Wanted | Crítica de danza

Hechos para compartir

Teresa Navarrete y Miguel Marín en el estreno de 'Wanted', en el Teatro Central.

Teresa Navarrete y Miguel Marín en el estreno de 'Wanted', en el Teatro Central. / Rafa Núñez Ollero

Decidieron formar compañía hace diez años y, desde entonces, han demostrado con creces que forman un buen equipo. Se trata de la bailarina y coreógrafa Teresa Navarrete y el músico Miguel Marín. Él, además de compositor, ha demostrado siempre un gran amor por la danza contemporánea  -colaborando frecuentemente con otras bailarinas- y una capacidad interpretativa que no deja de sorprendernos.

Ahora, en plena madurez creativa, Navarrete y Marín dan un nuevo giro a su trabajo y, con una enorme complicidad, presentan Wanted, una pieza sobre la difícil búsqueda de uno mismo y más difícil aún necesidad de relacionarse con 'el otro'.

Con un formato muy cuidado a pesar de la desnudez del escenario –solo una cortina roja a la derecha del escenario, dos montoncillos de arena y un micrófono de pie- y el ojo externo de dos compañeros y amigos como son María M. Cabeza de Vaca y Guillermo Weickert, los artistas han logrado crear dos personajes realmente becketianos, aunque ella, por su vestuario y su trabajo de pantomima, haga continuos guiños al cine mudo y él a tipos extrovertidos como los charlatanes de parque americanos.

Envueltos en un eficaz y poderoso (también en cuanto a decibelios) tejido sonoro, hecho de poca música al uso y muchos efectos y textos, todos en inglés, Navarrete se entrega en la primera parte, más lenta y desigual, a una verdadera búsqueda de su auténtica expresión, recorriendo en clave humorística distintas facetas como la niña ingenua, la chica erótica o la mujer que quiere ser artista (bailarina y cantante).

En la segunda parte, sin embargo, la tensión sube con el encuentro de ambos en una especie de desierto, con juegos de dominio, de sumisión, incluso de violencia, que confirman que los seres humanos están hechos para compartir.

Magnífico es el trabajo en común de la pareja, que se complementa como pocas. Muy diferentes físicamente y también de actitudes: pequeña y frágil ella (estupenda bailarina siempre), grande y fuerte él, con una energía tan terrenal que contrarresta cualquier tendencia al monólogo interior de la coreógrafa.

Mención aparte merece la iluminación de Benito Jiménez, capaz de modelar las hermosas imágenes del espectáculo.

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