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Cultura

La otra Aurora de Nueva York

  • La emoción triunfa en el regreso de Estrella Morente al legendario escenario del Carnegie Hall.

Granada es una ciudad que ha conquistado un lugar propio en el Carnegie Hall. Es la cuna de Pablo Heras-Casado, una de las batutas más prestigiosas del mundo, actual director titular de la residente Orquesta St. Luke's de Nueva York. El auditorio Stern del Carnegie, con esa acústica sólo al alcance de los más exigentes templos musicales, como el Concertgebouw de Ámsterdam, imprime cierta severidad a las propuestas que se suben a su escenario. El jueves, la Orquesta St. Luke's abordaba (esta vez a las órdenes de Sir Roger Norrington) la Missa Solemnis de Beethoven y el silencio del público era tan sobrecogedor como la belleza que extrajeron los intérpretes de tan exigente partitura. Sólo dos días después, la noche del sábado, Estrella Morente abría de negro riguroso y en solitario, con el Pregón de las moras de su último disco Autorretrato, el segundo concierto de su carrera en el Carnegie Hall. La cantaora estremeció al público con la riqueza de texturas de una voz que ha madurado mucho desde su anterior visita neoyorquina. La Morente no escatimó riesgos y en temas como La habanera imposible de Carlos Cano su emoción al pronunciar la palabra Granada sobrecogió al auditorio.

El concierto estuvo concebido como un díptico emocional y en la primera parte, la del luto, hubo un amplio recuerdo musical para los ausentes que verbalizó con timidez el tío de la cantaora, el guitarrista José Carbonell Montoyita, al recordar que él había acompañado en ese mismo escenario a Sabicas, a Enrique Morente y a Paco de Lucía, a los que dedicó su desgarrador solo de guitarra mientras ella se vestía de blanco para afrontar el segundo tramo del recital. Las alegrías de Cádiz, los Tangos Toreros que evocan a Málaga y sobre todo las Seguiriyas de la verdad (que en el disco Autorretrato contaban con la guitarra de Paco de Lucía y donde se alude a la muerte "solito en el hospital" de su padre) confirmaron que en Nueva York hay público suficiente para honrar el flamenco más puro.

Con su preciosista versión de La estrella ("Si yo encontrara la estrella que me guiara/ yo la metería muy dentro de mi pecho y la venerara" ), uno de los temas paternos que ha convertido en su talismán, la granadina abrió una segunda parte más festera donde dio rienda suelta a su baile y a su melena rubia. Su homenaje a Lola Flores por sevillanas, una letra llena de guiños también a Antonio Flores, y su lectura lorquiana de La Aurora de Nueva York que Morente grabó en Omega, se contaron entre los momentos más intensos de un concierto que terminó, como hace cinco años en el Carnegie Hall, con la versión de Volver de Gardel que Almodóvar incluyó en su película. A diferencia de entonces, Estrella se saltó el protocolo y se bajó del escenario para abrazar al público del patio de butacas, mientras seguía cantando. El obligado bis, La bien pagá, ya sin música y con el coro que formaban todos los intérpretes de su banda, permitió admirar las cualidades vocales del más joven de la saga, su hermano Enrique Morente Carbonell Kiki. Triunfó la emoción en Nueva York como antes en Miami y Chicago, etapas con las que ha arrancado esta primera gira estadounidense de la cantaora que, organizada por el Flamenco Festival, recalará también en Toronto, Cleveland, Berkeley, Sonoma, Los Ángeles, Washington y Savannah.

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