EL BARBERILLO DE LAVAPIÉS | CRÍTICA

Contra las penas, Barbieri

Borja Quiza dando vida con  alegre desfachatez al Barberillo de Lavapies.

Borja Quiza dando vida con alegre desfachatez al Barberillo de Lavapies. / Antonio Pizarro

En la primera temporada estable de zarzuela que hubo en Sevilla, en 1853-1854, las composiciones de Barbieri causaron sensación y consiguieron llenos repetidos en el Teatro San Fernando. Y así en años sucesivos conforme se incorporaban a los cartelones nuevos títulos de aquel compositor genial.

Y es lógico que así ocurriera, como lo es que su música nos siga cautivando siglo y medio largo después por la chispa y la gracia de su inventiva melódica y por su manera de captar la esencia de los ritmos y aires españoles del momento y volcarlos sobre un lenguaje de clara ascendencia rossiniana. Es el auténtico Rossini español, sin duda.

Pérez Sierra, siendo como es el mejor especialista rossiniano español, se mimetiza a la perfección con el lenguaje de Barbieri y sabe darle la vida y el pulso que pide esta partitura. Sus ritmos son enérgicamente marcados, especialmente en las numerosas piezas basadas en ritmos ternarios. Los tempos fueron vivos, vivaces y rápidos, en un incensante devenir de energía sonora que sólo se desbordó en el número final en el que al coro le costó seguir la frenética velocidad de la batuta. Fue una dirección transparente y atenta a la instrumentación brillante de Barbieri, tan heredera por otro lado de la rossiniana (esos toques de color de las maderas).

Magnífica pareja de protagonistas. Borja Quizá posee una voz de impacto, contundente y de sobrado volumen que, no obstante, es manejada con fluidez y atención al fraseo. Su gracia en el decir, tanto cantado como hablado, y su soltura escénica, dieron vida al Lamparilla más completo posuble. Al igual que Faus, con esa voz sedosa, carnosa y ancha y su fraseo insinuante. Bonita voz ligera la de Miró y muy trasera y engolada la de Tomé. Sensacional el coro, con momentos deliciosos como el de las costureras.

Con parca pero eficaz escenografía y con fino sentido de la teatralidad, Sanzol insufla movimiento a su concepción, ayudado por el bellísimo vestuario de Andújar y la iluminación corpórea de Yagüe. Brillantes y vistosas coreografías de Ruz que dan un giro a la tradición bolera.

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