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1939 EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL | EXPOSICIÓN
Madrid/El 3 de noviembre se cumplirán 80 años de la muerte en el exilio de Manuel Azaña, presidente de la Segunda República Española, en la localidad francesa de Montauban. Su dimensión política y literaria, la bandera con crespón que cubrió su féretro y el mensaje de reconciliación contenido en su discurso Paz, piedad y perdón forman parte de los contenidos de la exposición comisariada por Juan Manuel Bonet sobre el impacto social y cultural de la España peregrina que puede verse hasta el 31 de enero en Madrid, en La Arquería de Nuevos Ministerios. 1939 Exilio republicano español, como recuerda el exdirector del Museo Nacional Reina Sofía, es la mayor exposición realizada sobre el tema -otra muestra de referencia, Campo cerrado, habló también de los que se quedaron- y la impulsa el Ministerio de Justicia, que edita el catálogo de 700 páginas que quedará como herencia espiritual del proyecto, dedicado por Bonet a la memoria del historiador Santos Juliá, fallecido el año pasado.
"Aunque hubo más exilios, porque Dionisio Ridruejo se marchó a París en los años 60, aquí me refiero al medio millón de españoles derrotados o a punto de serlo que salen del país en 1939 porque va a caer el frente catalán. Entre ellos pasarán la frontera Antonio Machado y Manuel Azaña", detalla Bonet al inicio de la muestra, dividida en dos plantas y que saca gran partido de la fascinante arquitectura de La Arquería, un edificio del republicano Secundino Suazo que será la futura sede de la Colección Enaire (la fundación que sustituye a la antigua Aena).
En la primera planta el comisario da cuenta del contexto político e histórico que se saldó, tras la sangrienta guerra civil, con la victoria de los militares sublevados en julio de 1936 y la salida de alrededor de medio millón de españoles en sucesivas oleadas, la última de ellas causada por la caída de Barcelona y del resto de capitales catalanas. La mayoría de exiliados fueron internados en campos de concentración improvisados al sur de Francia, muchos de ellos en las playas, como ilustra un llamativo Álbum souvenir del éxodo español en los Pirineos orientales, un bloc de tarjetas postales que comercializaba el estudio Chauvin de Perpiñán y que presta la Fundación Pablo Iglesias.
El incierto exilio, que se prolongó durante casi cuatro décadas y se expandió por América, la URSS y Europa, tiene aquí uno de sus capítulos más amplios en Toulouse, que fue con París la capital europea del exilio y cuyo Instituto Cervantes conserva una exhaustiva documentación. El papel de la resistencia española en Francia y la ingente producción editorial de los exiliados allí y en México -donde el presidente Lázaro Cárdenas desarrolló una ejemplar política de acogida- son algunos de los capítulos más llamativos del recorrido expositivo, que abruma por su material original, con carteles y primeras ediciones de libros como A sangre y fuego de Chaves Nogales, cuyo ejemplar de 1937 cede Andrés Trapiello.
Bonet concede un gran papel a la guerra de las ondas y permite escuchar la voz de Arturo Barea, autor de la trilogía La forja de un rebelde, que trabajó en Londres como locutor de la BBC, y escoger programas de Radio París y de Radio España Independiente (1941-1977), "la mítica Pirenaica", emisora comunista que emitía desde Bucarest y antes desde Moscú.
La muestra documenta los campos franceses, con impactantes fotografías de Agustí Centelles y Robert Capa, y sigue el éxodo de los republicanos que se marcharon a Estados Unidos o a Rusia, donde destaca la figura del escultor Alberto Sánchez, asesor artístico del Quijote soviético que rodó Kózintsev. Pero no se olvida a los que tuvieron peor suerte, los que fueron a parar a los campos de concentración alemanes y austríacos, como recuerdan las fotografías del infierno que fue Mauthausen a cargo de Ángel Hernández García, más conocido por su seudónimo, Hernán. Al final de la primera planta se evoca el regreso de los exiliados y del Guernica y el espíritu de reconciliación nacional que sella el saludo entre los Reyes de España y la viuda de Azaña.
En la planta baja Bonet se centra en la producción artística del exilio republicano desde el congreso de intelectuales de Valencia de 1937, cuyo cartel pintó Ramón Gaya, y el Pabellón de la República en la Exposición de París de 1937, para el que Picasso pintó su más célebre mural y los grabados Sueño y mentira de Franco, de los que aquí hay una representativa muestra junto a obras de Miró y Alberto.
La nómina de artistas es extraordinaria y entre el medio centenar de cuadros hay obras maestras del vanguardista canario Óscar Domínguez y de andaluces como Manuel Ángeles Ortiz, Joaquín Peinado, el cordobés Antonio Rodríguez Luna (exiliado a México) y el anarquista sevillano Helios Gómez.
La huella de Antonio Machado aparece una y otra vez, como en el retrato imaginario que le hizo en México el pintor y tipógrafo Miguel Prieto. Del exilio argentino impactan los trabajos de Maruja Mallo, Luis Seoane y Manuel Colmeiro. Hitos del exilio en el Caribe y Nueva York son los cuadros de Eugenio Granell y los bocetos del mural de José Vela Zanetti para la ONU.
El proyecto da a conocer además los retratos a lápiz que Picasso y Renau hicieron en 1948 de las dos hijas del arquitecto Manuel Sánchez Arcas, exiliado en Varsovia, y concluye auscultando la perpetua nostálgica de quienes volvieron la vista al pasado español y encontraron consuelo en las obras de Cervantes, Lorca y Miguel Hernández, a quien Alberto quiso esculpir en 1950 como prueba el boceto que despide este espléndido reencuentro con la diáspora.
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