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Es lo contrario | Crítica

Juegos del espacio y de la percepción

Un momento de la interpretación de 'Es lo contrario'.

Un momento de la interpretación de 'Es lo contrario'. / Guillermo Mendo

¿Puede llamarse ópera a una obra musical de la que está ausente el canto? Hace algo más de seis años Alfredo Aracil estrenó en Pamplona Siempre/Todavía, una "ópera sin voces" en la que no faltaba el texto, pero este era proyectado sobre una pantalla, donde dialogaba con dibujos de Alberto Corazón, siempre con el fondo musical de un piano. Es lo contrario, la obra de César Camarero (Madrid, 1962) que ha estrenado el Teatro de la Maestranza dentro de su ciclo Innova Ópera, no prescinde de la voz, pero sí del canto y de la imagen.

Hay un libreto (dramático, narrativo) que ha construido el propio Camarero a partir de Los Ciegos, un drama simbolista de Maurice Maeterlinck (1890) en el que se insertan algunos poemas de Juan Eduardo Cirlot. El libreto es representado por un conjunto de ocho actores que dan voz, a través de una cinta previamente grabada, a los ocho personajes del drama. Los espectadores escuchan el desarrollo de la obra a través de un conjunto de altavoces distribuidos por la sala, pero su visión ha sido previamente  anulada. Como los problemas técnicos para permitir el normal desarrollo de la interpretación instrumental en oscuridad absoluta eran irresolubles, se optó por mantener la sala semioscura (sólo luz para los atriles de los músicos) y facilitar antifaces al público. Estupenda solución.

Repito: ¿es posible una ópera sin canto? Han pasado décadas de la proliferación de las antióperas, artefactos contestatarios de las vanguardias más agresivas de la última posguerra mundial contra uno de los espectáculos fetiches de las élites sociales de Occidente. Hoy las antióperas han sido integradas absolutamente como parte del teatro musical contemporáneo (ya Ligeti en los años 70 se burlaba un poco de ellas con su magistral Le grand macabre, una anti-antiópera) y resultan por completo inocuas. Puede aceptarse que estos intentos por renovar el lenguaje de la música teatral (ópera sin voces, ópera sin canto y sin escena) tienen algunos elementos de las viejas antióperas, pero sería un error colocar esta obra de César Camarero en esa senda. En las antióperas había siempre una intención paródica y transgresora, que está ausente de Es lo contrario, que se plantea en cambio como un experimento en torno a la percepción. En último término se trata de una obra de teatro musical que tiene mucho más que ver con el arte radiofónico.

Con un conjunto camerístico de trece músicos, Camarero ha construido una de las partituras más feldmanianas que le recuerdo. Además de la preocupación habitual del músico madrileño con el tiempo, con la construcción subjetiva del tiempo, aquí ha conseguido introducir el componente espacial, gracias a que los músicos de Zahir Ensemble estaban distribuidos por toda la sala en un cuadrilátero que rodeaba al público. Como la voz de los actores llegaba también de puntos diversos de la sala el juego con el espacio se alzó en un elemento esencial de la propuesta de la obra: a falta de una escena visual, privados los espectadores del sentido de la vista, la espacialidad sonora actuó como el esencial componente escénico de la obra. Y el acierto de Camarero es que con él logró crear una dramaturgia poderosa, capaz de transmitir esa angustia vital de unos personajes doblemente a oscuras, por su ceguera y por el desamparo en que se encuentran, abandonados a su suerte en una isla. Obra de sensaciones que pueden llegar a lo angustioso.

El tempo cadencioso y calmo en que se dice el texto encaja a la perfección en un discurso musical de armonías estáticas, elementos de síntesis instrumental, continuas repeticiones del material, dinámicas leves y contrastes texturales y tímbricos extraordinariamente sutiles y refinados. Además, Camarero no tiene empacho en recurrir a toques descriptivos (el susurro de las hojas o del mar, una estrella que cae, un corazón que late) e incluso a ruidos proyectados electrónicamente, casi en el estilo de la música concreta (los ladridos del perro, el llanto del niño). Con todo ello, ha cerrado un trabajo que resulta a la vez hipnótico y profundamente perturbador. Un viaje a lo inesperado, a la incertidumbre, a algunos de los temores más ancestrales del ser humano.

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