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Cultura

Cine con sobrepeso (autorial)

Gordos. España, 2009, comedia dramática, 120 min. Dirección y guión: Daniel Sánchez-Arévalo. Música: Pascal Gaigne. Intérpretes: Antonio de la Torre, Verónica Sánchez, Roberto Enríquez, Raúl Arévalo, Fernando Albizu, Leticia Herrero. Cines: Ábaco, Alameda, Al-Ándalus Bormujos, Avenida, Metromar, Nervión Plaza.

Con la asendereada Magnolia de Paul Thomas Anderson como reconocible inspiración narrativa y tonal, Gordos, el segundo largometraje de Daniel Sánchez-Arévalo, multipremiado cortometrajista (Profilaxis, Exprés, Física II) y última esperanza blanca del cine español para ciertos sectores mediáticos tras su debut con Azuloscurocasinegro, incide en esa estructura coral y fragmentaria, en esa mirada compasiva hacia personajes quebradizos y frágiles, que parece ser ya fórmula inevitable para contar y diagnosticar las enfermedades del hombre contemporáneo desde cierto tipo de ficciones cinematográficas con base sociológica y aspiraciones líricas.

Sánchez-Arévalo vuelve aquí a hacer gala, como en su primera película, de una inquebrantable fe en la escritura dramática como soporte sólido y vistoso desde el que organizar una comedia agridulce sobre las carencias, sueños y contradicciones de la clase media. A mitad de camino entre el trazo realista, el estereotipo urbano y el esperpento azconiano, sus criaturas bailan sus soledades, frustraciones, hipocresías y complejos (el sobrepeso no es más que la metáfora de algo más importante, suponemos) al son la de la batuta de un director-demiurgo demasiado empeñado en hacer visible su ego y su ingenio como maestro de ceremonias. Así, los personajes de Gordos parecen danzar más al son de una estructura impuesta (y algo caprichosa) que respirar por sí mismos. A pesar de estar extraídos de cierta realidad cotidiana en su perfil variopinto y pintoresco, los gordos emocionales de Sánchez-Arévalo son más producto de una determinada estrategia argumental, demasiado empeñada, por cierto, en subrayar una cierta enseñanza que tiene más de discurso de autoayuda que de retrato complejo, que personajes con entidad propia.

Si narrativamente la cinta se despeña hacia el peligroso terreno de la moraleja blanda (el marido infiel es abandonado por la esposa, el celoso reprimido paga con la muerte, etc.), visualmente Gordos se mueve entre la autoconciencia teatral de su artificio (todas las escenas están bañadas por una luz antinatural y construidas sobre escenografías que denotan su condición) y algunos alardes de supuesto talento de síntesis que, como en el caso de la secuencia montada en paralelo en la que vemos cómo una mujer (Verónica Sánchez) da a luz mientras su marido (Roberto Enríquez) se acuesta con otra, acaban por rozar el ridículo en su redundante literalidad.

Como en Toro salvaje, la promoción de Gordos ha insistido en recordarnos hasta la saciedad el descomunal y sacrificado esfuerzo dietético de sus protagonistas, especialmente el de Antonio de la Torre. Más allá de su capacidad para engordar y adelgazar 30 kilos en 8 meses, su trabajo, como el de algunos compañeros de reparto, queda sepultado no ya por la grasa sobrante, sino por otro tipo de excesos o carencias que no se miden precisamente en una báscula.

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