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Cuarteto Glass | Crítica

Beethoven clásico y comedido

El Cuarteto Glass en el Espacio Turina.

El Cuarteto Glass en el Espacio Turina. / Guillermo Mendo

Curiosa decisión la de empezar este ciclo de tres conciertos dedicados a una selección de los cuartetos de Beethoven con el primero y el último de la serie, como los otros catorce, auténticas obras maestras del género. En realidad son dos piezas que tienen puntos de contacto, y no sólo su tonalidad de fa mayor, ya que el Op.135 es formalmente el más clásico de los visionarios cuartetos finales e incluso su Allegretto de arranque tiene también una sonoridad muy clásica, no así el resto de movimientos que en buena medida son, en el sonido, revolucionarios.

Con notable comedimiento afrontó el reto el Cuarteto Glass, que destacó principalmente por un sonido bien empastado y ligado, coherente en su visión de tonos mates de las obras, sometiendo en todo momento la individualidad al conjunto. Se echó de menos intensidad y brillantez, especialmente en los tiempos rápidos, un rango dinámico algo más generoso y un poco más de nitidez articulatoria en los pasajes más exigidos.

Bajo de tensión el arranque del Op.18 nº1, lo que marcó toda la visión de la obra, que sonó más bien anémica, ayuna de pasión y vigor, aunque el Adagio resultó claro y expresivo. Más brillante resultó el principio del Op.135, por más que la fuerza demoledora del segundo movimiento, en la que palpita todo el siglo XX, se viera domesticada por ataques demasiado leves y un fraseo alicaído. Otra vez el movimiento lento resultó el más convincente, pero en el enigmático final hecho a base de preguntas y respuestas, los contrastes resultaron otra vez demasiado tímidos, como si el Glass tuviera miedo a proclamar la absoluta modernidad de Beethoven.

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