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Yarin | Crítica de Flamenco

Un diálogo entre pares

Jon Maya y Andrés Marín en un momento de su sugestiva propuesta para esta Bienal.

Jon Maya y Andrés Marín en un momento de su sugestiva propuesta para esta Bienal. / Juan Carlos Muñoz

Giraldillo del Baile en la pasada edición de la Bienal, Andrés Marín ha demostrado, una vez más que, a pesar de haber pasado la barrera de los cincuenta, sigue siendo un magnífico y virtuoso bailaor y, además, conserva intacta su pasión por la experimentación y la confrontación con otros creadores.

El espectáculo que presenta en esta Bienal es la culminación de un proyecto cuyo trabajo en proceso pudimos ver el año pasado en el Festival de Itálica, en el sugestivo espacio del Castillo de Alcalá de Guadaíra.

Ya terminado, Yarin es un diálogo entre el flamenco y la danza tradicional vasca, o mejor dicho, entre el bailaor Andrés Marín y Jon Maya, un virtuoso del folklore vasco, además de director de la compañía Kukai Dantza. Dos tradiciones más cercanas de lo que pueda parecer, como demuestra la inclusión -estilizada- de algunas danzas vascas en el repertorio de numerosas compañías de flamenco y danza española (empezando por las de Antonio y Mariemma) y el uso del salto y los trenzados de pies por parte de la Escuela Bolera.

Pero no es la fusión lo que se busca en este Yarin de estética casi cinematográfica. En un gran espacio en penumbra, al que una fantástica iluminación logra conferir un aire de misterio, de lugar fuera del tiempo y de la realidad que nos rodea, dos hombres vestidos de negro, dos virtuosos de la danza, van a entablar una conversación entre pares con dos vocabularios diferentes, con dos lenguajes de raíces diferentes, aunque igualmente ricos en matices y en intención, es decir en sus ganas de compartir y de fluir juntos sin arrogancias ni impaciencias.

Con el universo sonoro y el canto sugestivo y arcaico de Julen Achiary como fondo, Marín se expresa sin estridencias y con su mejor flamenco, especialmente con unos pies limpios y musicales que dirigen al resto del cuerpo bajo la mirada de Maya o mientras este descansa plácidamente tendido en el suelo.

Maya por su parte, con los pies descalzos, va a construir su discurso a base de pequeños saltos silenciosos y cruces de pies. Incluso se adentra en el terreno del popular aurresku -del que es un auténtico campeón- con el cante de Marín.

El diálogo fluye así de manera lenta y natural durante toda la pieza y, en ocasiones, acerca a los dos hombres hasta el contacto en un alternarse de pitos, giros y, al final, en un enredarse al estilo Fridman (no olvidemos que es uno de los coreógrafos) que habla a las claras de la capacidad y del deseo de ambos de compartir un renovado y esperanzador discurso.

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