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CÉLINE FRISCH | CRÍTICA

Inmersión en el Bach más profundo

Céline Frisch y Bach, sin más.

Céline Frisch y Bach, sin más. / Luis Ollero

Serán dos firmes candidatos a los mejores conciertos del año en Sevilla, sin duda, y sólo lo habremos disfrutado un centenar de aficionados. Parece que ya ni en el nombre de Bach se está dispuesto a salir de la zona de confort para adentrarse en algunas de las obras cumbres de la Historia de la Humanidad, así, en mayúsculas.

Porque lo que ha hecho estos dos días Céline Frisch es realmente apasionante y apabullante. Tocar las seis partitas para clave de memoria en dos sesiones consecutivas. Una de las colecciones cruciales en el universo clavecinístico, por profundidad y por complejidad, estas partitas ponen en jaque al intérprete más avezado, no ya en cuestión de soltura de dedos (que no es poco), sino, sobre todo, en materia de profundización en el corazón expresivo y en la paleta retórica de las partituras.

Frisch nos emboba desde el principio por la claridad de su articulación y de su fraseo. Incluso en los pasajes de contrapunto más intrincado. Así, por ejemplo, en las gigas que cierran cinco de las seis partitas. En la de la nº 1 sobresalió la fluidez en el desarrollo de las voces, mientras que en la de la nº 4 consiguió unas texturas transparentes a pesar de la densidad de los compases iniciciales. Por añadidura, la giga de la partita nº 6 salió de sus manos con toda la fuerza y la pasión que Bach deposita en estas obras aparentemente elucubrativas, pero que son un tesoro de afectos. Frisch, además, consigue en estas piezas a cuatro voces, como también y sobre todo en el Capriccio que cierra la nº 2, que todo suene en plano de igualdad, con claridad meridiana. Se puede así seguir perfectamente el decurso no sólo de las voces extremas, sino (lo que es más difícil de conseguir) las intermedias.

Pero estas partitas ofrecen muchas más posibilidades de expresión y fraseo. Así, las Allemandes y las Sarabandes, con sus tempos pausados, meditativos, líricos o soñadores, salen de las manos de Frisch con una sorprendente riqueza de matices y de acentuaciones. Son momentos ideales para recurrir al fraseo inégal en el que no todas las notas iguales de una frase suenan con la misma duración e intensidad, sino que el intérprete debe buscar la nota o notas que más carga expresiva aporta a la frase para dotarla de mayor énfasis dinámico y una sutil duración extra. Sirva de ejemplo la Sarabande de la nº 1.

Sorprendente fue el ataque a lo Sturm und Drang de la Sinfonia de la nº 2, con pequeñas retenciones al final de algunas frases. Y muy atractivo el vistoso juego de colores con los dos teclados y sus cambios de registros.

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