La soprano sevillana Cristina Bayón mostró una extraordinaria madurez en este programa preparado ex profeso para el ciclo del Alcázar que recordaba a Joaquín Sorolla cinco días antes del centenario de su muerte. Empezó pisando terreno seguro, ya que en los últimos años ha trabajado notablemente en torno a la música española de principios del siglo XIX: los Caprichos líricos de García y las seguidillas de Moretti y de Sor, piezas no muy complicadas en lo técnico, le sirvieron para calentar la voz y dejar detalles ornamentales con un uso expresivo del vibrato y los silencios. Ya desde el principio el acompañamiento de Jesús Pineda resultó una baza fundamental para el éxito de la propuesta, ya que a la sonoridad bellísima, profunda, delicada y sensual de su instrumento (copia de una guitarra romántica de principios del Ochocientos), añadió una flexibilidad en el fraseo ideal para el apoyo de la cantante, quien hizo luego tres canciones de Tosti a las que faltaron un poco del idiomatismo cálido y expansivo de sus más reconocidos intérpretes, aunque su visión recogida e intimista de Vorrei morir contrastó bien con las dos napolitanas, más extravertidas, especialmente Marechiare.

El bloque francés resultó una sorpresa, no tanto por las canciones de Ravel (muy racial la Canción española) y Hahn (algo rígida), sino por un Satie cabaretero muy sabroso, con un Je te veux rubateado y adornado con personal intención y una Diva de l’empire de gran teatralidad. Bayón mostró toda la noche una apreciable homogeneidad en el registro, buena proyección y un control sobre el vibrato que limpió en general una dicción a veces problemática. Las canciones andalucistas de Isidoro Hernández lo confirmaron. En la propina, a la Adela de Rodrigo le faltó justamente ese punto de claridad en el texto imprescindible para su adecuado impacto emotivo.