José del Tomate | Crítica
Una voz reconocible
Clásica
'Clarinet sonatas 20th Century'. Antonio Salguero, clarinete; Pedro Gavilán, piano. IBS Classical.
Ganador en 1998 del Concurso Internacional de Clarinete de su Dos Hermanas natal, Antonio Salguero (1974) lleva 24 años compaginando la docencia con la interpretación. Profesor en el Superior de Sevilla y colaborador del Royal Northern College of Music de Manchester, ha creído llegado el momento de dedicar más tiempo a su pasión: los conciertos. "Entre 2000 y 2006 hubo una bonanza económica que hizo que fluyera mucho dinero para la música. Participé de la fundación de la Orquesta Arsian y colaboré en otros muchos proyectos. Pero luego llegó la crisis, nació mi primera hija... y todo eso me apartó un poco de los conciertos. Ahora que mis hijas son ya un poco más autónomas, creo que puedo volver a engancharme a la actividad de conciertos, y este disco puede ayudarme en eso".
-En los últimos años ha sido miembro activo de la Orquesta Bética de Cámara. ¿Qué ocurrió con ese proyecto?
-Me duele mucho. Parece que su destino estaba escrito. El libro de Eduardo González Barba fue premonitorio. Eduardo decía que la calidad de los músicos de la Bética superó siempre la atención que recibía desde fuera y la propia gestión de la orquesta, que nunca estuvo a la altura. Y parece que ha vuelto a pasar lo mismo. Desde la máxima humildad, creo que la orquesta llegó a tocar a niveles de calidad incluso sorprendentes.
-¿Hay un problema general con el público en Sevilla?
-Creo que el público que iba a escuchar a la Bética al Espacio Turina es el público más puro de la ciudad, un público interesado, crítico, un público que hace de esa sala la más exigente, la más expuesta para el intérprete.
-¿Por qué es tan difícil captar público de los jóvenes que estudian en los conservatorios?
-Es algo que no entiendo. Escuchar es parte esencial de la formación del músico. Es imposible transmitirlo todo con palabras. Hay que escuchar: bien en casita, con una grabación, o, muchísimo mejor, sin comparación posible, yendo a conciertos. Yo les transmito eso a mis alumnos, y me consta que muchos son abonados de la orquesta. Pero más no puedo hacer.
-¿El mundo de las bandas sigue siendo esencial para la formación de los instrumentistas de viento?
- Y cada vez más. Mi primer maestro, Fulgencio Morón, consiguió hacer de la Agrupación Musical Nazarena un campo de buenas formas, de respetar la escritura, las dinámicas... Aquello era entonces una excepción. Pero hoy pocas bandas hay que no tengan al frente a personas cualificadas. Se hace un trabajo muy riguroso en las bandas. Todas tienen sus temporadas de conciertos. Y cuando esos jóvenes llegan a los conservatorios se nota mucho ese trabajo.
-Y al fin un disco como solista.
-Había hecho ya alguna grabación, pero este es el primero en el que yo he escogido el programa. Al principio, pensaba hacer un disco-recital, con un repertorio que pudiera ser el habitual de un concierto, pero Paco Moya me dijo que le apetecía grabar conmigo un disco de Sonatas, un disco que tuviera enjundia, de referencia, para la posteridad, y creo que tenía razón.
-¿Y por qué este repertorio?
-He grabado lo que a mí me apetecería escuchar. El único gran clásico es Poulenc, pero todas las demás obras son bien conocidas del ambiente clarinetista, y hay de todo, desde el posromanticismo con toques nacionalistas al neoclasicimo, el jazz o el serialismo.
-Quitando la obra de Denisov, que es serial, el resto se mueve en el terreno de lo tonal.
-El músico toca para el que le escucha, que es quien paga. Que algo guste es importante. Lo que toco no me tiene que convencer a mí solo. Lo que da sentido a mi trabajo es que a la gente le guste lo que he tocado para ella. Por ejemplo hay quien pueda pensar que la Sonata de Guastavino, que es de 1971, está fuera de su época, es retrógrada. Pero para mí no es así. Para mí lo retrógrado es seguir escribiendo hoy día música serial, que está totalmente pasada de moda.
-Cómo es esa Sonata de Guastavino, no muy conocida.
-Cuando la escuché por primera vez me pareció un descubrimiento; cuando la toqué, un gozo. Para el pianista, no tanto, porque es muy difícil, muy densa. Puede que haya algo de ese toque nacionalista con el que se relaciona al compositor, pero se trata básicamente de música posromántica, con muchas texturas, muchos contrastes, muchas dinámicas. Es una obra muy bien diseñada, que explota las posibilidades del clarinete a todos los niveles.
-La Sonatina de Joseph Horovitz aligera el CD.
-Es una exquisitez, pero sí que nos desprendemos de densidad y de seriedad. Es gozosa tanto para el intérprete como para el público. El primer movimiento, con sus influenias jazzísticas, es muy fluido, muy amabile. Todo el conflicto se resuelve en apenas tres o cuatro compases en la parte central. El movimiento lento es una delicia, también partiendo de una inspiración jazzística. El último tiene todo el brío rítmico del jazz latino.
-Sigue la Sonata de Nino Rota, otra rareza para el aficionado.
-Es curioso porque ayudé a un alumno a montarla y le dije que era una obra un tanto anodina. Me arrepiento mucho. Me he dado cuenta de que de anodina no tiene nada. No tiene obviamente la complejidad de una sonata de Brahms ni siquiera de la obra de Guastavino. Pero está hecha con muchísimo gusto y tiene un aroma cinematográfico muy atractivo. El movimiento lento es una preciosidad. Rota enlaza estructuralmente las secciones de manera magistral. Y desde el punto de vista técnico es complicada. En el último movimiento, el piano tiene una tarea enorme. El trabajo de Pedro es soberbio ahí.
-La obra de Denisov es la más moderna.
-Para los clarinetistas es otro clásico. No refleja la estructura de la forma sonata clásica. Empieza con un movimiento lento lleno de efectos de cuartos de tono, sorprendentes; al principio, desconciertan, pero enseguida te das cuenta que está desarrollando un tema que es mutilado, distorsionado, pero fácilmente reconocible. En el segundo movimiento hay un pedal, unas fusas que van apareciendo a lo largo de toda la pieza y que crean un efecto de polifonía muy curioso.
-La Sonata más conocida sin duda es la de Poulenc.
-Uno de los grandes clásicos del siglo XX. Los franceses pensaban que su Mozart iba a ser Saint-Saëns, y yo creo que resultó ser Poulenc. No hay obra que descubra de este compositor que no me fascine. Esta Sonata tiene ese primer movimiento con la paradójica indicación de Allegro tristamente que a nadie se le había ocurrido antes. Poulenc utiliza diferentes focos tonales, pero siempre basándose en el modo menor. No termina de establecer una tónica. El segundo es más estable tonalmente. Y el Allegro con fuoco final tiene ese punch que merecía un disco como este.
También te puede interesar
José del Tomate | Crítica
Una voz reconocible
Strange darling | Crítica
Deconstruyendo al psycho-killer
La infiltrada | Crítica
Ocho años dentro de ETA
ROSS. Sagripanti. Gran Sinfónico 3 | Crítica
Dos miradas sobre la muerte