada interesado en las exhibiciones mediáticas que habían caracterizado los mandatos de Blair.

Incluso la quiebra del banco hipotecario Northern Rock no hizo mella, en un primer momento, en su popularidad.

Y cuando parecía que todo iba viento en popa, que nada podía con el nuevo primer ministro, Brown tuvo que hacer frente a su gran dilema: decidir si convocaba unas elecciones adelantadas para acreditar en las urnas el respaldo popular.

Los sondeos invitaban a soñar con una mayoría aún mayor en la Cámara de los Comunes y Brown, cauto para unos y cobarde para otros, comenzó a deshojar la margarita.

Nadie sabrá nunca qué hubiera pasado si Brown se hubiera tirado a la piscina y hubiera llamado entonces a votar a sus compatriotas.

Lo que está claro es que las semanas de especulación en la prensa y algunas tretas políticas, como viajar a Iraq en pleno congreso conservador o invitar a tomar té a la conservadora Margaret Thatcher en Downing Street, pusieron fin a su luna de miel con el electorado y le mostraron como un político indeciso y maniobrero.

Sus vacilaciones propiciaron un vuelco en los sondeos que hizo que finalmente el político laborista se echara para atrás en la convocatoria electoral.

A partir de ese momento comenzaron a verse más claramente las carencias de un político sin las dotes de encantador de serpientes de su predecesor, que ayudaron a Blair a ganar su tercer mandato incluso cuando el descontento con los laboristas por la guerra de Iraq había alcanzado cotas máximas. Desde entonces, Brown parece haber ido de desastre en desastre.

El agravamiento de la crisis del Northern Rock, que empezó a arrojar dudas sobre el que se había considerado como el principal activo de Brown, su capacidad de gestión económica, el extravío de datos confidenciales de millones de familias y nuevos escándalos de financiación del laborismo siguieron mermando su popularidad. Todo ello en un contexto de desaceleración económica que complicaba aún más su mandato.

Brown parecía haber perdido aquel toque que caracterizó sus primeros días, algo constatable en medidas, incomprensibles para la izquierda, como la eliminación del tramo más bajo de la declaración de la renta o la ampliación del plazo de detención sin cargos para sospechosos de terrorismo.

Y el primer ministro, que sólo unos meses antes soñaba con una mayoría ampliada en unas generales, acabó llevando en mayo pasado a su partido a sus peores resultados en más de 40 años en unas elecciones municipales, en las que perdió incluso la capital.

El último plazo para convocar elecciones generales en el Reino Unido es mayo del 2010, pero ¿llegará Gordon Brown a esa fecha?

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